miércoles, 29 de enero de 2025

La Pascua o la vida más allá de la Ley.

La Pascua o la vida más allá de la Ley 

El misterio de la Pascua cristiana coincide con el acontecimiento de la resurrección de Cristo. Debemos subrayar la palabra acontecimiento porque la resurrección no pretende ser una figura parabólica-metafórica, como muchas de las que caracterizaron la predicación de Jesús, sino una experiencia concreta, un acontecimiento real. ¿Cual? La más decisiva: la muerte no es la última palabra sobre la vida, siempre existe la posibilidad de que la vida no termine completamente con la muerte. 

Ésta es la afirmación absoluta del acontecimiento de la resurrección que parece contradecir todo sentido común. ¿No es la muerte en realidad el fin de la vida, su disolución, la última nota que cierra irreversiblemente la melodía de la existencia? Para todo cristiano, la resurrección contradice la opinión común y desafía la naturaleza objetiva de esta evidencia. Al mismo tiempo, el acontecimiento de la resurrección no es un hecho simple en sí mismo, como la lluvia o el viento. No sucedió simplemente, como narran los Evangelios, un «buen día» (Jn 20,1.18), cerca del sepulcro donde había sido depositado el cuerpo de Cristo. 

La resurrección se convierte en acontecimiento sólo por la fe de quienes creyeron en ella entonces y de quienes continúan creyendo en ella hoy. No es algo remoto que esté detrás de nosotros, no es un acontecimiento milagroso que haya sucedido de una vez por todas. Si la resurrección es verdaderamente un acontecimiento, y no una parábola más, es porque sigue realizándose gracias a la fe de quienes permanecen fieles a ese acontecimiento. La fidelidad al acontecimiento de Jesús resucitado es lo que hace que la resurrección exista ahora y no en un pasado lejano: la muerte no es, no puede ser, la última palabra sobre la vida. 

Toda la fuerza extraordinaria de la predicación de Jesús se basa en esta tesis: la vida es más viva que la muerte, es lo que da muerte a la muerte, es lo que nos permite salir de la oscuridad del sepulcro y empezar de nuevo. No todo muere jamás del todo. Es la línea extramoral que recorre la palabra de Jesús. Mientras que el juicio moral define la vida justa como aquella que se ha conformado a la voluntad de la Ley, y la vida que cae en pecado como aquella que vive contra la Ley, Jesús ha invertido decisivamente este criterio: la vida justa es la vida viva, es la vida que desea la vida y que sabe generar fruto. 

De ahí el replanteamiento radical de la noción deuteronómica de la Ley. No se opone a la vida porque, en su forma última, coincide con el deseo del sujeto, con su vocación y con sus talentos. En este sentido, vivir la vida es vivir animado por la fuerza del deseo, antagónico a la Ley del sacrificio y capaz de hacer del deseo su propia Ley. Éste es el corazón verdaderamente secular de la predicación de Jesús: la vida que se pierde en la muerte, la vida que cae en el pecado, la vida que tiene miedo de la vida, la vida sin deseo, la vida que rechaza la vida. Se trata entonces de liberar la Ley del culto masoquista del sacrificio. La predicación de Jesús insiste en este punto: el hombre no está hecho para la Ley, sino la Ley está hecha para el hombre. 

Así pues, la Ley a la que el hombre está sujeto subordinarse es una Ley que libera al hombre del peso de la Ley porque esta Ley –la Ley de la Buena Noticia– coincide con el deseo del hombre mismo, con su fuerza afirmativa. “¡No tengáis miedo!” es la única advertencia que Jesús dirige a los hombres. De ahí su dura crítica a una concepción meramente ritualista y cultual de la religión. No existe ninguna prohibición justificada ante el deber del deseo. Un día, mientras Jesús estaba en un sembradío con sus discípulos, recogieron espigas para comer. Los fariseos reaccionaron escandalizados: «¿Por qué hacen en sábado lo que está prohibido?» (Mc 2, 24). 

Lo mismo le ocurrió directamente a Jesús cuando sanó a un hombre con una “mano seca” en la sinagoga. Los fariseos se inquietaron y salieron de la sinagoga y «en seguida se reunieron con los herodianos contra él, para mandarle matar» (Mc 3,1-6). Los sacerdotes que apoyaban una versión puramente ritual-cultual de la Ley reprocharon a Jesús actuar fuera de la Ley. Pero su respuesta es firme: «El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2,23-27). No se trata entonces sólo de eliminar al hombre a una interpretación moralista de la Ley como un peso que quita el aliento, sino a afirmar la existencia de otra Ley, una nueva Ley que autoriza a cultivar el propio deseo –la propia vocación, los propios talentos– en lugar de reprimirlo. 

No es casualidad que para Agustín éste sea el fin último de la venida de Cristo: «Redimir a los que estaban bajo la Ley, para que nosotros ya no estuviéramos bajo la Ley, sino bajo la gracia». Es la corrección de la Ley la que resuena en el acontecimiento de la resurrección pascual: si la Ley es dada por medio de Moisés, la gracia viene por medio de Jesús, escribe Pablo (Gálatas, 4, 4-5). Si, de hecho, se disocia la Ley de la gracia, la Ley no puede sino ser una maldición. La promesa de Jesús es la existencia de una Ley libre del peso de la Ley. Es la promesa que revela que la Ley de la muerte no es la única Ley porque hay otra Ley, la del deseo, que libera la vida del miedo a la muerte. 

Por eso, a diferencia de los filósofos, Jesús no habla de la muerte sino que la vive. Es necesario dar testimonio del exceso de la vida sobre la muerte. Sólo el acontecimiento de este testimonio muestra que siempre queda algo de vida, que siempre queda la posibilidad de que no todo muera para siempre, que no todo se decida por la muerte: «Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y agobiados por un peso carga. Cargad conmigo, y yo os libraré de ella… Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). 

No es casualidad que en el Juicio Final el criterio que separa a los salvados de los condenados sea una vez más el de la vida que sabe estar viva. La culpa más decisiva de los condenados fue la de no haber sabido amar. Por eso, los salvados serán los más frágiles, es decir, aquellos que han sabido tener una relación de amistad y no de rechazo con la falta (Mt, 25, 31-46). Es para estas personas que la resurrección siempre será un acontecimiento posible. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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