miércoles, 29 de enero de 2025

El significado del nacimiento: seguir renaciendo.

El significado del nacimiento: seguir renaciendo 

En el relato cristiano, el nacimiento de Jesús produce el milagro de la encarnación: Dios se hace plenamente hombre al asumir la figura de un niño indefenso. Pero en cada nacimiento realmente sucede algo milagroso. Deberíamos, de hecho, aprender a ver en cada nacimiento una promesa de salvación del mundo de la brutalidad y la violencia de la muerte. El nacimiento no es simplemente un acontecimiento natural que responde a las leyes universales de la vida. 

El milagro del nacimiento es ese acontecimiento singular que hace que la vida sea única desde el momento del primer aliento. Su fiesta es la fiesta que consagra el inicio: en el nacimiento de un niño el mundo renace cada vez. A los ojos de sus padres, las cosas de antes ya no serán lo mismo, el mundo como lo conocíamos antes cambia necesariamente su significado. 

En realidad todo sigue como antes pero nada es igual que antes. Cada nacimiento (incluso el de un amor, una amistad o una pasión) renueva así el milagro de la creación del mundo, prolonga su génesis. 

Esto también ocurre en la creación de obras de arte. El artista, al crear una obra, no se limita a representar un mundo ya existente, sino que trae un mundo nuevo al mundo. En este sentido en cada nacimiento: el milagro -espléndido y atroz- de la vida se renueva. La luz del nacimiento nunca puede separarse del destino mortal que impone. 

La vida surge de la oscuridad, de la sangre, de las vísceras, de la sombra, del barro. Viene al mundo sólo a través del grito de su absoluta impotencia, comenzando a morir con su primer aliento. No es casualidad que el ser humano pueda sentirse profundamente atraído por las ruinas, por los restos que no quieren morir y que continúan viviendo contra la inexorabilidad del tiempo. 

La poética ya clásica celebra de manera extraordinaria la dimensión luminosa de lo que queda, de lo que no quiere morir, de lo que quiere seguir naciendo. 

Es también un gran tema bíblico: la salvación se encuentra siempre en lo que queda, en un «resto que volverá», como declara Isaías. En el “justo” Noé o en el pequeño Moisés salvado de las aguas, en Jesús resucitado de las tinieblas del sepulcro. Son imágenes profundas del nacimiento que se repite a través de la muerte. No es casualidad que en el idioma hebreo la palabra “sheerìt”, que significa resto, esté compuesta de las mismas letras (reshìt) que significan “comienzo”. Porque los seres humanos no estamos hechos para morir, sino para nacer innumerables veces. 

Los dramas traumáticos han mostrado la naturaleza sombría del poder de la muerte. La vida parecía caer, sucumbiendo a la violencia incontrolable del mal. Pero celebrar hoy el milagro de la Natividad significa reconocer que la vida no se rinde ante ese poder. También somos responsables de nuestro nacimiento, decía paradójicamente Sartre. 

¿Pero cómo es posible serlo? Se requiere un “¡Sí!” Incluso para nacer. Tienes que decir "¡Sí!" A la vida a vivir. Esto significa que cada vez que la vida dice “¡Sí!” A la vida, la vida puede hacer experiencia de nacimiento. La resurrección no es un acontecimiento extraordinario que ocurre al final de la vida, sino que puede ocurrir todos los días. 

Esto es lo que Nietzsche ve aparecer en el misterio del eterno retorno de lo mismo: es necesario decir un gran "¡Sí!" a la vida para que este retorno -la inexorable repetición del tiempo que nos devora- no aparezca como un peso opresivo, sino como el resultado de nuestra decisión, de nuestra voluntad: "¡Sí! ¡Quiero nacer todavía! ¡Quiero vivir todavía!". ¡En su esplendor y en su atrocidad! ¡Quiero que vuelva a suceder, otra vez como hoy y como todo el tiempo que ya ha sucedido! 

El milagro del nacimiento es, pues, el milagro de lo nuevo que sucede en lo mismo. En la repetición uniforme de la vida que nos consume, el nacimiento es ese corte que vuelve a abrir la vida a la vida. ¡Es el "¡Sí!" que gana al "¡No!". Es la afirmación que vence a la tentación, siempre acechante, de la negación nihilista: «todo es vano, todo es inútil», decía resignado el adivino Schopenhauer al Zaratustra de Nietzsche. 

El "¡Sí!" del nacimiento que se renueva insiste en mostrar que no todo es muerte, que la muerte no es la última palabra sobre la vida, que no todo es vano, que no todo es inútil. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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