miércoles, 29 de enero de 2025

El nacimiento de Jesús es el desafío de la vida.

 El nacimiento de Jesús es el desafío de la vida 

La Navidad celebra la fiesta del nacimiento de Jesús, del Dios que se hace hombre, que desciende a la vida rota que es nuestra vida, la vida de todos los seres humanos. El mensaje cristiano no es, de hecho, ese abandonar esta vida para alcanzar otra vida, una vida que no conocería ni el nacimiento ni la muerte, una vida sin tiempo, perfectamente realizada, eterna, alejada del infierno de este mundo. Se trata más bien de seguir naciendo en esta vida, de nacer de nuevo, de no dejar nunca de nacer. 

Se trata de abrazar plenamente el desafío de la vida, de su inseguridad, de su carencia, de su ser una vida rota. La vida cristiana no se reduce a una vida que quiera escapar de la dureza del mundo, a una vida que se resguarda de las turbulencias de la vida gracias al escudo que le ofrece Dios. Todo lo contrario. Desde su nacimiento el ser humano se encuentra con su vulnerabilidad y su insuficiencia. La vida cristiana no es una vida asegurada, protegida, garantizada, sino una vida que experimenta el abandono, la pérdida y el desconcierto. El hombre de fe no se ahorra a sí mismo, no se deja subyugar por un instinto de seguridad, no tiende a escapar de las fatigas de la vida, sino que se encuentra siempre arrojado, como subraya con fuerza Pablo, a la «estrechez», a la «persecución», a la “hambre”, en la “desnudez”, en el “peligro” (Rm 8, 35). 

En el acontecimiento del nacimiento de Jesús, lo divino se abaja y se vacía de todo poder sobrenatural para hacerse hombre. Es la humildad del establo, de la paja, del pesebre, del aliento de los animales lo que calienta al Niño venido del cielo. Es el desarraigo de una vida que no tiene hogar, ni techo, ni residencia, ni títulos, ni poder, ni soberanía real. 

Ser imagen y semejanza de Dios, encarnar el esplendor de la creación y, al mismo tiempo, ser polvo destinado a volver al polvo. La vida se afirma en su fuerza desnuda y, al mismo tiempo, el tiempo, en su impotencia igualmente desnuda. Esto es lo que nos sorprende cada vez en el espectáculo del nacimiento. Esto le pasa a un gatito, como a una flor o a un niño. La luz y el polvo aparecen juntos en un único espasmo. Nacer de nuevo, seguir naciendo, no a pesar de, sino precisamente porque nuestra vida está hecha de polvo y está destinada a volver al polvo. En el acontecimiento del nacimiento la verdad de la vida se manifiesta como voluntad de vivir. 

Por eso Sartre creía, paradójicamente, que es necesario elegir nacer para nacer verdaderamente. Quiere decir que el acontecimiento de la vida que nace no puede realizarse como un simple acontecimiento de la naturaleza, sino que requiere un acto singular de adhesión a la vida. Si el Dios cristiano nace como un ser humano cualquiera, si su morada ya no es la gloriosa del cielo, sino la humildísima de una gruta perdida en Belén, es para indicar tanto que el acontecimiento de la vida está en sí mismo, como que es un acontecimiento alegre y feliz allí donde suceda. 

He aquí una lección que podemos extraer del acontecimiento cristiano del nacimiento de Jesús: la vida humana se vuelve una vida llena de alegría no cuando alcanza un ideal (imposible) de felicidad, sino cuando hace todo lo que puede. No tanto con la fuerza de la voluntad, con el fortalecimiento de la propia determinación, con la disciplina del propio comportamiento, sino en la acogida del misterio de la vida misma contenida en el nacimiento, en vivir en plenitud nuestro ser entregado a la vida. 

Cada vez que alguien nace a la vida es como si fuéramos tocados por una luz. En el acontecimiento de cada nacimiento, la vida no se muestra más que a sí misma, no se refiere a nada más que a su fuerza y ​​a su impotencia. Cada vez que algo nace la verdad de la vida se muestra más allá de cualquier conocimiento erudito de la verdad. De hecho, no hay verdad sin una vida que nazca. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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