Dignidad infinita
Sólo una visión trascendente de la vida puede
atreverse con lo infinito. Una antropología como la cristiana también puede
concebir y calificar de "infinita"
la dignidad humana. Infinita, no sólo ilimitada, que es algo totalmente distinto.
La Declaración del Dicasterio para la Doctrina de
la Fe -"Dignitas infinita"- del pasado 8 de abril se sitúa en la
línea del pensamiento del que fue el Papa Pablo VI: "Ninguna antropología
iguala a la de la Iglesia sobre la persona humana, ni siquiera considerada
singularmente, en lo que se refiere a su originalidad, su dignidad, la
intangibilidad y riqueza de sus derechos fundamentales, su sacralidad, su
educabilidad, su aspiración a un desarrollo completo, su inmortalidad".
El ser humano pertenece a una nobleza que le es
innata e intrínseca y que, al mismo tiempo, lo lleva más allá de lo contingente
y lo proyecta hacia una dimensión que designamos con la palabra:
"otra". ¿Puede decirse que esta última dimensión, "otra"
dimensión, es su verdadero hogar?
No sólo un futuro que es para los creyentes la
vida eterna o para los que no creen el panteón de la historia. Se trata más
bien de ese "ir más allá"
de la inmanencia que yace, aquí y ahora, en los pliegues más recónditos de cada
gesto cotidiano, aunque rara vez tomemos conciencia de ello.
"Dignitas infinita" puede leerse según
dos categorías interpretativas que caminan juntas y finalmente convergen. Esa
Declaración da cuenta de una profunda reflexión -teológica y filosófica- sobre
el valor intangible de lo humano.
Un valor que la razón en sí misma atestigua -y la
fe cristiana confirma- en una circularidad de relaciones que elevan a la
primera e iluminan a la segunda. Y, partiendo de esta invulnerabilidad,
"Dignitas infinita" plantea un desafío. Nos invita a reflexionar
sobre el valor incomparable de lo que es, a la vez, sujeto y objeto de nuestra
acción. Y, por tanto, a recuperar la plena conciencia de la elevada vocación
que le corresponde al ser humano.
Nuestros documentos (Constituciones, Declaraciones,…)
dicen, con razón, que reconocemos y garantizamos los derechos inviolables del
ser humano. Nosotros no fijamos esos derechos, sino que los tomamos de otra
fuente, implícitamente reconocida como superior a nuestro propio dictado, y de
ahí el compromiso de garantizar esos derechos. Se trata de una dignidad que no
es otorgada o sostenida por una convención social, sino sustancial, no sujeta a
otros factores ni reducida a ellos, sino originaria, en sí misma subsistente,
como es la persona humana.
Significa que la dignidad humana tiene un fundamento ontológico, evoca lo "sagrado", lo que es intangible y como tal debe ser comprendido y reconocido. Pertenece al ser y no al tener. Persiste, como afirma el Papa Francisco en "Fratelli tutti", "más allá de toda circunstancia".
Una dignidad infinita prescinde de las
atribuciones funcionales con las que un sujeto humano esté más o menos dotado,
del nivel relacional y del rendimiento que es capaz de proporcionar o no al
contexto social en el que vive. La pertenencia, como tal, al género humano es
suficiente para que el individuo sea "persona"
en todos los momentos de su existencia.
En cuanto a nosotros, entiendo que esta
Declaración -en nombre de la dignidad del ser humano- también nos recuerda el
drama de la pobreza, la guerra, el calvario de los emigrantes, la trata de
seres humanos, los abusos sexuales, la violencia contra las mujeres,…, y tantas
otras realidades inhumanas.
Un verdadero desafío para nuestro mundo que tal
vez sólo pueda abordarse partiendo de una conciencia común de cuál es el
verdadero valor humano que hoy está dramáticamente en juego. La vida humana,
cualquier vida humana, toda vida humana no tiene precio sino dignidad infinita.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Posdata:
Aconsejo vivamente la lectura y estudio de un
diálogo sobre la dignidad entre dos filósofos -Adela Cortina y Javier Gomá- por
ser esclarecedor y de grande (¿permanente?) actualidad: https://ethic.es/entrevistas/el-origen-de-la-dignidad/
No hay comentarios:
Publicar un comentario