miércoles, 22 de enero de 2025

Señor, danos el don de las lágrimas.

Señor, danos el don de las lágrimas 

Muchas personas han recibido el don de las lágrimas, reviviendo las emociones que fueron las emociones del mismo Jesús, que no contuvo ni ocultó sus lágrimas ante la tumba de su amigo Lázaro, ante el dolor de Marta y María, o ante la vista de Jerusalén. 

Las lágrimas dicen que Dios se encarna en nuestras vidas, en nuestros fracasos, en nuestros encuentros. Lo que nos une son sobre todo las lágrimas, que son un desbordamiento de emociones, conflictos, alegrías y heridas. 

En los Evangelios, Cristo también llora. Jesús asume nuestra condición, se hace uno de nosotros, y por eso nuestras lágrimas se incorporan a las suyas. Las lleva verdaderamente consigo. Cuando llora, recoge y asume solidariamente todas las lágrimas del mundo. 

Las lágrimas lavan el corazón, purifican los miembros, curan el alma enferma. 

Los que hemos faltado a la compasión, los que hemos contradicho el bien recibido y la solidaridad debida, debemos saber llorar. Las lágrimas que brotan de las rendijas de nuestro cuerpo siguen siendo misteriosas: no sólo tienen que ver con los órganos que las segregan, sino también con nuestra inteligencia, nuestra afectividad interior, nuestro corazón. 

Son lágrimas que tienen que ver con la gracia de Dios que nos concede el don de ellas: los orgullosos y arrogantes no lloran, los hipócritas no pueden llorar más que lágrimas superficiales, interesadas, capaces de hacer una escena. Las lágrimas son la señal de que el corazón de piedra se desmorona, se rompe y deja palpitante un corazón de carne, capaz de acoger la ternura misericordiosa de Dios. 

Por eso las lágrimas eran consideradas por los padres de la Iglesia como un "segundo bautismo", una purificación del corazón, una atestación de amor hacia el Señor, una petición de reconciliación y de perdón. 

Las lágrimas derriten el corazón de piedra y vencen la aridez que nos hace rígidos, estériles e incapaces de compasión: derramar lágrimas humaniza, mientras que no saber llorar es inhumano. El don de las lágrimas no es sólo cuando lloran los ojos, sino también cuando es el corazón el que llora. Dejemos que nuestro corazón se conmueva por la presencia del Señor. Quien se comunica a través de las lágrimas experimenta la curación interior. 

El don de las lágrimas es un don que Dios nos ofrece. Cuando nuestros ojos se encuentran con los de Jesús, recibimos el don de las lágrimas. Quien ora en el Espíritu Santo, a través del don que el Señor le ofrece, ora desde lo más profundo de su corazón. Cada lágrima inspirada por Dios es un don de curación. 

María de Magdala, en el Sepulcro, oye que Jesús le pregunta: "¿Por qué lloras?". 

Efrén el Sirio, uno de los primeros monjes, decía que "un rostro bañado en lágrimas es indeciblemente bello". 

Nuestra biografía puede contarse también a través de nuestras lágrimas: de alegría, de fiesta, de emoción luminosa; y de noche oscura, de laceración, de abandono, de arrepentimiento y contrición. Pensamos en nuestras propias lágrimas derramadas, y en aquellas que se quedaron como un nudo en la garganta y cuya ausencia nos pesó, o aún nos pesa. 

Dios conoce todas las lágrimas y las acoge como una oración. Confiemos, pues. No se las ocultemos. 

La mujer que llora y lava los pies a Jesús se expresa con abundancia de lágrimas. Es precisamente la impresionante calidad de lo que la mujer da a Jesús lo que nos permite ver que Simón, el anfitrión, no ha dado nada. Es esta hospitalidad sin precedentes la que Jesús pretende exaltar, esta sed, de la que las lágrimas son signo y que a nosotros nos corresponde aprender. 

Señor, danos el don de las lágrimas. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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