La belleza de la teología
La lectura de la reflexión de Antonio Spadaro (https://www.religiondigital.org/spadaro/cambios-vertiginosos-necesita-teologia-rapida-rapidez-epoca_7_2746595317.html) sobre la teología está a la base de esta reflexión que nace en mí como amigo del pensar teológico siempre aprendiz, estudiante, lector...
Las mías son unas notas muy rápidas y algunas ideas que rondan en mi cabeza. Todos conocemos la historia de “Los viajes de Gulliver”. Los teólogos son como liliputienses que trabajan alrededor del gigante dormido tratando de entender quién o qué es. Y, como los liliputienses de la historia de Jonathan Swift, pueden cometer errores que pueden hacer que el estudio y la comprensión de la teología sean imposibles o, al menos, mortalmente aburridos.
Es esencial comprender que las diferentes disciplinas teológicas están radicalmente interconectadas. Puedo saberlo todo sobre el botón de la chaqueta de Gulliver, pero si no puedo ver el ojal donde va, nunca sabré qué es realmente. La ciencia moderna tiende a ser especializada, pero el estudio de la teología es de naturaleza enciclopédica. Es evidente que la materia teológica es tan compleja que se pueden conocer en profundidad uno o a lo sumo dos de los tratados tradicionales en que se divide, pero un teólogo debe tener un buen conocimiento básico de todos los tratados, de lo contrario nunca será capaz de tener la visión global.
El gigante está vivo, quizás dormido, pero vivo. Por lo tanto, no se lo puede estudiar como se estudia un objeto inanimado: Dios nunca es un objeto, sino siempre un sujeto. Normalmente para decir que alguien conoce un tema decimos que lo posee o lo domina, pero en este caso es Dios quien nos posee y nos domina… ¿Cómo podemos ir a la capilla a rezarle al Dios que diseccionamos en la mesa del laboratorio media hora antes? Debemos recordar siempre la gran lección del inventor de la teología apofática, San Gregorio Nacianceno: “los conceptos crean ídolos, sólo el asombro entiende algo de Dios” o en otras palabras: “si lo entiendes, no es Dios”. No en vano la palabra “entender” viene de “capere” -tomar-. En inglés, por ejemplo, también se usa “to get” para significar “entender”. Para que podamos salir de este pantano, es necesario que Dios, como Gulliver, despierte y rompa todas las cuerdas con las que lo hemos atado. Entonces comprenderemos que Él está vivo y nunca se deja encerrar en dogmas y definiciones, comprenderemos que es Él quien nos lleva y no nosotros quienes lo llevamos a Él.
Pero entonces ¿para qué sirve la teología? ¿Por qué
necesitamos estudiarla?
Necesitamos la teología porque somos seres pensantes y no podemos renunciar a comprender algo de lo que amamos. Por supuesto, no todos lo necesitamos de la misma manera; hay personas que pueden contentarse con tener un poco de información general sobre Dios y deducir todo lo demás a partir de la experiencia. Los envidio un poco, porque para ellos la vida es definitivamente más sencilla. Podríamos decir que estas personas son los místicos. La limitación de este camino de conocimiento es que es casi incomunicable. Si no soy capaz de articular mi experiencia de Dios en un discurso, no puedo comunicarla y permanece muy privada, y si no he reflexionado sobre mi experiencia de Dios y no la he analizado de alguna manera y la he comprendido también racionalmente, no podré comunicarla. Nunca podré articularlo.
Pero lo que debemos recordar siempre es que, como dice Santo Tomás, la fe no termina en la declaración, sino en la “res”, que es siempre superior a la declaración, a la formulación. En otras palabras, cualquier reflexión sobre Dios se basa en la experiencia, en un hecho. Desgraciadamente, la teología moderna se ha dejado a menudo atrapar por el racionalismo kantiano -la fe debe mantenerse dentro de los límites de la razón- y el idealismo hegeliano -que es como un nominalismo, donde los conceptos cuentan mucho más que la “res”-. Al final cierta crisis de la teología comenzó a partir de Descartes y su genio maligno que lo llevaba a dudar de la experiencia... Pero Dios se hizo carne, éste es el primer supuesto teológico, por tanto la carne es el camino del conocimiento y la realidad es el lugar de su presencia, y nuestra experiencia de Él, en consecuencia, es fiable.
Es interesante notar, por ejemplo, que toda la gran teología trinitaria de los siglos III, IV y V se basa en el llamado argumento soteriológico: “lo que no se asume no se salva”, donde en última instancia lo que precede al razonamiento es la experiencia. Como tengo experiencia de salvación deduzco que Jesús es Dios, como tengo experiencia de divinización deduzco que el Espíritu Santo es Dios…etc. En resumen, la teología, incluso la más especulativa, es siempre una reflexión sobre una “res” y, por tanto, sobre una experiencia.
En su diario Kierkegaard escribe que los dogmas de la Iglesia son como príncipes y princesas que duermen en un castillo, esperando el beso del héroe que los despierte para poder brillar en toda su realeza y belleza. Necesitamos un beso -que es una metáfora del Espíritu Santo- para despertar los dogmas a su vida y gloria.
Para escapar de las aguas poco profundas del pensamiento teológico, es necesario dar dos pasos:
1.- Regresar a la “res”:
Necesitamos volver a poner nuestra experiencia de Dios en el centro de la teología. San Gregorio Nacianceno decía que quien ora es teólogo y quien es teólogo ora. O bien volvemos a hacer teología de rodillas o afligiremos a la teología con especulaciones eruditas, a veces apasionantes y a veces mortalmente aburridas, pero siempre venenosas porque nos alejan del Dios verdadero y vivo. No somos nosotros los que hablamos de Dios, es Él quien habla de Sí mismo y nosotros repetimos lo que Él nos da a conocer.
2.- Regresar al todo:
En la medida de lo posible, el conocimiento de Dios debe ser holístico, precisamente porque es un discurso sobre una persona viva y no sobre un insecto metido en un laboratorio entomológico, debe tener siempre en mente la totalidad. Todo está conectado con todo lo demás, como en un organismo vivo. No se puede estudiar la exégesis bíblica, el derecho canónico o la historia de la Iglesia como si fueran materias separadas de la teología. Los diferentes tratados teológicos se presuponen y se iluminan mutuamente: separar el “de Deo uno” del “De Deo trino” es un error mortal. No menos mortal es estudiar el “de Gratia” sin tener en cuenta el “de Creatio” o el “de Ecclesia”. ¿Y cómo es posible ignorar la base bíblica para cualquier reflexión sobre Dios? El Derecho Canónico y la Historia de la Iglesia son el estudio de la encarnación que se extiende en el tiempo… ¿cómo pueden estudiarse sin considerar “de Ecclesia”?
En la medida de lo posible, hay que intentar nutrir nuestra oración con autores que no sean sólo ni principalmente devocionales, sino que, por el contrario, tengan una verdadera comprensión teológica de la propia experiencia mística: muchos Padres de la Iglesia (Agustín, Ambrosio, los Padres Capadocios, etc.) y gran parte de la teología mística medieval (en particular la gran tradición cisterciense, dominicana, franciscana…) va en esta dirección. Entre los modernos me vienen a la mente tantos nombres… pero hay muchos. Éste era básicamente el consejo que daba Santa Teresa de Ávila a sus monjas sobre cómo elegir un padre espiritual, cuando decía que es mucho más importante que sea docto que santo.
Enamorarse de un autor y profundizar en él y a través de él. Los grandes teólogos son todos holísticos y enciclopédicos y conociendo a fondo a uno de ellos podremos pasar de lo particular a lo universal. Para mí fue el estudio de Balthasar, Congar, De Lubac, Guardini, Rahner,…, pero hay muchos, tanto antiguos como modernos, que son buenos. Entre los antiguos: Agustín, Buenaventura, Tomás,…
Elegir un tratado que se convierta en la luz que ilumine a todos los demás. Esto suele suceder cuando un rayo de la gloria de Dios nos golpea de una manera especial. Para mí fue el acercamiento a la cristología la que me llevó a profundizar particularmente el "de gratia" y desde allí a repensar toda la moral, la eclesiología y la antropología hasta comprender la dogmática de un modo nuevo. Para otros, sin embargo, fue “de Ecclesia”, estudiada a través de los ojos de Agustín, lo que lo llevó a re-entender todo lo demás. Para otros… En esta re-comprensión, ponemos orden en el conocimiento de Dios, pasamos de pretender entender –poseer- a Dios, a conocer –entendido como ‘tener un gusto o gustar’- de Dios.
Tener un enfoque humilde al estudiar. Al comenzar sus cursos universitarios, Kierkegaard siempre precedía con un sermón en el que formulaba con sus palabras de que aceptaba la cátedra con gran temor porque, antes que él, en esa cátedra se habían sentado grandes maestros, los únicos de quienes el Señor dijo explícitamente que debemos aprender, a saber, los pájaros del cielo y los lirios de los campos. Siempre habrá infinitamente más que ignoremos acerca de Dios de lo que sabemos, por eso debemos ser muy humildes y recordar que no somos nosotros quienes lo conocemos, sino Él quien se revela, porque "nadie puede conocer al Padre sino el Hijo y aquel el Hijo se lo quiera revelar”.
Tener en alta estima a quienes vinieron antes que nosotros. Los santos que en el pasado reflexionaron sobre Dios no eran idiotas que amaban complicarse la vida con preguntas ociosas. Si ciertas cosas que a nosotros nos parecen abstrusas e incomprensibles tenían una importancia vital para ellos, suele haber una buena razón y es bueno tratar de conocer y comprender sus motivaciones. Los desafíos que afrontaron los grandes teólogos del pasado pueden ser diferentes a los nuestros, pero si somos capaces de ver más allá es porque somos enanos sentados sobre hombros de gigantes. Una cuestión teológica, por aparentemente abstracta que sea, a veces o casi siempre no es una cuestión de vida o muerte, es mucho más.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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