domingo, 26 de enero de 2025

Porque nuestra Pascua es Cristo (1 Co 5, 7).

Porque nuestra Pascua es Cristo (1 Co 5, 7) 

Durante el presente 2025, los cristianos conmemoramos el 1700 aniversario del Primer Concilio Ecuménico de la Historia de la Iglesia, un Concilio que se celebró en Nicea en el año 325 y que, en respuesta a las enseñanzas ampliamente difundidas del teólogo alejandrino Arrio, proclamó el credo de que Jesucristo, como Hijo de Dios, es «consustancial al Padre».

 

El Concilio tuvo lugar en un momento en que la Iglesia aún no estaba herida, maltrecha por los numerosos cismas que se produjeron después. Por ello, su confesión cristológica sigue uniendo hoy a todas las Iglesias cristianas y su importancia ecuménica es grande. El 1700 aniversario es una ocasión propicia para conmemorar este Concilio en comunión ecuménica y reafirmar su confesión cristológica en la que se fundamenta la unidad en la fe.

 

Su relevancia ecuménica radica también en que, además de la confesión cristológica, trató cuestiones disciplinares y canónicas, de las cuales la más importante y al mismo tiempo la de mayor actualidad, es la fecha de Pascua, lo que demuestra que la fecha de Pascua ya era un punto controvertido en la Iglesia primitiva y existían diferentes cálculos cronológicos al respecto. Por ello, el 1700 aniversario del Concilio de Nicea es también una ocasión especial para reanudar e intensificar los esfuerzos por encontrar una fecha de Pascua común.

 

El aniversario del Concilio de Nicea, que formuló la confesión cristológica común a todos los cristianos, ¿podrá proporcionar un renovado impulso para reconsiderar la norma que estableció en relación con la fecha común para la celebración de la Pascua y para reflexionar sobre esta cuestión en las circunstancias actuales?

 

Seguramente un repaso de la historia de la fecha de Pascua, y de las diversas soluciones propuestas al problema del calendario, demostraría que no ha sido nada fácil encontrar una fecha de Pascua común. A la luz de las dolorosas experiencias que han vivido por ejemplo las Iglesias ortodoxas, en particular debido a los cismas provocados por las reformas del calendario, esta cuestión debería tratarse con grande delicadeza.

 

Si el progreso hacia una fecha pascual común requiere todavía diversos esfuerzos, también requiere, y quizá hasta sobre todo, de la voluntad de todas las Iglesias de no absolutizar su propia historia y de no esperar sólo concesiones de los demás. También sería necesario considerar autocríticamente qué contribución puede y debe hacer cada Iglesia a una mayor unidad entre los cristianos.

 

El 1700 aniversario del Concilio de Nicea es, sin duda, una ocasión especial para intensificar los esfuerzos en favor de una celebración común de la Pascua en las Iglesias de Oriente y Occidente, entre otras cosas porque ese año las Iglesias de Oriente y Occidente podrán celebrar de nuevo la Pascua el mismo día, es decir, el 20 de abril de 2025.

 

Un tema importante es la relación de esta cuestión con la fiesta de Pascua y, por tanto, con las raíces judías de la fiesta cristiana. Hoy en día ya no parece del todo claro qué quería decir realmente la regla de Nicea, según la cual la Pascua no debía celebrarse «con» -«meta»- los judíos de la época. Las investigaciones actuales suponen que los Padres conciliares no consideraban suficientemente preciso el cálculo judío de la Pascua y, por tanto, preferían un método más exacto. La decisión del Concilio niceno de que el cálculo cristiano de la Pascua no dependiera del cálculo judío fue malinterpretada en siglos posteriores como si implicara la intención de rechazar cualquier influencia judía. Sin embargo, de ser así, no sólo se trataría de una cuestión astronómica y, por tanto, de calendario, sino que estarían en juego las propias raíces cristianas de la Pascua.

 

En la historia del cristianismo, el distanciamiento del judaísmo se ha hecho cada vez más fuerte, hasta el punto de que el vínculo entre la Pascua cristiana y la Pascua judía, en cuanto a tiempo y contenido, podría romperse sin provocar probablemente grandes problemas teológicos. Sin embargo, hoy en día, cuando se busca una fecha común para la Pascua, hay que tener muy en cuenta el vínculo con la Pascua judía.

 

No sólo en vista de la difícil historia entre judíos y cristianos, y del significativo avance en la relación con el pueblo judío que hizo posible el Concilio Vaticano II con la Declaración «Nostra Aetate», sino también conscientes de la centralidad del Antiguo Testamento en la rica Liturgia de la Palabra durante la celebración de la Vigilia Pascual, no sería una feliz señal que se restara importancia a las raíces judías de la Pascua o incluso que se olvidaran esas raíces al buscar hoy una solución a la cuestión del calendario.

 

Una fecha de Pascua común permitiría también expresar de forma más creíble la profunda convicción de la fe cristiana de que la Pascua no es sólo la fiesta más antigua, sino también la más importante del cristianismo: "¡Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado! Pero si Cristo no resucitó, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe" (1 Co 15,13s). Con estas palabras, el apóstol Pablo San Pablo afirmaba ya con toda claridad que la fe cristiana se sostiene con y en el Misterio Pascual. Dada la importancia central del Misterio Pascual en la fe cristiana, es comprensible que los cristianos deseemos celebrarlo en una fecha común.

 

Es verdad que los cristianos celebramos el misterio pascual no sólo en Pascua, sino que Cristo resucitado está presente en cada celebración de la Eucaristía, especialmente el Domingo como día de su resurrección. Si la Pascua es la fiesta de todas las fiestas cristianas, y si en ella el misterio pascual encuentra su expresión más intensa a nivel de la liturgia de la Iglesia cristiana, este significado profundo de la Pascua podría ponerse de manifiesto más claramente mediante una fecha pascual común, que también daría un fuerte impulso al camino ecuménico hacia el restablecimiento de la unidad de la Iglesia en Oriente y Occidente en la fe y el amor bajo el único primado y señorío, el de Cristo muerto y resucitado. Porque Él es nuestra Pascua.

 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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