domingo, 26 de enero de 2025

¿Un sistema abusivo y pedófilo en la Iglesia?

¿Un sistema abusivo y pedófilo en la Iglesia? 

Cada vez hay voces más explícitas y “de mano dura”. Debemos reconocerlo y confesarlo: hemos permitido que se desarrolle un sistema eclesiástico que, lejos de traer vida y apertura a la libertad, destruye, aplasta y se burla del ser humano y de sus derechos más básicos. Nos vemos obligados a constatar que nuestra Iglesia es un lugar de graves crímenes, de terribles atentados contra la vida y la integridad de niños y adultos

Sí, cada vez hay voces más claras y fuertes. Ya se habla expresamente de un “sistema eclesiástico”. No nos escondamos en la metáfora de las pocas "manzanas podridas", sino que reconocemos que la manera de vivir, de gestionar, de comunicar, de relacionarse dentro de la Iglesia ha permitido víctimas de violencia y abusos sexuales por parte de sacerdotes, religiosos, funcionarios eclesiásticos de diversos niveles y personal laico. Y se comienza a reconocer la responsabilidad institucional de la Iglesia, así como la dimensión sistémica de estos crímenes. 

¿Qué significa? En primer lugar, sin duda, una connivencia silenciosa de la Iglesia hacia los criminales internos, que ya comienza a ser cada vez más reconocida por los obispos franceses: sin saberlo, fuimos cómplices, permitimos que se cometieran actos indecibles, perdimos el tiempo investigando, iniciando diligencias, temblando preguntándonos qué podría pasar, qué podría hacerse o no, temiendo que alguien hablara, recibiendo víctimas y descubriendo nuevas manchas en la reputación de tal persona actuando en nombre de la Iglesia. 

¿Pero eso es todo? Si nos detuviéramos aquí, me temo que una vez más no seríamos capaces de entender plenamente cómo es posible que un creyente (sacerdote, religioso, laico…) pueda hacer estas cosas y cómo esto puede convertirse en un “sistema delictivo o delincuente” dentro de la Iglesia. 

El Papa Francisco ha intentado responder a toda la cuestión, identificando repetidamente la raíz del problema en el "clericalismo", esa actitud de superioridad que se arroga el poder dentro de la Iglesia, en nombre del papel que desempeña y que, desgraciadamente, hasta se puede estar extendiendo también entre los laicos. Personalmente creo que esta respuesta es cierta… aunque todavía es una respuesta parcial. Por supuesto, el clericalismo tiende a convertirse en un estilo de ser creyente y por tanto favorece la instauración de un “sistema”. Pero no estoy convencido de que esto sea suficiente para convertir al "sistema" en delincuente y, sobre todo, en un sistema delictivo de raíz sexual. 

Para que se establezca un sistema de este tipo, tanto los criminales como los conspiradores, deben compartir el enfoque básico de la relación entre la fe, el equilibrio personal y la sexualidad. Esta conexión inconsciente impide a quien quiere denunciar distanciarse, generando la tolerancia de la idea de que es normal que en la Iglesia las cosas sean así, en nombre del pecado original, del diablo, de la poca fe, de… El problema se refiere, pues, al modo como pensamos al ser humano sexuado, al equilibrio antropológico que exige la fe y a la consiguiente forma de espiritualidad que puede sustentar la vida real de quien se piensa así

Pocas personas saben que las primeras condenas a la pedofilia se remontan al siglo III del cristianismo. Pero no se hacen en nombre de la dignidad o del valor de la persona abusada, sino en nombre de la progresiva devaluación de la sexualidad humana que en ese momento comenzaba a tener lugar dentro de la Iglesia. Tanto es así que la pedofilia era considerada exactamente como la homosexualidad y cualquier práctica sexual no orientada a la procreación, incluso aquellas dentro del matrimonio cristiano. En la misma época se fue perfilando una espiritualidad, tomada de las experiencias de los monjes del desierto, en la que el camino hacia la santidad sólo era posible si, mediante la voluntad racional, el creyente mantenía a raya sus instintos. 

Hoy, a través de estudios antropológicos, patrísticos y bíblicos, sabemos que este enfoque encuentra sus raíces más profundas en el estoicismo y, posteriormente, en el neoplatonismo, mientras que está poco arraigado en el Evangelio. Pero la autoridad de los Padres, y más tarde especialmente de Agustín y Jerónimo, hizo que este enfoque se convirtiera en dominante y haya continuado hasta nuestros días. Añadimos además que la “curva” racionalista de la fe de finales del siglo XIX, que llegó hasta el Concilio Vaticano II, contribuyó a poner aún más bajo juicio los instintos y las emociones. Pero resulta que es precisamente este el período en el que la violencia se ha extendido más en la Iglesia, según los datos actuales. 

Por lo tanto, si realmente queremos llegar al corazón del drama de la pedofilia en la Iglesia, debemos reconocer que hay una antropología que necesita cambiar, que necesita recuperar el valor del cuerpo y de la sexualidad como lugares de la presencia de Dios para nosotros y en nosotros. Es decir, que hay una espiritualidad que necesita ser reequilibrada, que necesita recuperar la fuerza de las emociones y los sentimientos como brújulas interiores hacia la santidad. Una vida sexual vivida como un lugar de compensación de las frustraciones de otros niveles no es ni humana ni cristiana. Una vida espiritual en la que la razón domina las emociones y los instintos no es ni humana ni cristiana. 

El camino de la santidad no es el esfuerzo voluntarista, sino la apertura del corazón a la fuerza del amor de Dios. Un sano equilibrio humano de las distintas dimensiones antropológicas reconoce inmediatamente cuándo una compensación pone en riesgo la propia estabilidad y no la acepta, pasando a buscar una solución diferente. La verdadera salida del «sistema» de delincuentes sexuales pasa no sólo por medidas legales y organizativas -por necesarias y justas que sean-, sino también y sobre todo por la reestructuración de los modelos antropológicos y espirituales a los que me refiero. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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