lunes, 27 de enero de 2025

Presentación del Señor en el Templo.

Presentación del Señor en el Templo 

Paz en la tierra a los hombres que Dios ama 

Dios ama a los hombres y les trae la paz. 

Este es el mensaje que reciben los pastores, los sin esperanza, los sin dignidad. 

Daos la paz, sois amados 

Este es el mensaje alto y claro que me llega en esta Presentación del Señor. 

Éste es un día extraordinario. 

Dios ha entrado en la historia, no sólo la ha inspirado, dirigido o asistido. 

Entra en ella. Se hace hombre, es decir, accesible, encontrable. Es el Dios con nosotros. 

Esto celebramos en este misterio. 

Regálate la paz: eres amado. Siempre lo has sido. 

Y ese Dios rendido a nuestra indiferencia, ese Dios marchito que se deja envolver por el cálido abrazo de su madre y del anciano Simeón es la medida de ese amor entregado, desarmado, ofrecido. 

Santa Familia 

Pero hace falta una buena dosis de locura, al proponer en este domingo, la fiesta de la Presentación del Señor, ¡mostrándonos a la familia de Nazaret como modelo a seguir! 

¿Qué clase de modelo puede ser una familia compuesta por un padre que no es el verdadero padre, una madre virgen y un niño que es el hijo de Dios? 

Y, sin embargo, si tenemos el valor de dejar hablar a los acontecimientos, algo se remueve en nosotros. 

Porque, como nos dice Lucas en el Evangelio que acabamos de proclamar, se trata de una familia concreta, real, que tiene que enfrentarse al cansancio y al sufrimiento, a los imprevistos y a los momentos de fatiga de la relación. 

No se trata de una pareja de semidioses. No hay ángeles planchando y haciendo la colada en Nazaret. 

No hay prodigios que acompañen el crecimiento del pequeño Jesús. Ni milagros que impidan a José trabajar y ganarse el pan con esfuerzo. 

Esta familia es ejemplar precisamente por su cercanía a nuestras fatigas y cansancios, a nuestras crisis y rencillas, a las dificultades que deben afrontar y afrontarán como profetiza el viejo Simeón. 

Ninguna vía rápida, la suya, ninguna excepción. 

Dios nace y crece en el ambiente fecundo y precario de las relaciones familiares, de lo cotidiano, de lo inesperado. 

Y esta extraña familia nos recuerda, más que a la dimensión horizontal de las relaciones, a la vertical, a ese Dios del que nace y se alimenta todo amor. Nos recuerda que no es la relación, nuestra pareja, nuestro amor, nuestros hijos, el dios al que sacrificamos todas nuestras esperanzas, el mito y el ídolo cargado de toda expectativa. La familia, incluso el amor, no es más que un reflejo y un trampolín del Amor. 

O se convierte en una fuente de inmenso dolor. 

Simeón 

Simeón está cansado, desanimado. 

Él, el buscador de Dios de la historia, ha tenido el valor de abandonar toda certeza, toda seguridad, a una edad avanzada. No ha tenido miedo de ir hacia sí mismo, de seguir la voz interior de ese Dios sin nombre, sin rostro, que le reta a jugársela, que le promete salvación. 

Pero los años han pasado y no hay heredero que alegre su vejez. La promesa de salvación no se cumple realmente. 

Llegará un niño, después de mucho tiempo, muchas penurias, mucha incertidumbre. 

Simeón aún no lo sabe, pero no es él el destinatario de la promesa, sino nosotros. 

Somos nosotros, buscadores de Dios, los que como Simeón seguimos nuestra llamada interior, para ser la descendencia. 

Por la fe 

El autor de la carta a los Hebreos, él mismo un buscador, canta las alabanzas de la fe de Abraham. Una fe puesta a prueba, que superó mil tropiezos, poniéndose en camino sin saber adónde iba y ofreciendo su hijo al Dios que se lo había dado (sólo para reñir después con Dios por la absurda prueba). 

Creyó Abraham. Y creyó el anciano Simeón. Él también confió incluso cuando el futuro era incierto, incluso cuando el presente era aparentemente ilógico. 

Como también nos ocurre a nosotros. 

No, no sabemos adónde vamos realmente. 

Estamos confusos y cansados de lo que ocurre. No tenemos certezas, nos digan lo que nos digan. 

Pero sabemos que no estamos solos. Que somos amados. 

Date paz a ti mismo: eres amado. 

Aunque partas de la confianza, como Abraham… como Simeón.  

Incluso si, como él, tienes que elegir la atrevida opción de la fe. 

Aunque el cumplimiento de la promesa no sea como esperabas. 

Regálate la paz: eres amado 

Incluso si, como María y José, tu vida da un vuelco como un guante. 

Incluso si te enfrentas a acontecimientos imprevistos que minan profundamente tu serenidad. 

Aunque la banalidad de Nazaret te obligue a replantearte radicalmente tu idea de la santidad y de la presencia de Dios. 

Nosotros 

Se trata, pues, de una fiesta. Una fiesta de lo que somos en concreto. Una celebración de nuestras familias, tal como son. Y de las personas que amamos, sean quienes sean (porque el amor siempre viene de Dios), fuera de estereotipos. 

¿Existe una familia menos convencional que la de Nazaret? 

Celebramos la Presentación del Señor. 

También nuestra familia, santa, habitada por Dios, se presenta ante el Señor. 

Daos la paz: sois amados 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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