viernes, 17 de enero de 2025

Tota pulchra es, Maria!... ¡Eres completamente hermosa María! (A partir del relato lucano de la anunciación).

Tota pulchra es, Maria!... ¡Eres completamente hermosa María! 

Así comenzaba una antigua oración cristiana del siglo IV. 

Los títulos dados a María por la tradición cristiana nunca tuvieron como objetivo celebrarla a ella, sino al Hijo y al misterio de Dios que él nos reveló. Podríamos hablar de la belleza de María, mirando su fe, su humildad y obediencia, pero aún más podemos escucharla, su historia, su evangelio, y contemplar la Belleza que la hizo bella, la Belleza original del don gratuito y libre que Dios ha hecho de sí mismo. 

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen, que se llamaba María”. La belleza te atrae, mientras la buscas descubres que eres tú a quien buscan. Viene en el silencio, en la soledad en la que te reúnes para encontrar el centro de ti mismo y hacer las paces en el campo de batalla que eres. 

Alégrate, llena eres de gracia, el Señor está contigo”. La belleza está ahí para ti, sin ser tuya. Lo ves porque la belleza de algo está en lo que se da. Está cerca, te alegras de ella, pero se esconde, porque quiere ser contemplada, mirada sin ser capturada, poseída, aprisionada.   

María se turbó”. Cuando llega, la belleza nunca nos encuentra preparados. Te atraviesa y te hiere, abre en ti una fisura por la que entra, de puntillas, para ser amada. La belleza crea el espacio para ser acogida, te vacía, y el vacío que crea lo hace suyo, lo habita, lo llena de sí misma. Es un encuentro uno a uno, donde ella pone todo en juego y tú pones todo en juego. Sabes que ese vacío no puede llenarse con nada más. 

¡No tengas miedo! Concebirás un hijo, le darás a luz... y será llamado Hijo de Dios”. La belleza te da confianza, para ser vista con los ojos adecuados, para hablarle a tu corazón y revelar sus tesoros. Te devuelve a la esencialidad, a lo más profundo de tu alma, el espacio sagrado donde puedes acoger la Palabra de vida que todo lo regenera. Te hace pasar de la dimensión estética de los sentidos a la dimensión extática del corazón, contemplas lo que permanece invisible a los ojos. 

¿Cómo sucederá?”. La belleza te obliga a abandonar la tierra de tus certezas, exige un éxodo profundo, te empuja a emprender un nuevo camino. La belleza tiene las alas del aire cuando recién amanece el día, el viento del Espíritu Santo, que viene y va libremente, en su don gratuito. Si lo sigues te vuelves libre. 

Nada es imposible para Dios”. La belleza te habla de un más allá, que no está fuera sino dentro de ti. En este más allá hay un Otro, de quien vienes y hacia quien vas. La belleza es Dios mismo en ti. Es el Logos, el sentido último de todo lo que existe, el sentido que mantiene unidas las multiplicidades, acerca las distancias, recoge los fragmentos dispersos en armonía y unidad. Todo está conectado, nada se pierde en Él. 

Entonces María dijo: hágase en mí según tu palabra”. La belleza no es sólo para ti. Te invita a elevarte, a superarte, a liberarte. Si no vas más allá de ti mismo, no verás la belleza que hay en ti. La belleza es el espacio libre que trae todo para dar el sí. Si las cosas no sucedieran, no habría belleza a nuestro alrededor, no podríamos ver al Hijo en la cruz como el más hermoso de los hijos del hombre, no podríamos vivir de la belleza que creó el mundo y que guárdalo. 

El ángel la dejó”… y viene hacia nosotros. Estamos hechos por la belleza y para la belleza, porque estamos hechos por Otro y para Otro. La belleza es una experiencia de alteridad, de trascendencia, de don. 

Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin” (Laudato Sii 243).  

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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