martes, 7 de enero de 2025

Y el Verbo se hizo carne (I).

 Y el Verbo se hizo carne (I) 

Y después de “el Verbo se hizo carne”, de manos del escultor canadiense Timothy P. Schmalz, esa Verdad se hizo bronce, una estatua de bronce. Un Jesús acostado en un banco, envuelto enteramente en una manta y con los pies descubiertos, en el que aparecen claramente los signos de la crucifixión. 

Un Jesús sin hogar, sin morada, sin un lugar al que volver cuando cae la noche, sin alguien que le prepare la cena, sin un lugar donde reclinar la cabeza: un Jesús que refleja la imagen, la soledad y el estado de abandono de muchas personas. Un Jesús que, durmiendo en un banco, se aleja de cualquier forma de codicia; un Jesús que, envuelto en un ligero manto, se destaca entre quienes se adornan con ropas lujosas; un Jesús que, dejando al descubierto sus pies sobre los que se desató una brutalidad despiadada, no dejó lugar a dudas: es Él. Solo. 

Y cuanto más miro la foto de esa estatua, más la reconozco. Es el Jesús al que tantos, muchos, siempre se han referido: sencillo, nacido para vivir de lo esencial, artista, poeta de la calle, del cielo y de la vida. Y lo imagino levantándose de ese banco y corriendo hacia niños y niñas a quienes no les importa la arena que quedó en sus uñas mientras en él escribía el comienzo de una nueva vida de una mujer a la que nadie le hubiera dado otro aliento. 

No me resulta difícil imaginar que Jesús, levantándose de aquel banco y caminando por calles, visitando lugares que si no hubiera sido por Él ni siquiera existirían, se pregunte qué pasó con su sueño, su enseñanza y su amor por todo esto que es amor: aquello que para brillar no necesita oro ni dinero ni riqueza alguna y que para acoger no necesita espacios y lugares inmensamente grandes y a la vez, al mismo tiempo, inmensamente indigno de ser atribuido a Él. 

Lo imagino levantándose de esa dureza y corriendo hacia aquel que ha cubierto su corazón de dureza: por miedo a verlo todavía herido y quebrantado; lo veo correr hacia aquellos que conocen bien la dureza y ni siquiera saben lo que es la suavidad, la de una almohada, la del pan recién horneado, la de una mano que no tiene miedo ni se avergüenza de acariciar rostros que nadie mira, de los que nadie se acuerda; lo veo correr hacia los que no han dejado de correr, lo veo perseguir y lo veo esperando a los que prefieren dar vueltas inmensas para llegar a su destino, porque ha aprendido que los atajos no dan tiempo suficiente para disfrutar del sol. 

Lo veo levantarse de ese banco, para hacer sitio, para dejar su puesto a los que no tienen un lugar y a los que, a pesar de tenerlo, siempre lo encuentran ocupado por amantes de los atajos. 

Una estatua de Jesús sin hogar… muy probablemente para recordar que Jesús prefirió, prefiere, los jardines a los palacios y para recordar que, aunque bello y espectacular el techo de una iglesia, de una casa, nunca alcanzará la belleza y la poesía que el cielo de las mil y una estrellas siempre ha contenido y revelado. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Las discapacidades en las guerras.

Las discapacidades en las guerras   La discapacidad, en un contexto de guerra, no es algo imprevisto. Es uno de los resultados más reconocib...