miércoles, 26 de febrero de 2025

Acoger, escuchar, acompañar.

Acoger, escuchar, acompañar

Creo que habría que pensar otorgar a la pastoral una calificación “triple AEA”, similar a otras certificaciones en tantos y tan variados ámbitos y áreas. 

La relación pastoral –más aún que las estructuras, los espacios y el mobiliario– necesita y merece recibir una certificación “triple AEA”: Acogida, Escucha, Acompañamiento. 

Acoger 

La primera actitud pastoral que debemos adoptar es la de la acogida. Puede parecer obvio pero no lo es, sobre todo en este momento en el que todos estamos hipersensibles. 

Acoger significa, en concreto, actuar de manera que facilite y no complique las cosas y la vida del otro. El sábado es para el hombre, no el hombre para el sábado, las reglas y las normas son para la persona, no al revés. Evitemos caer en el legalismo por el legalismo, en dejarnos atrapar por trampas y ataduras, perdiendo de vista lo más importante, el valor y el bien del otro. 

Esto significa tener una visión optimista y no pesimista, evitar la prueba de intenciones, alimentar la confianza y no la sospecha, considerar y tratar al otro como un aliado/ayudante y no como una amenaza potencial: así se acoge y se siente acogido. 

Escuchar 

El significado de la acogida es escuchar. Saber cultivar el arte de escuchar significa aprender de los aparcacoches de nuestras ciudades: cuando quieres entrar en una plaza de aparcamiento que ya está ocupada, un buen aparcacoches se encarga de liberar ese espacio para que puedas utilizarlo. Escuchar significa permitir que la otra persona libere su “caja mental” para que acepte dejarnos usarla. 

Metafóricamente hablando, se trata de permitir a nuestro interlocutor expresarse, liberando espacio emocional y mental, creando así la posibilidad (el lugar) para que podamos transmitir nuestros mensajes. Mientras su mente y su corazón estén ocupados con sus opiniones y preocupaciones le será muy difícil pretender entrar: ¡no hay lugar y no le hemos dado la posibilidad de obtenerlo! 

Escuchar no significa «hacerse escuchar», sino asegurarse de que el otro «se siente escuchado»: antes de hablar, pues, hagamos preguntas; antes de informar, pedimos información; antes de dar instrucciones, recogemos sugerencias… 

Como saben los buenos aparcacoches, para saber escuchar es necesario practicar y mejorar el arte de la negociación: saber prever y aceptar los posibles conflictos y utilizar un enfoque y gestión eficaz de los mismos, a través de una flexibilidad que lleve a ver reconocidas las diferentes posiciones sin renunciar a las propias razones. 

En resumen, si escuchamos seremos escuchados a nuestra vez, de lo contrario la mayoría de las veces terminamos sin entendernos o, peor aún, discutiendo sobre ese lugar "que yo había visto primero"... 

Acompañar 

Sólo cuando hemos escuchado podemos imaginarnos capaces de acompañar. 

Acompañar significa no dejar a las personas solas, es decir, recorrer juntos el camino, ir juntos a un lugar determinado, compartir la experiencia. Acompañar es fruto del cuidado y del interés genuino: acompañamos y somos acompañados sólo por aquellos en quienes confiamos o nos importan. No siempre es cierto que “quien lo hace por sí mismo lo hace por tres”, pero siempre es cierto que quien está solo, solo permanece. 

En este período de incertidumbre en el que se multiplican los momentos de inseguridad, poder contar y ofrecer acompañamiento es extremadamente precioso: acompañar y ser acompañado son el resultado más hermoso de haber acogido y escuchado, porque así es más fácil dar sentido a lo que sucede. 

En muchos casos el acompañamiento se expresa a través de la capacidad de narrar, de proponer historias y relatos que arrojen más luz sobre el camino, sobre la vida, ayudando a recorrerla. 

Si escuchar significa saber hacer preguntas, el arte de acompañar consiste en saber contar historias y tener historias que contar. 

Ser bueno en el arte del acompañamiento significa también saber mantenerse a la distancia justa y en la posición justa: no se acompaña poniéndose delante, en frente o detrás de la otra persona, sino poniéndose a su lado. No basta simplemente “hacer espacio” sino que hay que hacerse disponible para “dejar entrar”, es decir, pasar de la acogida a la hospitalidad: en definitiva, aprender de la parábola y del estilo del Buen Samaritano. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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