martes, 11 de febrero de 2025

Bienaventurados nosotros.

Bienaventurados nosotros 

Al parecer, Mahatma Gandhi consideraba el Sermón de la Montaña de Mateo como la página más iluminadora de la literatura universal. 

Una página que ha inspirado a muchas personas a lo largo de la historia y que se considera, con razón, la Carta Constitucional del Reino de Dios. Se trata de un discurso que Jesús pronuncia a orillas del lago Tiberíades, en el norte de Galilea, no lejos de su casa familiar en Nazaret y Cafarnaún. 

Un discurso en el que los Evangelistas Mateo y Lucas resumen de modo sapiencial gran parte de la doctrina del Nazareno, proponiéndolo como un nuevo Moisés que entrega las «nuevas» tablas de la Ley. Y el discurso programático de las Bienaventuranzas es un texto poco conocido, por desgracia, por los propios cristianos y aún menos comprendido... 

Son afirmaciones demoledoras, son aseveraciones que, si se toman en serio, trastocan nuestras perspectivas, trastornan nuestras (pocas) certezas. Quizá por eso se ignoran casi por completo. 

Bienaventurados los bienaventurados 

Jesús indica apodícticamente en qué consiste la felicidad, el sentido de la vida, la plena realización. ¡Por fin había llegado el momento! 

Pero en una primera lectura uno se queda desconcertado ante lo que se relata. 

Jesús parece ensalzar la pobreza, el llanto, la resignación, la persecución… 

¿Pero cómo? ¿Confirma Jesús la terrible impresión que dan muchos cristianos de ser almas sufrientes y llorosas? ¿Confirma Jesús la idea de la vida como una concatenación de desgracias y de un cristianismo dolorido y crucificado? ¿Volvemos al tópico del cristianismo como religión que exalta el sufrimiento como instrumento de expiación? 

Yo creo que no. 

En realidad, Jesús nos propone una auténtica revolución interior. 

Bienaventurados 

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 

Es decir, bienaventurados los que son conscientes de su pobreza interior, de la limitación que llevamos tallada en el corazón y que, por eso, miran a otra parte, buscan sentido. Pero bienaventurados también los que viven con un corazón sencillo, esencial, transparente. Bienaventurados porque, aunque no se den cuenta, dejan que Dios reine en ellos. 

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. 

Bienaventurados los que, aun sufriendo, saben volver la mirada más allá del horizonte, hacia el Dios que hace compañía, que está con los solitarios. Bienaventurados los que saben que la vida forma parte de un gran plan, y que aunque la historia humana individual sea descorazonadora, sea derrotada, el gran plan de Dios avanza. Bienaventurado quien descubre que la vida es preciosa a los ojos de Dios, que ningún hombre, jamás, está solo y abandonado, que hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados (Mt 10,30) y las lágrimas recogidas (Sal 56,9), porque el Dios de Jesús protege a los gorriones que se venden por dos céntimos (Lc 12,6). El sufrimiento, pues, no es la última palabra de la vida. 

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 

Bienaventurados los que no ceden a la violencia que llevan dentro, los que ven el lado positivo de las personas, los que creen en la redención del hombre. Aunque los malvados ganen en la superficie, la verdadera historia, la historia de Dios, llega a través de las personas que han imitado a Dios en su mansedumbre compasiva. 

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. 

Bienaventurados los que no ceden ante la injusticia, que saben jugársela, que son auténticos y sinceros, que cargan con el peso de sus opciones y de sus errores. Bienaventurados los que no ceden a la seducción del compromiso, de la astucia malévola, del perfil bajo. 

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos encontrarán misericordia. 

Bienaventurados los que, como Dios, miran la miseria con el corazón, los que no se juzgan a sí mismos y a los demás sin piedad, los que exigen responsabilidad y coherencia, pero no hacen de la justicia un ídolo. Si juzgan a los demás con verdad y compasión, encontrarán verdad y compasión para sí mismos. 

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 

Bienaventurados los que tienen una mirada transparente, que no son ambiguos, que no tienen malicia, que no ven siempre y sólo lo negativo, que no se pasan el tiempo señalando las sombras de los demás para suavizar las suyas, su pureza se convierte en una transparencia desde la que pueden acceder a Dios. 

Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios. 

Bienaventurados los que apuestan por la paz, que son pacifistas porque están pacificados, que no hacen de su raza, de su país, de su religión un ídolo. Bienaventurados los que no sólo hablan de paz, sino que la construyen día a día con sus acciones. 

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y, mintiendo, digan toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque grande es vuestra recompensa en los cielos. Porque así persiguieron a los profetas que os precedieron. 

Bienaventurados los que asumen su responsabilidad, los que no la trasladan a los demás, los que tienen el valor de pagar hasta el final por sus decisiones, y también por sus errores. Bienaventurados los discípulos que no reniegan de su fe por miedo. 

A Mahatma Gandhi le asombró esta página evangélica. 

Es una lógica que convence. Cuesta vivirla, sinceramente, pero hay algo que invita a creer en ella. 

Jesús la vivió en primer lugar. Jesús, con coherencia, mostró que es posible vivir, sostenido por el Espíritu, en la lógica de Dios. 

Y en estos tiempos, en este barco de la historia y del mundo que se hunde de insultos y arrogancia, de minimalismo ético y de facilismo moral, Dios sabe cuántos discípulos que intentan creer y vivir las bienaventuranzas hacen falta... 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

1 comentario:

  1. Muchas gracias por la catequesis, profunda, que has ido haciendo de las Bienaventuranzas... Has abierto toda una perspectiva mucho más amplia.

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