lunes, 10 de febrero de 2025

Bienaventuranzas (V).

¿Qué es una bienaventuranza? ¿Qué significa proclamar bienaventurado a alguien? 

Las bienaventuranzas pertenecen al lenguaje sapiencial, es decir, a ese lenguaje bíblico que trata de definir el sentido de la existencia en la fe. 

La bienaventuranza tiene dos características: por una parte, constata una situación; por otra, amonesta a sus oyentes. Si de hecho señala públicamente un estado de alegría, de satisfacción, de felicidad, al mismo tiempo indica una determinada conducta a seguir para alcanzar esa condición. 

Pero la bienaventuranza también recurre a la dimensión emocional del lenguaje, instando al oyente a inflamarse de deseo por una situación deseable, envidiable. 

Por último, hay que añadir que la bienaventuranza posee siempre un carácter netamente religioso, sin dejar de estar estrechamente vinculada a la esfera de la vida humana: consigue introducir sentimientos profundamente religiosos incluso en el caso de proclamaciones de felicidad más terrenales. 

Las bienaventuranzas de Lucas, en marcado contraste con los ayes, se dirigen directamente a la gente y la describen como gente pobre, frente a los ricos; como gente hambrienta, frente a los saciados; como gente que llora, mientras otros ríen; como un grupo perseguido, frente a los halagados. 

No se trata de condiciones espirituales, sino de situaciones concretas, económicas y sociales muy dolorosas. Son los excluidos. Las tres primeras bienaventuranzas, en particular, no indican categorías distintas, sino un mismo grupo visto desde tres ángulos diferentes: los pobres son los que padecen hambre y que, a causa de esta indigencia, lloran. La cuarta bienaventuranza, más extensa que las tres primeras, se refiere claramente a los que siguen a Jesús y son perseguidos. 

A todos ellos se les promete un bien futuro, en el cielo (Lc 6,23), cuya garantía se ofrece ya en el presente: Vuestro es el Reino de Dios (Lc 6,20). Aunque los discípulos a los que Jesús se dirige estén privados de bienes materiales, sean frágiles, marginados y perseguidos, sin embargo sus condiciones de vida actuales se invertirán cuando Dios los rehabilite en el Reino. La inversión de los destinos de estos pobres concreta la promesa del profeta Isaías proclamada por Jesús en Nazaret como Año de Gracia (Lc 4,18-19). 

El segundo grupo al que se dirige Jesús no es maldito, sino advertido sobre el futuro. 

Las «bienaventuranzas invertidas» son introducidas por un eficaz ay -en griego “ouaí”-, que se hace eco del término “hoy” del Antiguo Testamento, la típica interjección utilizada por los profetas al comienzo del lamento fúnebre (cf. Amós 5,18; Oseas 7,13; Isaías 1,4). 

En otras palabras, Jesús no maldice a los ricos, sino que entona irónicamente un canto fúnebre sobre ellos, para que los oyentes comprendan y hagan un cambio. Los ayes son, pues, severas advertencias que instan a la conversión de los ricos, de los saciados, de los que se ríen y a los que el mundo respeta. Ellos ya tienen su consuelo (Lc 6,24), a diferencia de los pobres que están en posesión del Reino de Dios (Lc 6,20). 

Tal inversión expresa la misma lógica que se canta en el Magnificat (Lc 1,51-53) y anticipa lo que se dirá en la parábola de Lázaro y el rico (Lc 16,19-31): la situación actual en la que uno se encuentra no agota la existencia, Dios está preparando algo radicalmente nuevo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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