Celebramos el Carnaval: nada humano nos es indiferente
A veces tenemos la sensación de volvernos un poco esquizofrénicos cuando pensamos y hablamos sobre el Carnaval… Por una parte, estamos muy contentos de decir que el Carnaval tiene derecho a ciudadanía… pero, por otro lado, evitamos considerarlo espiritual y teológicamente...
¿Es, pues, el carnaval una de esas cosas que no se pueden aceptar desde una perspectiva cristiana, pero que no se pueden evitar desde una perspectiva humana? Si así fuera, ¿en qué sentido el cristianismo sería verdaderamente humano?
El origen del Carnaval es sin duda “pagano”: el culto a la fertilidad y la evocación de los espíritus van juntos. El cristianismo tuvo que levantarse contra esta idea y hablar de un exorcismo que expulsa a los demonios que hacen a los hombres violentos e infelices… Después del exorcismo surgió algo nuevo, completamente inesperado, una serenidad demonizada: el Carnaval fue vinculado al Miércoles de Ceniza, como tiempo de alegría antes del tiempo de la penitencia, como tiempo de serena ironía que dice alegremente la verdad que puede ser muy estrechamente ligada a la de la penitencia.
De este modo, el Carnaval, y en la línea del sabio y predicador del Antiguo Testamento, puede enseñarnos: «Hay tiempo de llorar y tiempo de reír...» (Eclesiastés 3,4).
Incluso para el cristiano no es siempre tiempo de penitencia. También hay un momento para reír. El exorcismo cristiano ha destruido las máscaras demoníacas, provocando una sonrisa sincera y una risa abierta.
Todos sabemos que hoy en día el Carnaval está a menudo muy alejado de determinado clima y se ha convertido, en cierta medida, en un negocio… Pero el cristianismo no ha luchado contra la alegría, sino a su favor. La lucha contra los demonios, y en favor de la alegría, están estrechamente unidas: el cristiano no padece de esquizofrenia porque la fe cristiana es verdaderamente humana.
Que el Carnaval no sea una fiesta religiosa, tampoco supone que pueda ser concebida sin el calendario de fiestas litúrgicas. Por eso, una reflexión sobre su origen y su significado también puede ser útil para comprender la fe cristiana.
Seguramente las raíces del Carnaval son muchas… En el calendario de festividades judías, corresponde aproximadamente a la fiesta de “Purim” que conmemora la salvación de Israel de la inminente persecución de los judíos en el Reino de Persia: la alegría desenfrenada con la que se celebra la fiesta quiere ser expresión del sentido de liberación que, en este día, no es sólo un recuerdo, sino una promesa: quien está en manos del Dios de Israel está libre de la trampas de sus enemigos.
Al mismo tiempo, detrás de esta celebración “profana”, que sin embargo tuvo y tiene su lugar en el calendario religioso, está ese conocimiento del ritmo del tiempo, válidamente expresado en el Libro del Qohelet.
No cada momento es el momento adecuado para todo: el hombre necesita un ritmo, y el año le da este ritmo, en la creación y en la historia que la fe presenta a lo largo del año. Hemos llegado así al año litúrgico, que hace recorrer al hombre toda la historia de la salvación al ritmo de la creación, ordenando y purificando así el caos y la multiplicidad de nuestro ser.
En este ciclo de creación y de historia ningún aspecto humano queda fuera, y sólo así se salva todo lo que es humano, tanto los lados oscuros como los luminosos, lo sensual tanto como lo espiritual.
Todo recibe su lugar en el todo que le da sentido y lo libera del aislamiento. Sería, pues, una locura querer prolongar el Carnaval como quieren los negocios… Ese tiempo arbitrario se convertiría en aburrimiento, porque en él el hombre se convertiría en sólo creador de sí mismo, se quedaría solo y se encontraría verdaderamente abandonado. El tiempo ya no sería el don múltiple de la creación y de la historia, sino el monstruo que se devora a sí mismo, el engranaje vacío de lo eternamente mismo, que nos haría girar en un círculo sin sentido.
A estas alturas del año en el Carnaval está también el rito de la expulsión del invierno y el exorcismo de los poderes demoníacos. La peligrosa lucha con los demonios se transforma en alegría ante la gravedad de la Cuaresma.
En esta divertida y simpática mascarada ocurre lo que a menudo encontramos en los salmos y profetas: se convierte en una burla de aquellos dioses a los que quienes conocen al verdadero Dios ya no necesitan temer.
Las máscaras de los dioses se han convertido en un espectáculo divertido, que expresa la alegría desenfrenada de quienes saben encontrar humor en aquello que antes daba miedo. En este sentido, en el Carnaval está presente la liberación cristiana, la libertad del único Dios.
Todos los momentos del Carnaval están marcados por la transgresión de tal manera que se logra una liberación temporal de las obligaciones de la convivencia civil y de las jerarquías para dar espacio al derrocamiento del orden, a las bromas e incluso al desenfreno…
El Carnaval es la representación de una renovación simbólica, durante la cual el caos sustituye al orden establecido, que sin embargo, una vez terminado el período festivo, resurge nuevo o renovado y garantizado por un ciclo válido hasta el comienzo del siguiente Carnaval.
Sea como representación del caos cósmico, sea como dramatización del caos social, el Carnaval interactúa fuertemente con la esfera espiritual-religiosa.
En el primer caso, el paso del caos al cosmos, es evidente la referencia a la intervención divina, con la que es necesario renovar periódicamente un diálogo fecundo.
En el segundo caso, el caos social, reconocer a la fiesta la función de impugnar, suspender o incluso subvertir ciertas normas sociales, así como las autoridades que las garantizan, incluso si ello conduce a excesos, es sin embargo parte de un perímetro en el que los comportamientos más extremos están previstos y confinados dentro de límites espacio-temporales delimitados y en última instancia sirven para reiterar la necesidad de un orden unitario incluso si idealmente nuevo o al menos renovado.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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