jueves, 27 de febrero de 2025

Cuaresma, un camino diferente y alternativo.

Cuaresma, un camino diferente y alternativo 

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo” (Lc 4,1-2). 

Comenzamos los días difíciles hacia la Pascua: la invitación no es a vivirlos como un calendario anual sino como un riesgo, un acontecimiento inesperado: la paradoja, precisamente, del Amor que nos provoca a ir ‘más allá’. 

El inicio de estos cuarenta días, tan habituales pero, por gracia, siempre nuevos, parte de nuestra mirada que se encuentra y choca con la dolorosa realidad de nuestro presente, disponibles a buscar todavía a ese Padre que hace correr ríos en el desierto, hace brotar vida nueva, y nos invita al canto, a la alegría, a la liberación de todo miedo, trasladando todo lo que experimentamos a la dimensión de la gratuidad, de la celebración, de la festividad. 

Estamos llamados a hacer memoria de Cristo en esta historia tan difícil, para que la gente no piense que el Evangelio es sólo un decorado de cuento de hadas, una literatura para calentar el corazón, un consuelo banal destinado a desvanecerse tan pronto como volvamos a los problemas de nuestro tiempo y de nuestras vidas cotidianas. 

Necesitamos una inmersión aún más fuerte en el misterio que estamos celebrando: necesitamos vivir profundamente la Palabra junto con el paso existencial, histórico, físico del misterio de Cristo. 

Jesús, el Señor, Cristo, Dios hecho hombre, sigue caminando en nuestra historia y se deja reconocer precisamente en aquellas dimensiones que habitualmente evitamos: el límite, la herida, la pobreza, el vacío. 

El primer ejercicio que nos pide la Cuaresma es entrenar nuestra capacidad de dejarnos desorientar, en la búsqueda de Dios hecho hombre que pasa por nuestra historia en el signo del límite, de la fragilidad, de la vulnerabilidad. El otro ejercicio, consecuente, es reafirmar con fuerza y ​​dulzura nuestra esperanza en la dignidad de las personas, cuando todo –la política, la economía, la misma antropología– parece querer borrar el rostro humano. 

¿Dónde está la Pascua del Señor Jesús? Esta es la pregunta que debemos hacernos a nosotros mismos, a la Iglesia, a quienes encontramos en el camino y al tiempo presente. 

Tantas veces, de hecho, tenemos la idea de una experiencia mecánica de Cristo, como si se tratase de encontrar y apretar el botón justo... Pero ésta es una perspectiva incompatible con ese amor que se entrega, se confía al Hijo, que es devuelta por Él al Padre y desde el Padre a través del Hijo, en la economía del Espíritu, se siembra en todas direcciones, en esta realidad nuestra. 

En nuestras ciudades tan distraídas, en esta sociedad ahora saturada de señales, de comunicaciones, de imágenes, los creyentes debemos ser testigos de una fe que incluya lo inesperado como posibilidad, a través de la cual volvamos a conmover nuestros corazones y los de nuestra humanidad, la de los muchos que ya no esperan nada, y si esperan algo, lo esperan con miedo, convirtiéndose en rehenes, encerrándose en casa, en la intimidad, o abandonándose a una indeterminación que priva a la libertad de su propia identidad, negándola al mismo tiempo que se quisiera afirmar con intransigencia (o desesperación). 

Que el Espíritu nos visite, nos abra a lo inesperado, nos desoriente con aquel amor —al mismo tiempo radical y desestabilizador— que el Señor Jesús ofreció y mostró a cuantos encontró en su camino. Este es el punto de partida de nuestro camino hacia Jerusalén, hacia la Pascua de Cristo, hacia la paradoja de la entrega de un Dios que se despoja de toda prerrogativa divina para ir al encuentro de cada hijo perdido. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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