lunes, 10 de febrero de 2025

Cómo responder a la tentación autoritaria.

Cómo responder a la tentación autoritaria

¿Cómo un sistema se vuelve autoritario? Es la gran pregunta que se está haciendo realidad, y que vemos tomar forma día a día en los decretos firmados por Donald Trump para borrar toda práctica de inclusión y todo rastro de bienestar de la administración estadounidense, en las proclamas de anexión de estados y territorios soberanos, en la denuncia y secesión de las organizaciones internacionales y supranacionales… Mientras Elon Musk —a quien Time retrataba en portada ya sentado en el escritorio presidencial— invita a los alemanes a votar a los neonazis de Alternative für Deutschland, "porque sólo la AfD puede salvar a Alemania". 

Todos los "ismos" de la reacción, todas las pesadillas del siglo se reúnen en torno a la Casa Blanca en estas primeras semanas de la revolución conservadora que amenaza con incendiar el mundo desde Washington: aislacionismo, colonialismo, nacionalismo, soberanismo, imperialismo, en nombre de un Dios despótico y vengativo, alistado con los poderosos y dispuesto a dispersar a los desesperados con rayos trumpianos, que incineran la era de la democracia liberal. 

Todo a nuestro alrededor ha cambiado, porque se ha roto el viejo código occidental que mantenía unidos a Parlamento, gobierno y oposición dentro de un sistema reconocido y aceptado, donde derecha e izquierda, las dos criaturas políticas del siglo XIX, seguían compitiendo por el consenso representando dos interpretaciones diferentes de una herencia común. 

Este canon occidental ya no existe, porque la nueva derecha, al situarse fuera del sistema y al mismo tiempo guiarlo, lo ha pisoteado, sustituyéndolo por una nueva concepción del poder, entendido como el ejercicio directo de la voluntad popular. 

Incluso la derecha y la izquierda ya no son antagonistas directos, pues la derecha está involucrada en un juego contra toda la cultura liberal-democrática que ha permeado las instituciones de la posguerra, y por lo tanto dirige su fuerza revolucionaria contra las piedras angulares del sistema, para hacerlo estallar. 

Por supuesto, habrá elecciones intermedias, y luego o además cuatro años pasarán rápidamente: pero las pruebas de las garantías democráticas corren el riesgo de ser un arma contundente contra la furia desconstituyente que está en acción y que quiere utilizar el viento negro de esta legislatura para cambiar para siempre la naturaleza de los Estados democráticos renacidos del repudio de las dictaduras en la opción de la libertad. 

El desafío es romper el vínculo entre el Estado y la democracia, fuente de la civilización occidental durante los ochenta años posteriores a la guerra. Hay que esterilizar pues el concepto de democracia liberándolo de las ataduras de los procedimientos liberal-democráticos, de las herencias históricas como el antifascismo, del equilibrio y de la separación de poderes para llegar a un Estado neutral, sin historia o en todo caso sin alma, porque las historias se vuelven todas una misma cuando no hay distinción de valores y consecuente jerarquía. 

Este Estado, finalmente, puede ser el instrumento de un poder libre de todo límite, que transforma el consentimiento en supremacía y el gobierno en dominación

Está claro que en este momento la Unión Europea se ha convertido en un bochorno, (alguien lo califica de “vergüenza”) y el Occidente ya no está allí. Sólo queda la nación, refundada sobre una deformación ideológica de la verdad histórica, con roles definitivamente subordinados a los Imperios hegemónicos. 

La simplificación desde arriba y el populismo constitucional de “reformas” serán responsables de construir una nueva forma de legitimidad cercana al poder y al pueblo. El carisma del éxito, el dinero y la innovación de los nuevos señores feudales tecnológicos del trumpismo bendecirán esta obra de deconstrucción bautizándola como innovación, intentando así fundar la regresión constitucional en un nuevo modelo de racionalidad postdemocrática y futurista. 

Ahora bien, ¿cómo es posible que esta perspectiva no genere un rechazo, una rebelión o al menos una objeción universal? 

Con el fin de la opinión pública, fragmentada en muchas opiniones privadas gastadas en vano en las redes sociales, consumimos el proyecto trumpiano de democracia autoritaria en episodios únicos que reducen el plan reaccionario a pastillas, nos impiden leer su alcance y, de hecho, desfilando a su vez en la pantalla, espectacularizan la subversión, transformando cada frase y cada gesto en un número circense aislado, mientras que en realidad son la realidad. 

La segunda razón es la dimensión planetaria del desafío lanzado por la nueva derecha, difícil de afrontar cuando mezcla consensos, miles de millones, plataformas sociales y tecnointeligencia para dar forma no sólo a una nueva política, sino a una nueva cultura universal: ya se está instalando una nueva ley autoritaria allí donde la ley se separa de la moral, como lo están experimentando los migrantes, vanguardias simbólicas de las consecuencias de esa separación. 

Finalmente, está el desencanto democrático, el cansancio del ciudadano en estos años de crisis en seguir el trabajo cotidiano de la democracia

Theodor Adorno decía que la tentación autoritaria volverá a manifestarse en los sistemas democráticos cuando estos no se demuestren "a la altura de su propio concepto", es decir, cuando la democracia no cumpla sus promesas.

Todo esto demuestra que no basta con una respuesta tradicional. Debemos aprovechar el nudo de la contradicción, impugnar la interpretación que la derecha hace de lo nuevo, devolver la eficacia a la práctica democrática, que garantiza nuestra libertad

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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