jueves, 6 de febrero de 2025

El Papa Francisco y las comunicaciones sociales.

El Papa Francisco y las comunicaciones sociales 

La realidad es tal porque está mediada por el significado”. Estas son las palabras de Bernard Lonergan, uno de los grandes pensadores del siglo XX, conocido por su gran capacidad para profundizar, de manera interdisciplinaria, en temas antropológicos (y no sólo). 

Independientemente del contexto en el que el teólogo escribió estas palabras, es interesante notar cómo el sujeto está llamado a vivir no en el mundo de la inmediatez, sino a través de la mediación del significado, fruto de una experiencia vivida que le permite conocer la realidad en la que está inserto. 

La comunicación mediática desempeña un papel esencial en el campo de la “educación” y de la “información”, ya que se interpone entre las personas y una realidad que, por razones obvias, es imposible de conocer siempre de forma directa e inmediata, si no es precisamente a través de un significado que viene del exterior, y por tanto de los medios de comunicación. 

De hecho, cuando no hay un significado que surja de la propia experiencia, se asume a través de otras modalidades: los medios de comunicación son precisamente capaces de ofrecer uno o más significados. 

En este contexto, se puede comprender la fuerza contenida en las palabras que el Papa Francisco escribió con ocasión de la 59 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el pasado 24 de enero: “Compartan con mansedumbre la esperanza que hay en sus corazones (cf. 1 P 3, 15-16)”. 

En un tiempo como el nuestro, en el que –afirma el Papa– “la comunicación no genera esperanza, sino miedo y desesperación, prejuicios y resentimientos, fanatismo e incluso odio”, aplanando la complejidad de la realidad para provocar reacciones instintivas y a menudo incluso agresivas, llegando incluso a manipular la opinión pública mediante informaciones alteradas o falsas, es necesario “desarmar la comunicación”. 

Los sistemas digitales insertan en la mirada cognitiva de las personas algunas lógicas de progreso y de mercado, capaces de modificar colectiva e individualmente la percepción misma de la realidad, de modo que el otro, sea quien sea, se convierte en un enemigo a combatir y destruir, no por maldad, sino para salvaguardar la propia identidad. 

Y todo esto acaba contaminando la esfera de las relaciones en todos sus aspectos: la relación con uno mismo, con los demás, con la creación..., hasta el punto de afectar silenciosamente y muchas veces involuntariamente incluso la relación con el Creador. 

Y todo esto, además, se debe al significado que ofrecen los medios de comunicación que, interponiéndose entre las personas y la realidad, van minando ese deseo de verdad y de libertad en el que se injerta el don de Dios llamado “esperanza”. 

La verdadera y urgente dificultad reside precisamente en mostrar cómo el significado ofrecido no corresponde a la realidad real, sino que es simple y dramáticamente una alteración de ella. 

El Papa Francisco cita al escritor Georges Bernanos, según el cual “sólo tiene esperanza quien ha tenido el coraje de desesperar de las ilusiones y de las mentiras en las que encontraba seguridad y que confundía falsamente con esperanza”. Palabras muy fuertes que encierran también una posible salida a la crisis provocada por un sentido violento: tener el coraje de desesperar de las ilusiones y de las mentiras. 

Pero ¿cómo es posible experimentar este coraje si cada persona está inmersa en un océano de significados que parecen verdaderos y generan una sensación constante y general de seguridad? ¿Dónde podemos encontrar la fuerza para salir de una situación cómoda que puede fácilmente mezclarse con la luz del optimismo, para encontrarnos con algo nuevo y desconocido? 

Está claro que con las propias capacidades es difícil tener éxito. Necesitamos “maestros” capaces de sacudir a las diferentes generaciones y sacarlas del letargo de una ideología, para insertarlas de un modo nuevo en una realidad, mucho más compleja que las respuestas fáciles y de bajo coste que se ofrecen, y al mismo tiempo mucho más sencilla que las muchas abstracciones conceptuales de los falsos profetas. Necesitamos maestros que puedan dar a los hombres y mujeres de hoy una mirada verdadera a la realidad. 

Pero para que todo esto no se transforme en una utopía estéril y conduzca, a la espera de una solución, a una actitud infructuosa de pasividad, el Papa Francisco pide a las personas, a partir de su propia experiencia cotidiana, convertirse en portavoces de otra cultura, que no nace de un optimismo ciego, encaminado a anestesiar el drama de la realidad, sino de buscar y dar voz a esos pequeños gestos que son capaces de resistir, sin sucumbir, a las tempestades de la vida y que germinan precisamente en los lugares más inesperados: “en la esperanza de las madres que rezan cada día para ver a sus hijos regresar de las trincheras de un conflicto; en la esperanza de los padres que migran entre mil riesgos y vicisitudes en busca de un futuro mejor; en la esperanza de niños que pueden jugar, sonreír y creer en la vida incluso entre los escombros de la guerra y en las calles pobres de las favelas”. 

En un tiempo en el que tal vez parecen faltar los grandes maestros de vida del pasado, capaces de agitar las aguas de la existencia de generaciones enteras, el Papa Francisco invita a todos, en general, a hacer su parte: a salir del letargo de la tranquilidad y a buscar esos pequeños gestos que todavía son capaces de reavivar la esperanza y hacer que el corazón esté siempre inquieto. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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