lunes, 17 de febrero de 2025

El vientre de la Escritura: la lengua materna de Dios.

El vientre de la Escritura: la lengua materna de Dios 

No tiene sentido ocultarlo: desde la época moderna tenemos problemas con la lectura teológica de la Biblia (es decir, la relación entre exégesis, teología, espiritualidad…). ¿Cómo podemos leer la Biblia de manera literal, histórica y crítica, y al mismo tiempo extraer de ella un significado revelador, uno que no sea yuxtapuesto, pero que tampoco sea una simple repetición de las palabras escritas? 

Una indicación puede venir de considerar el corpus textual como un corpus, que se forma como un cuerpo, un órgano tras otro, una función tras otra, y que como tal tiene su propia gestación. Por esta razón la Biblia está compuesta de escritos y reescrituras, reelaboraciones, adiciones, etc. Tal como un cuerpo que se forma en el vientre de la madre. 

En este sentido la Escritura no es la lengua de Dios. La Escritura está escrita en los idiomas que conocemos. No existe una lengua de Dios (como el francés, el hebreo, el árabe…), y sin embargo existe un lenguaje de Dios. ¿Cómo es este lenguaje de Dios, que no es como una lengua y sin embargo es un lenguaje a través de la cual Dios habla? Se parece a la lengua materna. 

¿Qué es la lengua materna? Es la función que nos introduce al lenguaje humano, especialmente (pero no sólo) en la fase inicial, cuando todavía estamos en el vientre materno. La lengua materna no es el francés, el inglés… Sólo mucho más tarde nos enteramos de que la lengua materna utilizada, por ejemplo, es el inglés, porque nacimos en Inglaterra. No es, sin embargo, una lengua, y sin embargo es un lenguaje. Cualquiera que sea el idioma en el que oímos llorar a un bebé, se trata de un lenguaje humano, comprensible para todos, cuyo alcance entendemos y cuyo contenido, la experiencia, tratamos de descifrar. 

La lengua materna nos introduce al lenguaje humano y nos descubre que, al hacerlo, somos capaces de responder. Esto no es algo que la madre pueda crear. Si Dios no nos hiciera capaces de responder, no podríamos crearlo. La lengua materna estimula y da nacimiento dentro de nosotros a nuestra capacidad de ser lenguas humanas, de habitar el lenguaje humano. Habitar este lenguaje es posible sólo porque somos criaturas de Dios. Si no fuéramos aptos para habitar el lenguaje humano, ningún lenguaje podría enseñarnos. 

La madre, en cambio, sí puede hacerlo y lo hace porque es experta en esa lengua materna. En realidad, se trata simplemente del otro lado de la gestación, de la otra función del útero: dar a luz a un ser humano y, por tanto, permitirle entrar en el lenguaje humano. 

Cuando los creyentes decimos que la Palabra de Dios no se resuelve en el cuerpo textual de los escritos y al mismo tiempo sin este corpus se evapora, se disuelve, se corrompe, estamos hablando de la lengua materna. 

Hablamos de esa gestación, de la lengua de Dios como lengua materna. El lenguaje de Dios preside la gestación de las Escrituras, de su corpus, de modo que cuando le preguntamos, es capaz de respondernos en el lenguaje de Dios. Nunca estará codificado como se hace con los idiomas, y sin embargo será inteligible, porque Dios nos ha hecho capaces de comprender el lenguaje de Dios en el cuerpo encarnado, en el seno de un lenguaje humano. 

Y cada vez que intentamos hacerlo, ocurre una revelación inesperada, porque estamos apuntando al lenguaje de Dios y no sólo al significado de las palabras en las que está escrito. No se trata de una experiencia mística, porque la lengua materna actúa a través de la relación con el niño (voces, caricias, alimentos...). 

La Palabra de Dios no es una lengua, sino un lenguaje y la Biblia es el vientre que nos permite escuchar este lenguaje. 

Si la Biblia –no el Catecismo, no la Teología, no el Derecho Canónico– volviera a ser nuestra lengua materna, los niños sabrían escuchar el lenguaje de Dios, no lo olvidarían nunca y les acompañaría durante toda la vida, como la lengua materna que nos permitió nacer como seres humanos. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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