En la humanidad de Jesús resplandece la abundancia, el bien, la belleza de la divinidad (Lucas 5, 1-11)
Para conocer
Jesús es Maestro en la barca. Recuerda a los discípulos y a nosotros que es necesario “salir” o, si preferimos la imagen que nos ofrece el Evangelio de hoy, “zarpar”. Es decir: es necesario que el cristiano dé un buen testimonio también “fuera”, en los lugares de la vida cotidiana… de tal manera que la vida cotidiana se convierta en profecía…
El buen cristiano es bueno también fuera de la iglesia. No basta con decir "qué asco". Si el mundo, por ejemplo, es un mundo con muchas pasiones equivocadas, llevemos dentro de nosotros algunas pasiones buenas: la pasión por la justicia, el amor por los pobres, la pasión por los jóvenes y su trabajo…
Pero somos pecadores. ¿Somos pecadores? Cuando decimos que no hemos matado a nadie y por eso nos sentimos cómodos, ¿qué estamos diciendo? Decimos que no hemos tenido la experiencia de Pedro, el encuentro con Dios. Dios ha sido domesticado, por lo que está contento con todo, ya no asusta y ya no da alegría. Pero ya no es Dios.
El «santo temor de Dios» ha sido borrado de la conciencia cristiana. Lo entendíamos como miedo, y por eso nos sentíamos liberados cuando ya no sentíamos miedo. El miedo no es el temor de Dios, por supuesto. Pero el temor de Dios es la señal segura de que hemos encontrado a Dios. De lo contrario, si no sentimos ninguna gran sensación de Él, miedo o alegría, ¿por qué habríamos de seguirle?
Deberíamos rehacer en nuestras vidas la experiencia descrita en la primera lectura. El Templo de Jerusalén tiembla, si nos hacemos dignos de mirar a Dios a la cara y hablar de Él, es porque Él nos ha hecho dignos.
Verdaderamente «todo es gracia»: su Palabra, la Buena Noticia y el hecho mismo de que podamos creer en Él, confiar en Él, seguirle a Él.
Para gustar
El pasaje del Evangelio de Lucas nos presenta el episodio de la pesca milagrosa, que vuelve a hablar a nuestra vida a través de la figura de Simón. El domingo pasado fue Simeón, el hombre justo y piadoso que esperaba el consuelo de Israel. Hoy es Simón, el pescador llamado por Jesús a convertirse en “pescador de hombres”.
Jesús se dirige a Simón con una expresión llena de significado: «Remad mar adentro y echad las redes». Es una invitación clara y decidida a ir más allá de esos mecanismos que a menudo nos aprisionan, una exhortación a no quedarnos atrapados en nuestros miedos o angustias, sino a mirar más allá, caminando confiados junto a Dios.
Simón trabajó toda la noche, se esforzó, pero sin obtener resultados, y por eso las palabras de Jesús son aún más fuertes: no le pide simplemente que eche las redes, sino que reme mar adentro, que dé un paso más, que se aventure…
A pesar de su cansancio y desilusión, Simone confía en las palabras de Jesús: «Pero en tu palabra echaré las redes». Este gesto de fe nos enseña lo importante que es confiar en Dios, especialmente en los momentos de dificultad.
Personalmente, me resulta fácil agradecer a Dios cuando todo va bien, pero el verdadero desafío para mí es permanecer firme en la fe y confiar en Él en los momentos de dificultad y confusión. Ahí es donde mi fe flaquea, pero quizá es ahí donde Dios me está llamando a confiar, a salir, a aventurarme...
Una vez que Simón va más allá, se produce la captura milagrosa, con las redes llenándose hasta el punto de casi romperse. Este es el signo de la abundancia que Dios trae a nuestras vidas cuando confiamos en Él. No es una solución inmediata a los problemas, sino un apoyo profundo, capaz de transformar la oscuridad que a veces experimentamos en nuestra vida en un momento de cercanía a Dios. La escasez se transforma en abundancia.
Simón, abrumado por el acontecimiento, se arroja a las rodillas de Jesús y se siente indigno: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Creo que este gesto simboliza nuestra fragilidad humana, el sentimiento de culpa que a menudo sentimos cuando nos sentimos inadecuados. Sin embargo, Jesús no se distancia, sino que nos ama como somos, con nuestras imperfecciones.
Finalmente, Jesús llama a Simón y a sus compañeros a una misión aún mayor: «Desde ahora seréis pescadores de hombres». Simón, después de haber podido ir más allá de sus límites, está llamado a dejar ir todo lo que lo detiene para seguir a Dios y dar testimonio de lo que ha experimentado. Es hermosa la confianza y la obediencia de Simón, Santiago y Juan que “dejaron todo y lo siguieron”.
Para degustar.
Y cuando trajeron las barcas a tierra, dejándolo todo, le siguieron.
Sin siquiera preguntar a dónde los conduciría Jesús. Lo siguen de forma completamente inconsciente…
Porque la razón de todo es sólo Él, ese Rabino de palabras deslumbrantes. “Apártate de mí”, había dicho Pedro; y al final se alejan pero juntos, hacia otro mar, dejando en la orilla las barcas llenas hasta los topes por el milagro. Son los “futuros del corazón”.
Todo empezó con una noche desperdiciada, redes vacías y esfuerzos desperdiciados. Y Jesús, de pie, ve. Él ve «dos barcas», dice el Evangelio, pero creo que ve toda la desilusión y la tristeza del mundo en los rostros de los pescadores, que lavan sus redes vacías.
Aquel maestro habla con un lenguaje universal y con imágenes muy sencillas, no desde el pináculo del Templo o sentado en la cátedra… sino desde la barca de un pescador de Cafarnaúm. No desde lugares sagrados, con inciensos y liturgias, sino de un rincón muy humano y secular, en medio de las actividades humanas; no dueño de lo sagrado, sino huésped del espacio humano, de las periferias, de las expectativas, de las desilusiones.
Jesús, ante los hombres en crisis –para un pescador no pescar es crisis de identidad– usa toda su sabiduría y delicadeza: pide a Simón que se aleje un poco de la orilla.
Sube a la barca de Simón y le pide: notamos la sutileza del verbo elegido por Lucas. Así que el patrón sube a la barca de mi vida y me ruega que me vuelva a embarcar con lo poco que tengo, con lo poco que sé hacer,…, incluso con mi esfuerzo baldío, con mi sensación de derrota, inutilidad,…, para confiarme un nuevo mar.
Remad mar adentro y echad vuestras redes.
En tu palabra las arrojaré. Simón confía y
comienza el milagro. Una cantidad enorme de peces, una cantidad de días llenos
de pan y de luz para él y para todos aquellos que, a su palabra, echen sus
redes.
Un prodigio. Una señal. Simón tiene miedo: Apártate de mí, porque soy un hombre pecador.
Y Jesús, en medio del agua del lago, tiene una hermosa reacción. Él, el gran pescador de hombres, no responde a las palabras de Simón con un “no eres peor que los demás”, no juzga, no condena, pero tampoco absuelve.
A Él no le interesa juzgar, ni siquiera con vistas a la absolución. Le interesa el fruto, la pesca abundante, la fecundidad de la vida, no la pureza fundamentalista. Él pone oro en las heridas.
Jesús pronuncia una palabra solemne e inesperada: no tengáis miedo, desde ahora seréis… y el futuro cuenta más que el presente, más que el pasado. Desde ahora buscaréis hombres, recogeréis vidas para la vida. Y el bien posible mañana vale más que el mal de ayer y de hoy.
Yo no soy más que uno que ha sido perdonado, uno que no ha pescado nada, pero que ahora, por tu palabra, volverá a echar las redes. Yo soy el primero de los temerosos, el último de los valientes, pero desde ahora seré algo, Señor, si tu gracia hace de mi nada algo que sirva a alguien.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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