domingo, 9 de febrero de 2025

La palabra crítica nos salvará del pensamiento único.

La palabra crítica nos salvará del pensamiento único 

La palabra «crítica» -criticar, poner en crisis- deriva etimológicamente del verbo griego «crino», que significa juzgar/separar/distinguir, y del verbo latino «cerno», que significa discernir. 

Quienes estén familiarizados con la historia de la filosofía, recordarán bien la «Crítica de la razón pura» de Immanul Kant, en la que el autor utilizó la palabra precisamente en ese sentido, es decir, «someter la razón humana a juicio (analizando sus capacidades por separado), a fin de establecer la posibilidad o no de la metafísica como ciencia». 

En primer lugar, «criticar» significa «separar» lo posible de lo imposible, lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. 

¿Por qué me encanta la etimología de las palabras? Porque a menudo/siempre revela significados perdidos. Perdidos porque lo están los valores que un día expresaron. En efecto, la palabra es lo que expresa el alma del ser humano, no sé si más que cualquier otra cosa. La palabra es una proyección de inteligencia, sabiduría, cultura, espiritualidad. 

En estos tiempos «bárbaros», en efecto, se advierte cada vez más una banalización del lenguaje, una pobreza de expresión que sin duda delata una incapacidad para reflexionar y elaborar un pensamiento complejo. 

Así pues, la palabra «crítica» también ha sufrido una severa derrota. Ahora sólo se entiende negativamente. 

Criticar es, de hecho, para la mayoría, «molestar», «carcajearse», «exagerar», «actuar como un catedrático», «atacar la felicidad de los demás». La tecnología, con sus deprimentes simplificaciones, ha contribuido de forma negativa, pero no tiene toda la culpa. De hecho, la ignorancia y el pensamiento único que expresa son funcionales a un sistema políticamente antidemocrático y económicamente liberal/consumista. Y, por tanto, se fomentan. 

¿Por qué el poder valora el pensamiento acrítico? 

Porque un ciudadano informado, capaz precisamente de distinguir lo verdadero de lo falso, lo posible de lo imposible, la verdad de la hipocresía, es un ciudadano «molesto», «peligroso», que se opone, que defiende, que no consume, que exige respeto a sus derechos. Puede incluso desquiciar el orden establecido, los dogmas incuestionables, el privilegio de casta o la simple «vida tranquila», injusta, pero tranquilizadora. 

Quien critica hoy (y no sólo hoy) se expone de hecho a riesgos. Incluso a graves riesgos. 

En primer lugar, se le margina tout court. Se le califica de perturbador de la paz pública. En lugar de rebatir abiertamente sus posiciones, se le ataca solapadamente, sin permitirle defenderse. Y cuanto más fundadas son las críticas, más fuerte es la reacción, que puede llegar a la persecución. 

Esto es cierto en la escuela, que debería ser el lugar donde crecer haciéndose preguntas sobre el pasado y el presente, sobre el significado de vivir en general y de vivir políticamente en particular, sobre la verdad, sobre los juicios y los prejuicios. En realidad, se premia al «repetidor pasivo» de contenidos socialmente aceptados, intelectualmente planos y complacientes con el poder... Al alumno que hace preguntas incómodas, que hace preguntas «alternativas», que lee, se informa y desafía, ni se le quiere ni se le premia. 

Esto es cierto en la familia. Un lugar privilegiado para un debate sincero sobre los horizontes del sentido. Un lugar donde uno debería poder decir todo lo que piensa, en una confrontación abierta y estimulante capaz de «de-construir» los lugares comunes, la respetabilidad, las ideologías. En realidad, los padres suelen defender sus posiciones hasta las últimas consecuencias (cuando les va bien), o ignoran cualquier petición de aclaración/discusión por miedo a un conflicto al que no quieren enfrentarse. Sí, el conflicto, que como dicen todos los psicólogos es necesario para crecer… Mejor un falso acuerdo que una verdad inquietante, mejor pasar por alto que cuestionar, mejor eludir los problemas que afrontarlos con valentía. 

Esto es cierto en la Iglesia. A pesar de tener ante sí el ejemplo de Jesús, que con su vida y su Palabra desmenuzó toda actitud dogmática, persiste en una actitud inquisitorial. O todos de acuerdo o nada. O todos conmigo, o contra mí. 

También ella ha interpretado e interpreta la «crítica» como un delito de lesa majestad, y no como la necesidad de comprender mejor, de separar lo que es Palabra de Dios de los comportamientos que son fruto de contextos históricos y políticos pasados, de distinguir entre fe y superstición, entre seguimiento y devociones, entre dogma y verdad, entre milagro y milagrería... Se ha empeñado y se empeña, pues, en juicios autoritarios en los que se priva a los «culpables» incluso del derecho a defenderse, en exclusiones por tanto dolorosas, en reivindicaciones unitarias ya fuera de tiempo. Olvidando que no estar de acuerdo no significa no amar. 

Existe, por tanto, una relación fuerte e inseparable entre «crítica y democracia». La democracia debe dar a la gente la oportunidad de expresar libremente sus pensamientos. Pero para tener un «pensamiento», uno debe poder ejercer su capacidad crítica: separar, discernir, juzgar. 

Incluso a costa de disgustar a no pocos, a muchos, a... 

De hecho, ser crítico no es ser «criticón». No es ser 'de los que nunca están contentos con nada', 'de los que siempre son 'huraños'... Implica compromiso, respeto a la verdad, capacidad de soportar el conflicto, honestidad intelectual y coherencia de vida. 

Esa condición (compromiso, respeto, honestidad, coherencia,…) es imprescindible ante una realidad desalentadora, ¿decepcionante? en todos los ámbitos existenciales: escuela, familia, Iglesia, sociedad. 

Y, no por casualidad, en todas estas esferas se habla hoy de crisis. 

Etimológicamente, la palabra «crisis» también deriva del verbo crino/criticar. Así que también pierde su connotación exclusivamente negativa. 

De hecho, creo que la «crisis que afecta a todas las instituciones, es una oportunidad. 

La crisis, como la crítica, hace estallar las contradicciones, desvela las hipocresías, separa la verdad de la impostura. La crisis nos hace estrellarnos contra nuestros defectos, nuestras cegueras, desborda nuestras certezas. La crisis purifica y nos hace recomenzar con mayor conciencia. 

No deseo tiempos de sufrimiento para nadie. Pero sí espero que de las cenizas de este mundo que más pronto que tarde se enfrentará a un ajuste de cuentas -ecológico, económico, político, religioso,…- surja un ser humano adulto y sabio, un ser humano acogedor, un ser humano que sepa utilizar el maravilloso don del pensamiento «crítico», del discernimiento. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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