sábado, 8 de febrero de 2025

Lo que los clientes no quieren escuchar.

Lo que los clientes no quieren escuchar 

Estamos en el siglo XXI y decenas de millones de mujeres y niños son esclavizados en sus propios países, en todos los rincones del mundo, para ser utilizados con fines sexuales. 

Cada año, cientos de miles de mujeres y niños son traficados a los Estados Unidos para abastecer el comercio sexual. 

Al investigar las causas fundamentales de la calamidad de las esclavas sexuales, rápidamente me he dado cuenta de que la causa principal de este fenómeno somos los hombres: hombres que piensan que porque tienen dinero, también tienen derecho a alquilar e invadir el cuerpo de una mujer. 

A lo largo de mi reflexión (por un breve espacio de tiempo de unos años trabajé con mujeres prostituidas en un barrio de una grande ciudad de España), he sido testigo de las peores cosas que hacen los hombres que compran el cuerpo de una mujer. He visto su total indiferencia hacia otro ser humano; su profundo desprecio y falta de respeto hacia quienes se prostituyen; y su enorme sentido de derecho, porque pagan una determinada relación contractual, y la alucinante consideración que tienen de sí mismos casi como que hicieran un favor a las víctimas de su deseo. 

Y, también rápidamente, he aprendido que los clientes no quieren oír hablar del increíble sufrimiento que causan en todo el planeta. Lo que he descubierto es que simplemente quieren, simplemente necesitan, creer en los mitos; las mentiras y la propaganda que les ayuda a seguir durmiendo tranquilos. 

Hoy en día, los hombres que merodean las calles por la noche, los pisos de citas, los anuncios de encuentros,…, buscando sexo para comprar apelan desafiantemente al mito de que todas las prostitutas lo hacen por elección y que están ganando dinero de manera fácil, a costa de sus espaldas. 

Los clientes no quieren escuchar las trágicas historias de cómo la gran mayoría de mujeres (y niños y…) fueron obligados a prostituirse. 

No quieren saber nada de niños y niñas vendidos a los 5 o 6 años de edad por padres pobres y desesperados a dueños de burdeles en Camboya, Tailandia y Vietnam, y utilizados y violados por clientes durante sus tours sexuales. 

Tampoco quieren oír hablar del hecho de que la mayoría de las prostitutas, mujeres y niñas, son reclutadas por traficantes de personas, en todo el mundo occidental, a la edad de 12, 13 o 14 años: niñas adolescentes que han sido vulnerables a la violencia de su entorno, víctimas de familias rotas y violentas, donde han sido violadas por sus padres, abuelos, tíos, amigos de la familia, acontecimientos que han destruido su inocencia y su respeto por sí mismas. 

Los clientes no quieren saber que la mayoría de las prostitutas y los niños están controlados por proxenetas violentos y organizaciones criminales; que la mayoría de ellos son adictos a las drogas, a veces obligados por sus proxenetas, los narcotraficantes, para tener un mayor control sobre las víctimas, y que la mayoría de ellas padecen graves problemas de salud mental. 

Los clientes no quieren oír que los traficantes están constantemente buscando nuevas e incautas mujeres y niñas para alimentar el aparentemente insaciable mercado global y mundial del sexo. 

No quieren saber cómo se “inicia” a estas mujeres y niñas y dónde se las “prepara” para el mercado de carne humana. Lugares fuera de la vista, en ciudades como Moscú, Belgrado, Milán, Berlín, Miami, Nueva York,…, donde son golpeadas, violadas en grupo y obligadas a cumplir con todas las exigencias de sus nuevos dueños, donde son drenadas de su personalidad, hasta que ya no son capaces de actuar y pensar por sí mismas. 

La única forma de supervivencia para estas mujeres y niñas indigentes es la prostitución. En última instancia, lo que se ven obligados a hacer es un acto de desesperación, y nunca hay otra opción cuando se está en un estado de desesperación. 

Ésta es la dura y escalofriante realidad de la gran mayoría de quienes se prostituyen, y los clientes no quieren saber nada de ello. 

¡Los clientes quieren seguir creyendo la mentira de que, de alguna manera, mágicamente, una mujer se ilumina con la idea de que la prostitución puede ser el comienzo de una carrera profesional gratificante y maravillosa! 

¡Que estas mujeres disfruten sirviendo a media docena o más de idiotas raros, malolientes, flácidos, sudorosos, de mediana edad y drogados con Viagra simplemente porque es un trabajo bien pagado! 

Y es debido a todas estas mentiras, propaganda y mitos absurdos, hasta perpetuados por el lobby de la legalización de la prostitución, que la situación de decenas de millones de mujeres y niños pobres está empeorando en todo el mundo. 

El hecho es que hasta en los últimos años, la demanda de sexo pagado por parte de los hombres se ha disparado. 

No existe una explicación compleja ni complicada para lo que está sucediendo. Es todo muchio más sencillo. 

En la jerga económica, las mujeres y las niñas son mercancías; ellas son la oferta del mercado. Esa es una cara de la moneda donde abunda la pobreza, la falta de educación,…, y donde es siempre fuerte y vital el eterno deseo de los seres humanos desesperados de mejorar su suerte. 

Dando la vuelta a la misma moneda, encontramos la cuestión de la ecuación si ponemos el énfasis en tres letras fundamentales: “h… o…m…b…r…e…s”. 

Sin demanda no habría oferta. 

No sería rentable para los criminales y explotadores permanecer en este negocio si no existieran interminables pelotones de hombres vagando por las calles o por internet en busca de sexo pagado. 

Las actividades clandestinas de los hombres que buscan mujeres y niñas para prostituirlas siempre han sido desestimadas con comentarios elocuentes. Es precisamente esta actitud tan arraigada y extraña la que ha llevado a la explosión global de hombres que compran sexo. 

Todos estos mitos locos, ampliamente aceptados como “la necesidad de sexo para liberar tensión”, “la propensión natural del hombre al sexo”, “la prostitución es el oficio más antiguo del mundo”, “el rito de paso de los adolescentes a la edad adulta”… y demás simplezas. 

No importa cómo se mire el problema de la compra de sex porque no se puede escapar de esta conclusión: toda la catástrofe mundial de los derechos humanos es causada enteramente por los hombres. 

La cruda y escalofriante realidad es que poco se hará para detener esta masacre sexual en todo el mundo hasta que los hombres comiencen a asumir la responsabilidad de su comportamiento. 

Los hombres tienen la clave para poner fin a esta locura sexual porque, a diferencia de las decenas de millones de mujeres y niñas atrapadas en el comercio sexual, los hombres tienen la capacidad de elegir. 

Los hombres pueden tomar decisiones diferentes, y aquellos que se guían por una propia brújula moral lo hacen. El uso y, por lo tanto, abuso de una persona que se prostituye es una acción teñida de un error ético de fondo: admitir que el cuerpo femenino se pueda comprar para hacer usufructo. 

Incluso quien piensa y propone un bonito y ordenado barrio rojo, con controles sanitarios y declaraciones de impuestos, y todo lo demás, a menudo no tiene en cuenta que quien puede acceder a tan “honorable modus vivendi” es a menudo una persona sin permiso de residencia, una persona que no llega a mediados de mes, una persona… que seguirá deambulando en las sombras y escondida del resto de la ciudad, marginada entre los marginados. Como si una decisión administrativa fuera suficiente para poner orden en el gran desorden simbólico que es la explotación de un ser humano como lo es la prostitución sexual. 

Seguramente es desagradable entrar en tu casa y descubrir a un cliente y una prostituta apareándose, o mirar por la ventana y ver coches aparcados moviéndose al compás: pero ¿qué nos preocupa más? ¿El decoro del edificio o la reducción a la pobreza de decenas de miles de mujeres? ¿Qué creemos que ganamos al afirmar que no vemos? 

El derecho masculino a “descargar” es el gran indiscutible. ¿La sexualidad masculina es esto? ¿No hay nada que hacer al respecto? 

Las crónicas nos hablan de los torturadores que explotan a las niñas y a las mujeres, pero ni una palabra de los hombres que disfrutan de esa carne en la esclavitud -eliminación absoluta del goce femenino-, y sin los cuales el negocio no existiría. 

Que los hombres compran carne de mujer para venderla es un hecho de la historia del mundo. Por ejemplo, si nos detenemos en la institución del matrimonio temporal o “nikah al mutah” (literalmente: matrimonio de goce o placer) del Islam, que permite a un hombre contraer matrimonio por un periodo de tiempo limitado, unas horas, unos días: prostitución según el Profeta y la Sharia, en caso de que cuatro esposas no sean suficientes. Sin duda, más ordenado y decoroso que andar por la calle o que los neumáticos en un coche… 

No, no siempre queremos ver. Tampoco siempre queremos saber. Y aunque el feminismo se quiera poner justamente en valor, y hasta esté de moda al menos en algunos foros, la «esclavitud» o la «sumisión» de la prostitución siguen siendo una realidad muy actual. La dignidad de la persona, el valor en sí mismo de todo y de cualquier ser humano,…, parece que siguen quedando como antiguos postulados morales… El cambio de civilización no nos ha evitado la lacra de la prostitución. 

Se diría que sigue estando vigente aquel axioma que subyuga una parte de nuestra sociedad: la subjetividad masculina es gozar de la mujer. La cadena de la esclavitud no podrá romperse si las mujeres permanecen esclavizadas a esta configuración de lo femenino encerrado por la soberanía despótica del hombre o macho semental que, además, tiene derecho a desfogarse porque incluso paga por ello. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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