sábado, 8 de febrero de 2025

¿Qué has hecho de tu hermana?

¿Qué has hecho de tu hermana? 

Leemos en Éxodo 3, 7: “Yo he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores. Yo he descendido para librarlos de mano de Egipto…”. 

¡Qué hermoso es este Dios que rasga los cielos y sale, desciende del cielo, de este lugar lejano para liberar a su pueblo oprimido y esclavizado! ¡Qué tierno es este Dios tan humano, que se acerca, que se hace cercano -pensemos en la parábola del Buen Samaritano, comentada ampliamente por el Papa Francisco en su carta encíclica ‘Fratelli tutti’-, que se acerca a cada mujer y a cada hombre que tiene el rostro desfigurado para restituirles la dignidad de hijas e hijos de Dios! 

Estos tres verbos: ver, oír, descender… manifiestan el corazón y la acción de Dios en la historia… Un Dios que en su inmenso amor, elige estar del lado de los pobres, de los débiles, de los descartados, del lado de los esclavizados; tres verbos que manifiestan el corazón y la acción de Dios que encuentran su pleno cumplimiento en el don de su hijo Jesús, «que vino para que todos, todos, tengan vida y ésta en abundancia» (Juan 10, 10). 

Para la Iglesia de hoy y para cada uno de nosotros que nos profesamos cristianos, estos tres verbos –ver, oír, descender– deberían entrar y convertirse en parte de un estilo de vida y de una manera concreta de habitar la historia, las situaciones, los acontecimientos cercanos y lejanos, y luego elegir… de qué lado estar. 

Por eso el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium, n. 211, de manera fuerte y directa nos recuerda que hay un ‘grito’ de justicia, de dignidad y de vida que sigue recorriendo la historia y que debe inquietarnos e inquietarnos: “Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda”. 

En el primer verbo del Dios del Éxodo: He observado la miseria de mi pueblo… hay el coraje y la ternura de una mirada… Simone Weil afirmaba que una de las verdades fundamentales del cristianismo, una verdad demasiado a menudo ignorada, es ésta: lo que salva es la mirada. 

El segundo verbo del Dios del Éxodo: He oído su clamor… nos cuenta el lento poder de la escucha. 

El tercer verbo del Éxodo narra la acción de Dios en la historia. Yo bajaré para liberarlo... nos adelanta el descenso de la encarnación del Hijo de Dios en la historia del dolor para hacer presente la compasión en un mundo inmisericorde. 

Si hay tantas niñas que son víctimas de trata y terminan en las calles de nuestras ciudades –dice el Papa Francisco– es porque aquí muchos hombres –jóvenes, de mediana edad, ancianos– solicitan estos servicios y están dispuestos a pagar por su placer. Me pregunto entonces, continúa el Papa Francisco, ¿son realmente los traficantes la causa principal de la trata? Creo que la causa principal es el egoísmo sin escrúpulos de muchas personas hipócritas en nuestro mundo. Por supuesto, detener a los traficantes es un deber de justicia. Pero la verdadera solución es la conversión de los corazones, recortando la demanda para secar el mercado. 

Personalmente creo que ante toda esta exigencia ya no se puede posponer una educación seria en los sentimientos, en las relaciones, en el reconocimiento y respeto a los demás. Creo que el hombre, el varón, que tiende a identificarse con su rol, con la fuerza, con el poder, como el que domina… tiene hoy miedo de reconocerse como humano, de dejarse habitar por sentimientos de solidaridad, de ternura, de justicia, de amor… 

Quien se aprovecha de una mujer prostituida, quizás incluso menor de edad, no sólo desfigura la humanidad de la víctima, sino que se deshumaniza a sí mismo. Y, lamentablemente, tengo que decir que en todo esto la Iglesia también guarda demasiado silencio. Nunca he escuchado una homilía que aborde este tema, este dolor absoluto, este mal inhumano. Quizás porque todavía la Iglesia que preside es demasiado masculina y por eso le resulta difícil implicarse en esta realidad. El Papa Francisco dice que “los sueños que dan fecundidad son los grandes sueños porque piensan en todos con el nosotros”.

HOY ES EL AÑO DE GRACIA. El HOY de compasión. El HOY de liberación. El NUNCA más de ninguna esclavitud. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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