Hacia una sociedad del espectáculo
Tal vez podamos llamar a la sociedad en la que vivimos la sociedad del espectáculo, ya que existe una tendencia a llamar la atención y a actuar como si estuviéramos en un escenario frente a un público que necesita ser entretenido.
Los diversos medios de comunicación social nos han dado la ilusión y nos han hecho creer que todos podemos ser actores principales, por lo que intentamos hacernos notar compitiendo con los que escandalizan y gritan más que los demás. Esto es posible porque vivimos en una sociedad globalizada, sin fronteras, en lo que a bienes y comunicación se refiere, que está creando, por primera vez en la historia, productos y conocimientos que unen a sociedades e individuos de los cinco continentes, unificados, a pesar de sus diferentes tradiciones, religiones, creencias e idiomas.
La industria del mercado global trata de ofrecer nuevos productos destinados a proporcionar placer, divertir, distraer, al tiempo que crea nuevas necesidades artificiales que satisfacer con la multiplicación de bienes y ofertas entre las que el individuo-consumidor puede elegir, engañándose a sí mismo creyéndose libre.
La cultura también quiere entretener y llegar al mayor número posible de personas para ofrecerles los diversos productos y objetos culturales. La gente compra un libro, va al cine o al teatro, enciende la televisión, navega por internet con fines de disfrute, entretenimiento y distracción y no para tratar problemas. El público busca emociones fuertes y no quiere profundizar en temas serios, quiere entregarse a un entretenimiento superficial y sin sentido.
La cultura es funcional a este nuevo paradigma social y lo ejecuta con extrema coherencia y facilidad. Por ejemplo, en el ámbito de la política, en lugar de obligar a los políticos a mantener unos niveles de excelencia e integridad, contribuye a estimular y sacar no siempre lo mejor de ellos.
Podemos decir que la política de los últimos años, con el favor de los intelectuales de moda, ha sustituido las ideas y los ideales, el debate intelectual por la publicidad y los eslóganes. Por lo tanto, la popularidad y el éxito se ganan, no a través de la inteligencia y la integridad moral, sino a través de la demagogia y la destreza mediática. En esta civilización del espectáculo, para ganar visibilidad y el consentimiento de un público consumidor y ávido de entretenimiento, políticos, intelectuales, expertos y todoterreno recurren a las peores estratagemas como el cotilleo, el escándalo sexual, la violencia verbal.
Y las cosas empeoran porque el periodismo, en lugar de ejercer su función de control, se dedica a entretener a lectores, oyentes y telespectadores con noticias escandalosas y discusiones triviales y superficiales. Todo ello fomenta una actitud indiferente ante cualquier forma de comportamiento e intolerante ante la disconformidad con las costumbres y modelos consumistas.
Tal vez el valor supremo de la sociedad del espectáculo se funda en el tener, que permite satisfacer las necesidades materiales y es la medida exclusiva del fracaso o del éxito de las personas. Ciertamente, el paradigma capitalista ha ganado y transmitido la ilusión de la felicidad en el aquí y ahora, es decir, en el consumo, en la abundancia de bienes que dan a los que tienen medios la ilusión del Paraíso en la Tierra.
Nunca hemos vivido en una época tan rica en bienes materiales, conocimientos científicos y descubrimientos tecnológicos que han sido capaces de vencer tantas enfermedades, la ignorancia, la pobreza y garantizarnos un cierto bienestar material.
¿Podemos decir honestamente que estamos bien, que estamos satisfechos? ¿Por qué aumentan las depresiones, las enfermedades mentales y las enfermedades degenerativas? ¿Por qué nos sentimos confusos, inquietos y temerosos? ¿De qué carecemos? Tal vez el bienestar material personal no pueda ser el único objetivo de la vida, porque necesitamos encontrar un significado más elevado que dé sentido a nuestro trabajo diario.
Desgraciadamente, la mayoría de las actividades culturales presumen de ser "buenas" a priori, porque nos tranquilizan y reconfortan, en lugar de suscitar en nosotros una reactividad ante el presente, una urgencia por derribar las injusticias, dar voz a los que no la tienen, denunciar lo falso, defender a los débiles, recrear los lazos sociales y comunitarios.
Tal vez la cultura en la actual sociedad del espectáculo no ofrezca respuestas a las eternas preguntas existenciales. Reducida a entretenimiento, distracción, evasión, ya no cumple la función de transformación y elevación moral de las conciencias, y por tanto ya no es capaz de criticar lo existente para decir que otro mundo es posible. Ha abdicado de su función de guiar a las personas en su búsqueda de sentido o propósito para hacer frente a la inquietud de vivir.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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