martes, 25 de febrero de 2025

Id a preparar mi Pascua: una reflexión al inicio de la Semana Santa.

Id a preparar mi Pascua: una reflexión al inicio de la Semana Santa 

Estamos al inicio de la Semana Santa y al mismo tiempo en el umbral de una puerta que puede abrirnos a cosas nuevas. 

¿Sabremos, como Iglesia, no reaccionar ante la situación que vivimos, como un tamarisco en la estepa, sino actuar injertando nuestras raíces no en la necesidad sino en la profecía? ¿Miraremos lo nuevo, miraremos a nuestro alrededor la belleza que está ahí y que también se revela en estas circunstancias? ¿Seremos como árboles plantados junto a corrientes de agua? 

Estamos al inicio de la Semana Santa. 

Hemos llegado a la «cumbre» cristiana, al punto de inflexión, para utilizar un término muy utilizado estos días, a la meseta desde la que comienza una nueva fase, una inversión de la tendencia, un cambio de dirección. 

En las semanas anteriores, desde que esta Cuaresma inició, la Iglesia ha iniciado y desarrollado el perfil del camino o itinerario cuaresmal. 

La impresión es que la actitud, consciente y responsable pero sustancialmente la acostumbrada, ha provocado una pérdida de lucidez a la hora de saber dar sentido y orientación fuerte, a la luz de la fe, a lo que está sucediendo: es decir, ofrecer narrativas de esperanza, yendo más allá de los datos emotivos inmediatos proponiendo criterios distintivos y aprovechando oportunidades pastorales nuevas e inesperadas en este Jubileo de la Esperanza. 

La Iglesia corre el riesgo de reaccionar ante la complejidad y dificultad en lugar de abordarla de manera generativa. Retomando las lecturas cuaresmales, como un tamarisco en la estepa, una planta que se deja modelar por las condiciones adversas aceptando las consecuencias inevitables: habitará en lugares áridos del desierto, en una tierra de sal, donde nadie puede vivir. 

Una condena al aislamiento autorreferencial, a la incomprensión, a la incapacidad de ser generativo,… Pero el final es aún más fuerte: ¡no verá venir el bien! No podrá discernir, captar la presencia del Espíritu en la realidad que experimenta y hacerla expresar, convertirse en una nueva práctica. 

Parece que incluso la Iglesia ha sufrido algunas lecturas dominantes de la crisis sin poder proponer su propia “narrativa vital”. Destaco dos lecturas que me parecen las más utilizadas. 

En primer lugar, la lectura épica, la de la “guerra”, heroico-combativa: “venceremos”, “nuestros héroes”, “todo irá bien”. Una metáfora y una retórica unidireccional a la que la Iglesia no se ha opuesto, que produce una distorsión de la realidad allí donde hay un enemigo externo contra el cual aliarse y concentrar fuerzas. Nada interno debe ser cuestionado a menos que sea fortalecido. De hecho, el control ha vuelto al centro y ya no a la periferia. 

En segundo lugar, una lectura ética, en el sentido de retirada e introspección: “estamos en Cuaresma”, “es un tiempo de purificación”, “volveremos así a lo esencial”. La realidad aquí se distorsiona al poner todo el esfuerzo en nosotros mismos de manera interna, somos nosotros los que tenemos que cambiar individualmente.

Esta lectura se expresa sobre todo en dos sentidos: el “devocionalista”, basado en la invitación constante y apremiante a momentos de oración e invocación. La 'penitencial', basada en el mensaje de conversión y arrepentimiento respecto a la conducta cuestionable de la que hay que redimirse. 

En estas narrativas falta una visión abierta de la realidad, una apertura al significado. La capacidad de aprovechar la oportunidad en esta situación para anunciar a su pueblo que hay un mundo que ha terminado, un tipo de cristianismo que ya no puede perpetuarse porque ya no está vivo sino que sólo se conserva en hielo para evitar que apeste. 

La oportunidad de que ya es tiempo de decir: ‘¡Quitad la piedra!’. ¡Iglesia, sal! Desatadla y dejadla andar. Se me perdonará la provocación. No se trata de una falta de respeto, sino más bien de una invitación a asumir una inversión de perspectivas, una mirada abierta que sepa captar ante todo que no se trata sólo de «morir con Él», sino de «resucitar con Él», seguros de «cuánto la amaba». Intentemos adoptar este punto de vista. 

Para superar las lecturas dominantes, la épica y la ética, yo creo que hay que proponer una lectura estética. Una mirada para reconocer que un mundo nuevo ya está aquí, la belleza del Resucitado ya está aquí entre nosotros. 

Una mirada que permite el acto maduro de soltar lo que ya no es vital para liberar nuevas energías de manera generativa para dar nacimiento a lo nuevo. No hay que ganar en seguridad ni en claridad, sino en libertad, en esperanza y en alegría. 

La lectura estética inspira, evoca, hace sentir. Invoca la inspiración del Espíritu, el único capaz de hacer nuevas todas las cosas. Nos hace resonar con ello. Nos invita a discernir: nos permite ver lo bueno, lo bello que viene. 

Es una mirada sabia. Se requiere abrir primero el corazón y luego la mente, porque en el amor el corazón viene primero. Es el corazón el que nos permite captar el sabor antes del conocimiento de la realidad, sus datos sensibles y no la idea que puede degenerar en ideología. 

Luego viene la mente que proporciona las claves para reconocer e interpretar el bien recibido. Por último, la voluntad, no tanto de hacer sino de aprender, porque sólo así no nos dejaremos moldear por el ambiente exterior como el tamarisco, sino que sabremos actuar y ya no sólo reaccionar, como los árboles plantados a lo largo de los cursos de agua, que saben superar las adversidades y dar fruto a su tiempo. 

Ahora, decía, estamos en Semana Santa. Los preparativos para la Pascua han comenzado. 

La tarea de «ir a preparar la Pascua» que Jesús nos dirige como discípulos suyos no puede ser ignorada ni aceptada superficialmente. 

Preparémonos para la Pascua con temblor y confianza. 

¡Esperemos que la Pascua nos recuerde que Cristo ya venció! No es una venganza contra el mal, no se necesitan armas espirituales secretas. Nos basta una victoria, no necesitamos revanchas. 

Esperemos que la Pascua sea una fiesta para todos y no sólo para los héroes, mártires, supervivientes... porque Cristo se hizo antihéroe, se hizo desperdicio porque todos necesitamos sentirnos salvados y no protegidos. 

Esperemos que el acontecimiento pascual sea un don de amor gratuito y no un gesto de benevolencia de Dios hacia la humanidad pecadora. Necesitamos amor libre, no un dispensador de gracias. 

Esperemos que el acontecimiento de Pascua perdure para siempre. Necesitamos de Dios siempre y no de un genérico y buenista todo estará bien tarde o temprano. 

Esperamos que el evento de Pascua sea el evento capaz de liberar energías de manera generativa para dar nacimiento a lo nuevo que ya está aquí. 

Esperemos… convencidos de que el mensaje de Pascua no es “todo irá bien” sino “¡todo será nuevo!” 

«He aquí que yo hago nuevas todas las cosas.» Recordemos esto y “hagamos lo mismo”. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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