Transmitir, entregar, transgredir
Releer la historia de la Iglesia es una elección activa y consciente que no sólo determina el futuro sino que cambia el pasado, impidiendo que se fije; encarna el momento de una nueva posibilidad que se abre a la libertad (no ser prisioneros del pasado) y acoge el riesgo (vivir el futuro con confianza).
Una elección valiente que implica ir más allá del flujo indistinto de los hechos, para identificar puntos de referencia (recuerdos), para así trazar y seguir recorridos múltiples y diferentes (historias).
Releer la historia eclesial implica aceptar un riesgo, pues “releerse” nunca es “repetirse” sino interpretar (nivel cognitivo) y reelaborar (nivel emocional): en este sentido, toda relectura auténtica se abre a una auténtica “conversión”.
Es esta capacidad y voluntad de releer lo que nos abre a la libertad y nos redime de ser prisioneros de nuestro pasado.
Releer significa completar el propio «destino», es decir, el cumplimiento del propio «destino» a través de la propia «vocación»: una acción, una tarea, una responsabilidad que transforma la secuencia (de vida) en un camino (de vida). Podemos añadir entonces que la acción-tarea-responsabilidad de la “relectura” remite y es fruto del ejercicio del discernimiento, además de alimentar el discernimiento.
Transmitir, entregar, transgredir
Hoy es cada vez más precioso e importante para la comunidad cristiana poder releer la propia historia (de salvación): una comunidad que no se sitúa en esta perspectiva de escucha-discernimiento-conversión corre el grave riesgo de «perder el sabor», deteriorándose hasta hacerse insignificante.
¿Qué significa releer la historia de la propia comunidad hoy? Se trata, en definitiva, de emprender un viaje: el viaje, tan importante como delicado, entre la tradición y los orígenes, evitando confundir estos dos aspectos.
La relectura sabia consiste precisamente en esta capacidad de distinguir por una parte la «tradición», es decir la realización de elecciones de repetición y reconstrucción que se nutren del pasado, de los «orígenes» que permiten en cambio definir una trama histórico-afectiva, en búsqueda de nuevas conexiones y diferencias entre tiempos y lugares.
Partimos de querer identificar y desatar los ‘viejos nudos’ para hacer ‘nuevos nudos’. Cuando este viaje está bien realizado, sucede que se consigue “hacer florecer el desierto”, dando lugar a brotes y formas de vida tan inesperadas como prometedoras.
El viaje entre las tradiciones y los orígenes incluye tres aspectos: “transmitir”, “entregar” y “transgredir”, cada uno de los cuales requiere un cuidadoso discernimiento comunitario para evitar riesgos opuestos.
Transmitir
Este aspecto se refiere a las acciones relativas a los bienes, es decir, a las herencias y al estatuto (nivel) comunitario, tanto materiales como inmateriales (valorativos, espirituales, culturales, etc.). Saber “transmitir” implica encontrar el equilibrio entre “posesión” y “exclusión”.
¡Cuántos debates se producen en nuestras comunidades porque no somos capaces de releer el sentido de esta “transmisión”! A veces, de hecho, prevalece la tendencia a la “posesión”: en este caso las diversas “generaciones comunitarias” están totalmente absorbidas por la dinámica del control de los bienes: “esto no se puede tocar”, “nos lo dejaron”, “esto es nuestro”…
En el polo opuesto, precisamente porque algunos piensan en términos de “posesión”, otros experimentan el aspecto de “transmisión” sintiéndose “excluidos”: cuando esto sucede, los miembros de la comunidad se sienten marginados, confinados, “desheredados” como resultado de la exclusión de los bienes de la comunidad. Por eso perciben a la comunidad como “estéril” y “tacaña”: “no nos dejaron nada”, “no me transmitieron nada”…
Una reinterpretación válida del término “transmitir” nos permite reconocernos unos a otros como “coherederos”: esto significa activar procesos de negociación, saber gestionar los desacuerdos. De lo contrario, la comunidad no realiza una adecuada “transmisión” entre generaciones, no se relee y no se convierte.
Entregar
Este aspecto concierne al nombre, orígenes, similitudes, genealogía…Se transmiten ritos, costumbres, celebraciones, estilos…
Incluso el proceso de «transmisión» presenta riesgos: el primero es el de la inmovilidad, o una reinterpretación incorrecta de la «fidelidad» que lleva a hacer siempre todo igual, de modo que la «nueva comunidad» acaba siendo una copia, una réplica, el «doble» de la comunidad anterior. Venir de “esa” comunidad significa seguir siendo siempre y sólo esa comunidad, inmune a cualquier intento de reorganización o unión.
Por el contrario, el riesgo es el de la “insignificancia”: aquel que ha “perdido su nombre”, privándose así del deseo y de la capacidad de generar y así volverse autogenerador, encerrado en sí mismo, hasta el punto de reivindicar la autosuficiencia. Porque no quieren ser como los demás, se convierten en “nadie”, en insignificantes.
Para ello, es necesario favorecer una reinterpretación que salvaguarde la distinción y el deseo de continuidad, haciendo apropiada la memoria de los ‘antepasados’, aquellos que han construido la comunidad a lo largo del tiempo, a través de la renovación de vínculos y la creación de nuevos vínculos vitales.
Transgredir
Se trata de la capacidad y la voluntad de romper el molde, cambiar las reglas, desobedecer el sentimiento de "siempre se ha hecho así". De este modo es posible transformar el “destino desgraciado” de una comunidad en una nueva vocación.
El riesgo por un lado es entregarse a un “destino bloqueado”, es decir, repetir siempre los mismos errores, creer que no se pueden superar los defectos habituales que nos hacen antigenerativos. Por otro lado, el riesgo es el de quedarse sin destino, o con un “destino ausente”, carente de los recursos necesarios y de conexiones significativas.
En este sentido, se trata de recuperar recursos simbólicos: confianza, esperanza,… La búsqueda de estas virtudes requiere y alienta una relectura transgresora correcta y responsable.
Bienaventurada la Iglesia y aquellas comunidades que releen su propia historia y su propia existencia: recibirán el don de «hacer nuevas las cosas» (Ap 21,5).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario