La empatía: las actitudes y los gestos de atención y de cuidado
En la proximidad de la Jornada del Enfermo, 11 de febrero de 2025, y que lleva por lema “La esperanza no defrauda (Rm 5, 5) y nos hace fuertes en la tribulación”, quisiera recuperar una bella reflexión y una profunda intuición de Edith Stein sobre la empatía.
Ella, la filósofa alemana -y después Sor Teresa Benedicta de la Cruz cristiana, carmelita descalza, mártir y santa-, a través de sus estudios sobre la empatía, identificó en el acto perceptivo de contacto con el mundo exterior de la empatía, una posibilidad que permite, a través de su despliegue, una reciprocidad necesaria para captar el sentir de aquellos que son diferentes a mí.
Si la actividad de cuidar se caracteriza ante todo por la proximidad, las características de esta proximidad y de esta distancia se vuelven fundamentales para calificar la naturaleza y la realización del atender y de la atención, del cuidar y del cuidado del enfermo como encuentro de gratuidad, don de vida y compartición de esperanza.
La empatía en el sentido filosófico y psicológico general puede identificarse como una intuición inmediata y una participación emocional en los estados afectivos de los demás. Esta definición, tomada de la Encyclopaedia of Philosophy and the Humanities, se desarrolla plenamente en la obra de Carl Rogers (1902-1987), psicoanalista estadounidense, y Abraham Maslow (1900-1970), psicólogo estadounidense y fundador de la psicología humanista.
En su obra, Abraham Maslow subraya la importancia de los valores en el desarrollo de la personalidad y critica el enfoque del conductismo y el psicoanálisis, que considera demasiado reductivo y mecanicista. Carl Rogers, en su obra «Terapia centrada en el cliente», defiende que el enfoque con el cliente debe basarse en la empatía, entendiendo por empatía una relación cara a cara, benevolente y comprensiva que valore el impulso autónomo de crecimiento. En la relación, según Carl Rogers, el terapeuta debe ser él mismo sin erigir barreras profesionales ni ponerse máscaras: debe hacerse transparente al cliente para que éste pueda ver sin vacilaciones lo que el terapeuta es en la relación. Esto conduce a un estrecho acoplamiento entre lo que se experimenta a nivel físico, lo que está presente a la conciencia y lo que se expresa al cliente. El terapeuta debe valorar a la persona con la que se encuentra de forma total, especialmente a través de una comprensión empática de lo que el cliente siente a nivel consciente, de sus sentimientos y significados personales.
La empatía, por tanto, puede definirse como la capacidad de sentir el mundo personal del enfermo como si fuera el nuestro: sentir la ira, el miedo, la perturbación del otro como si fueran los nuestros, pero sin añadir nuestra propia ira, miedo, perturbación. Gracias a la empatía, el terapeuta se siente libre para moverse libremente, para expresar aquello de lo que el enfermo es consciente, para dar sentido a aquellos aspectos del enfermo de los que éste apenas es consciente.
Edith Stein, fascinada por la personalidad de Edmund Husserl, pidió al maestro que fuera su director para su tesis sobre el tema de la empatía. En su seminario sobre la naturaleza y el espíritu, Edmund Husserl había hablado de que un mundo externo objetivo sólo puede ser conocido intersubjetivamente, es decir, por una mayoría de individuos conocedores que se encuentran en un intercambio cognitivo mutuo. En consecuencia, se permite la experiencia de otros individuos. En conexión con otros trabajos, Edmund Husserl llamó a esta experiencia “Einfühulung”, pero no afirmó en qué consistía. Por lo tanto, había una laguna que había que llenar: Edith Stein se propuso investigar qué era la intuición. La empatía se convertiría en un tema clave para el método fenomenológico aunque hasta entonces no se había desarrollado. El 3 de agosto de 1916, tras diversas vicisitudes, Edith Stein logra defender su tesis sobre la empatía y obtiene el título de Doctora en Filosofía.
A través de sus estudios, Edith Stein reconstruye semánticamente la empatía para llegar a definirla fenomenológicamente como el único proceso cognitivo capaz de permitirnos captar la intersubjetividad. La filósofa alemana plantea el problema de la empatía porque se da cuenta de que en el encuentro entre seres humanos descubrimos la inconsistencia de la subjetividad absoluta; el hecho de que nos encontremos emocional y psíquicamente con la existencia de otra persona requiere la capacidad de no necesitar todo lo que constituye una subjetividad independiente de todo lo demás: pensamientos, voluntad, conciencia y comunicación a través de palabras banales. Las palabras nos nacen en el mismo momento en que necesitamos darnos cuenta: una palabra clave de la empatía, que nos sacude en el momento en que llega a nuestra sensibilidad, es el anuncio de que otro está experimentando algo.
El “darse cuenta” al que se refiere Edith Stein es el observar, el advertir algo que, «aflorando de repente ante mí, se opone a mí como objeto (como el sufrimiento que “leo en el rostro del otro”)». Según Edith Stein hay una secuencia, casi simultánea, en la que el otro y su dolor no son un acontecimiento concreto e inmediatamente comprensible, sino que se presentan en forma de la aparición de una ruptura en la continuidad de mi experiencia. Cuando nos damos cuenta de esto, comienza algo que podemos llamar el nacimiento del sentido o, como lo llama Edith Stein, el acto de empatía. Este camino nos muestra que el eje del ser se desplaza de la capacidad monopolizadora del pensar al punto medio de encuentro entre ambos; como si dijéramos que el ser tiene una estructura relacional, que hay ser en el momento en que el otro me propone una de sus experiencias, me obliga a redefinir lo que estoy experimentando, acto que tal vez no realizaría si no fuera interpelado por el otro.
La declinación de cada sentimiento y emoción es absolutamente personal, posiblemente única para cada persona. El problema surge en el momento en que el encuentro con el otro me obliga a redefinir mi manera de vivir. Este trabajo casi incesante de ida y vuelta constituye para Edith Stein el origen del sentido de la relación; el viaje entre el uno y el otro polo de comunicación decide la capacidad de situarse significativamente en la realidad y de recibir un aumento de autoconocimiento, pero por diferencia, y no por similitud.
Experimentar al otro, darse cuenta de su alegría, de su dolor, constituye un acto indispensable para cualificar la relación, demasiado a menudo impersonal, con lo que nos encontramos: la empatía constituye el acto por el cual el ser humano se constituye a sí mismo a través de la experiencia de la alteridad -Dios, el otro, la historia, la sociedad, el Estado, el cuerpo vivo,…-.
La empatía, según Edith Stein, no es, sin embargo, identificación con el otro. No se trata de la asimilación del acto empático con la empatía. En la empatía no hay un nosotros, sino dos que son subjetivamente distintos y, de hecho, subjetivamente constituidos en la relación empática. La empatía significa que encuentro el dolor directamente donde está, en su lugar, en el otro, en el otro que lo siente, tal vez lo expresa en los rasgos faciales o lo comunica de otras maneras. No me entrego a él o a ella, ni proyecto o transfiero mis propias cualidades. La empatía es una experiencia concreta, no un conocimiento más o menos probable o conjetural de la experiencia ajena.
La empatía es la adquisición emocional de la realidad del sentimiento ajeno: se hace así evidente que el otro existe y se hace evidente para mí mismo que yo también soy otro. La empatía es entonces amor por su estructura, es vivir en relación. En las diferentes realidades de la atención y del cuidado, las personas que atienden y cuidan experimentan cotidianamente cercanías y distancias capaces de hacer percibir al otro una acogida, una presencia cuidadosa y competente pero no intrusiva, respetuosa de su historia. Edith Stein consideraba esta empatía como un acto paradójico a través del cual la realidad de lo que no somos, aún no hemos vivido o nunca viviremos, se convierte en un elemento de la experiencia más íntima: la de «sentirnos juntos».
Este incesante viaje de ida y vuelta, si somos plenamente conscientes, nos permite experimentar, en la diferencia, la auténtica atención y el auténtico cuidado del otro. Y Jesús de Nazaret fue alguien que vivió y practicó esta relación empática con los necesitados -enfermos, pecadores,…- en este itinerario de ida y vuelta entre divinidad y humanidad, espíritu y carne, salud y enfermedad,…, encarnando la salvación como atención, curación y sanación.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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