La Iglesia con un rostro resucitado de compasión y misericordia
Hay quien piensa en la gracia como una sustancia espiritual que Dios almacena en montones detrás de su trono celestial y dispensa a su pueblo en la tierra. En otras palabras, la gracia como algo que Dios da separado de Sí mismo.
Y, en cambio, la gracia no es una cosa. La gracia no es algo que Dios nos da separadamente de Él mismo. No es algo que pueda agotarse. Dios se nos da cuando no lo merecemos: esto es gracia. La definición, tantas veces repetida, de la gracia como don inmerecido es exacta, pero no es suficiente cuando se refiere a la gracia de Dios. La gracia es un don, pero Dios no es sólo el dador: Él mismo es el don. Dios nos concede su gracia.
Pero si esto es la gracia, entonces ¿qué hace la
gracia? ¿Cómo funciona la gracia? La gracia no es un lazo con el que se coloca
un sistema religioso bien empaquetado. No es la guinda del pastel de tu
moralidad.
La gracia lo cambia todo.
La gracia salva y santifica. Pero muy a menudo la gracia es algo que vemos como algo del pasado en lugar de algo con lo que podemos avanzar. La confusión es resultado de nuestra incapacidad para comprender la gracia desde el punto de vista más genuinamente divino… que no canónico o dogmático… La recibimos, pero no somos transformados por ella quizá porque no la entendemos. Para proceder en la gracia, debemos disipar al menos cinco conceptos erróneos sobre ella y derrotar por lo menos a sus tres enemigos.
Cinco conceptos erróneos sobre la gracia
La gracia es una licencia para pecar. Si Dios, en su infinita gracia, perdona el pecado, entonces ¿por qué esforzarse por una vida sin pecado? “Soy bueno pecando, Dios es bueno perdonando”. Es una combinación perfecta, ¿verdad? Esta mentalidad común supone que perdonar nuestros pecados es tarea de Dios. Él es Dios y eso es justamente lo que hace. Pero en el momento en que aprovechamos la gracia, entonces ya no es gracia. La gracia no es una licencia para pecar, sino el poder para vencer el pecado. Por gracia, Dios perdona el pecado y transforma a los pecadores en santos. La santidad no es un requisito previo para la gracia: es un resultado de la gracia.
La gracia llena los vacíos. “Haz lo mejor que puedas y Dios hará el resto”. Según este razonamiento, hacemos la mayor parte del trabajo duro nosotros mismos, y luego Dios viene a nosotros en los esfuerzos finales, cuando estamos cansados. ¡Qué lindo de parte de Dios terminar lo que empezamos! El problema de pensar que “la gracia llena los vacíos” es que subestima enormemente la magnitud del pecado. La Biblia no dice que seamos personas que necesitemos ayuda para cruzar la meta. La Palabra dice que necesitamos que Dios nos dé abundantemente vida feliz y plena. Cuando nos alineamos con la enseñanza bíblica de que el pecado toca cada aspecto de nuestro ser, entonces también nos damos cuenta de que la gracia es necesaria para algo más que pulir deficiencias morales. La gracia es el principio, el medio y el fin de la vida cristiana. Cuanto más honesto somos acerca del pecado, más se regocija nuestro corazón en la gracia.
La gracia es que Dios renuncia a sus estándares. La mayoría de la gente piensa que en el Antiguo Testamento Dios estaba obsesionado con la santidad y mantenía un estándar casi irreal para su pueblo. “Guardar la ley” era el estandarte del cielo. Pero luego, en el Nuevo Testamento, Dios debe haberse despertado de su ensoñación o espejismo en el lado correcto de la nube y finalmente ha decidido bajar sus estándares y amar a las personas por lo que son. Pero la gracia no es Dios renunciando a su ley, sino enviando a su Hijo para cumplirla. Jesús vivió una vida perfecta, guardó el pacto y cumplió la ley donde el pueblo de Dios había fallado anteriormente. Por medio de los efectos renovadores del Evangelio y el poder del Espíritu Santo, el cristiano puede vivir una vida de amor que comienza a alinearse con los santos estándares de la ley de Dios que se resumen en un mandamiento: el del amor… a Dios, a uno mismo y al prójimo. Porque el que ama cumple la ley (Rm 3,8).
La gracia es lo opuesto al esfuerzo. Si “todo fuera cuestión de gracia”, entonces claramente no sería cuestión de esfuerzo. O al menos eso parece. Pero, como dijo una vez alguien: “La gracia no se opone al esfuerzo, se opone a ganarse el favor de Dios”. Como cristianos debemos trabajar duro, esforzarnos, pero lo hacemos no para obtener la gracia, sino porque hemos sido agraciados. Gracias al Evangelio no estamos motivados por la culpa sino por la gratitud. Y el Evangelio es el mayor poder motivador del mundo, que mueve a los seguidores de Cristo a amar a su prójimo, buscar la justicia y compartir la Buena Noticia de la gracia tan abundante como gratuita. Filipenses 2:12-13 describe este tipo de esfuerzo impulsado por la gracia: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
La gracia es para la gente devota. Aunque la gente no lo diga explícitamente, muchas personas en el fondo lo creen. Es el resultado del simple malentendido de que Dios ama a las personas buenas en lugar de que es el amor de Dios lo que hace buenas a las personas. Pero la Biblia no es la historia de Dios buscando gente buena, es la historia de Dios curando y salvando a gente pecadora. Y esto debería ser una Buena Noticia. Esto es el Año de Gracia. La gracia es para los hijos necesitados, pecadores,…, porque los transforma en personas santas incluso con sus pecados. Necesitamos entender esto, porque si separamos las formulaciones canónicas, dogmáticas, morales, teológicas… de los sentimientos de Cristo (cf. Flp 2,5) haremos un flaco servicio al Evangelio de la Gracia.
Los tres enemigos de la gracia
Orgullo. ¿Por qué alguien rechazaría un regalo gratuito? Porque si no lo he ganado, no puedo atribuirme el mérito. Por esto la gracia es un concepto difícil de aceptar para las personas orientadas a los resultados. Pero el mayor enemigo de la gracia es el pensamiento de que realmente no la necesitamos. Esto es evidente en la idea de que la religión es una “muleta” para la gente débil. La gracia no es una muleta para los débiles, sino un fundamento para los honestos. Y si soy honesto conmigo mismo, sé que necesito mucho más que una muleta, necesito un nuevo corazón. La gracia no me sostiene, me transforma de adentro hacia afuera. Nos resistimos a la gracia porque queremos gloria.
Derecho. El derecho es un proceso de tres pasos: (1) recibir un regalo con gratitud, (2) acostumbrarse a un regalo con rutina y (3) solicitar un regalo como un derecho. Este es un punto ciego para no pocos cristianos, con consecuencias peligrosas. En el momento en que crees que mereces la gracia, su poder se disuelve. La gracia hace que las personas sean agradecidas, pero pensar que tienen derecho a ella las sofoca y que alguien no tiene derecho a ella las asfixia.
Autocompasión. Si el orgullo dice: “No necesito la gracia”, y el derecho dice: “Merezco la gracia”, el último punto tiene que ver con la autocompasión, que dice: “No soy digno de la gracia”. Este sentimiento a menudo se expresa diciendo algo como: “Sé que Dios puede perdonarme, pero yo no puedo perdonarme a mí mismo”. Parece humilde, pero en realidad es bastante presuntuoso. Hay al menos dos casos: (a) tienes un estándar moral más alto que Dios; (b) dudas de la suficiencia de la salvación de Jesucristo. Dios es mayor salvador que tú, pecador. Confía en que Su gracia es totalmente suficiente.
Un reino lleno de prostitutas
Tantas veces creo que hay mitos que desacreditar y enemigos que derrotar. ¿Pero cómo parece que funciona una parte de nuestra vida eclesial? Tomemos el ejemplo de las prostitutas. En Mateo 21,31 Jesús les dice a los líderes religiosos: “Las prostitutas entrarán antes que vosotros en el Reino de Dios”. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede un Dios santo tener un Reino lleno de prostitutas pecadoras? Quizás solamente hay dos posibles respuestas: o Dios ignora el pecado o Dios transforma a los pecadores.
Dios podría tener un Reino lleno de prostitutas simplemente cambiando Sus estándares y permitiendo la prostitución. Esto significaría que Dios estaría de acuerdo con la injusticia, la opresión de los fuertes sobre los débiles, etc. Pero el Dios del Evangelio sigue siendo santo -el tres veces santo- y por eso no se limita a rechazar el pecado, sino que lo afronta curando, sanando,…, perdonando. La idea de dejar entrar a todos al Reino sin cambiarlos puede parecer atractiva al principio pero quizás ese tipo de Reino resultaría no ser el cielo, sino más bien el infierno.
Dios tendrá un Reino lleno de prostitutas o de… no porque ignora el pecado, sino porque perdona y transforma a los pecadores. Sí, el amor de Dios nos encuentra donde estamos, pero no nos deja quedarnos allí. Esto es porque cuando la gracia de Dios echa raíces en el corazón, entonces produce fruto en la vida. La gracia de Dios no consiste en rebajar sus estándares, sino en transformar a su pueblo: el lejano en prójimo, el enemigo en amigo, el desconocido en hermano, el huérfano en hijo, el pecador en santo…
¿Realmente el rostro de nuestra Iglesia es el rostro del Resucitado? Creo que era George Bernanos el que invitaba o sugería que nos hiciéramos esta pregunta delante del espejo: ¿es nuestro rostro el rostro resucitado de compasión y de misericordia? Y es que el secreto de la vida cristiana está precisamente en fijar la mirada en Cristo. “Este es entonces el secreto de la vida, lo que nos hace salir del anonimato: fijar la mirada en el rostro de Jesús y adquirir una familiaridad con Él. Mirar a Jesús purifica la mirada y nos prepara para mirarlo todo con ojos nuevos. Encontrándose con Jesús, mirando al Hijo del hombre, los pobres y los sencillos pueden encontrarse a sí mismos, sentirse profundamente amados por un Amor sin medida” (Carta de Pietro Parolin a Francesco Lambiasi el 16 de agosto de 2019).
Esto es lo que hace del cristianismo una presencia en el mundo diferente de todas las demás, que porta el anuncio de aquello de lo que -sin saberlo- los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen más sed. Nuestra Iglesia será “original” si su rostro es el espejo de Cristo resucitado que compasión y de misericordia.
No, no hay santos que no tengan su pasado… como tampoco hay pecadores que no tengan su futuro... Recomiendo a nuestra Iglesia en España en general y, más en particular, a aquellos ministros ordenados que prohíben el acceso a la comunión eucarística, al padrinazgo bautismal,…, de las personas homosexuales, una lectura y un estudio, de esta audiencia del Papa Francisco del 13 de abril de 2016 https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2016/documents/papa-francesco_20160413_udienza-generale.html
O ya que el papa Francisco recomienda la lectura de la literatura porque educa el corazón y la mente (cf. Carta del Santo Padre Francisco sobre el papel de la literatura en la formación, 04.08.2024), recomiendo la lectura del “Diario de un cura rural” de George Bernanos. Una obra sobre la fe pero también sobre la Iglesia. La grandeza de la Iglesia no depende de la brillantez de sus miembros, sino del triunfo del Resucitado que se refleja en los suyos, los más débiles, los pequeños como Él, y que sólo quienes tienen la sencillez que da el espíritu de infancia pueden reconocer. Mientras el rostro de la Iglesia resplandece a la luz de la Gracia, el pecado sucede cuando la Iglesia vive desde la caricatura o el personaje que representan algunos de sus ministros ordenados.
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario