jueves, 6 de febrero de 2025

La resurrección en el Jubileo de la Esperanza.

La resurrección en el Jubileo de la Esperanza 

En el mito de Pandora, Pandora – que recibió el regalo del jarrón de Zeus – la abre por curiosidad (y se dirá que incluso los griegos habían entendido que la curiosidad es mujer…) y de ella salen todos los males del mundo. Pandora entonces cierra todo: y tras el daño, la burla. Lo único que hubiera venido bien que saliera de aquel recipiente, queda encerrado en su interior: en el fondo del recipiente queda la esperanza -ἐλπίς-, hasta el punto de que el mundo se ve privado de ella. Pues bien, la esperanza cristiana se parece al cuento mitológico: la esperanza ya está ahí, ya está presente, es un don que ya poseemos, pero que –como en el caso de la caja de Pandora– pide ser sacado. 

¿En qué consiste entonces esta esperanza cristiana que ya está ahí, que está presente, pero que hay que sacar a la luz? 

La esperanza cristiana es la imagen de un ancla (cf. Hb 6, 18-19 retomada en Spes non confundit, 25), que en verdad no reposa en el fondo del mar. La esperanza cristiana es un ancla que se fija a un sepulcro vacío. Quisiera intentar definir – de un modo que intente ser lo más sencillo y ordenado posible – qué es la Resurrección de Jesús y qué representa: se podría decir que intentaré primero decir qué es en sí – qué revela sobre sí – y luego qué significa su Resurrección para nuestra vida. 

Invirtiendo un dicho famoso, se puede afirmar con seguridad que “aquellos que mueren nunca son vistos nuevamente”… Esta es una observación muy fácil de hacer en nuestra experiencia, de hecho: aquellos que mueren – para usar un juego de palabras – “ordinariamente” están muertos. Aquí “ordinariamente” indica la naturalidad de la cosa y su inevitabilidad: tanto que si alguien nos pide que vayamos a visitar a un muerto, buscamos a ese muerto entre los muertos; es decir, entre las tumbas y sepulcros, entre las flores marchitas de un cementerio y las lápidas que a menudo son todas iguales. 

Se me disculpará la banalidad de lo que digo (o quizás es una manera muy sencilla de presentar las cosas como son...), pero lo que todavía hoy hacemos si queremos buscar a un muerto, lo hicieron también los discípulos y las mujeres que habían experimentado la misión y la vida pública de Jesús: fueron a buscarlo entre los muertos, fueron a un sepulcro para recordarlo y venerarlo. 

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lc 24,5): es el versículo que nos invita a cambiar de perspectiva y a cambiar la mirada. Porque –como les ocurrió a los discípulos y discípulas– también a nosotros se nos pide ir a mirar hacia otro lado, abandonar la banalidad y la obviedad de lo que sucede en la vida de cada día. Porque si no hacemos esto, nunca podremos encontrar a Cristo Resucitado: si permanecemos delante de un sepulcro, no veremos a Jesús y no lo encontraremos, porque no es el lugar adecuado para ir a buscarlo. 

Había un sacerdote que desde hace mucho tiempo tenía la costumbre de ir todos los años el Sábado Santo al cementerio y decir a los muertos que había en su interior: “¡Mañana resucitarás!”. Se dirá que ya saben que resucitarán y que quizá en la eternidad (donde no hay antes ni después...) también será posible afirmar que ya han resucitado (es una cuestión que requeriría más atención "teológica", pero la dejaré aquí, apenas escrita en la página sin mayor investigación...). Pero ese gesto de recorrer los sepulcros la víspera de la celebración de la Resurrección de Jesús, significa que todo lo que se ve y se siente en un cementerio (sentimiento de tristeza e inevitabilidad) está destinado a ser transfigurado a la luz de un nuevo comienzo. 

La Resurrección es un nuevo comienzo. Es un hecho inaudito, porque no se condice con lo que suele ocurrir en el mundo, que es el mundo de los mortales. La Resurrección es como una nueva creación, lo que indica con absoluta claridad que sólo Dios puede realizarla: porque sólo Dios tiene la capacidad de producir algo de la nada. Porque de la nada nada nace y si algo nace significa que Dios ha intervenido. Es lo que sucede con la Resurrección que consiste en volver a la plenitud de la vida a partir de la nada de la muerte. 

Confío en que poco a poco el perfil de la Resurrección se vaya clarificando. Subvierte la cotidianeidad de la realidad, porque señala la intervención del poder de Dios. 

Pero hay otro aspecto que hay que recordar, algo que nos permite realizar un acto más allá de lo que ya he dicho o intentado decir. Lo hago recordando un versículo de los Hechos de los Apóstoles. En el segundo capítulo, Lucas aplica un salmo a la historia de Jesús: “Porque no abandonarás mi alma en el infierno, ni permitirás que tu Santo sufra corrupción” (Hechos 2,7, que cita el Salmo 16,10). 

Abandonar indica, al menos indiferencia, si no absoluto desprecio. No abandonar, al contrario, indica cuidado, cercanía, preocupación, solicitud. En esto consiste el aspecto adicional que he mencionado más arriba -no abandonar a la muerte- es signo del amor desbordante del Padre hacia el Hijo; según la enseñanza del libro de la Sabiduría que dice: «Tú perdonas todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amante de la vida» (Sb 11,26). 

Extraordinaria omnipotencia divina, amor desbordante, gracia sobre gracia: estos son los conceptos y las palabras fundamentales que nos presenta el misterio de vida que es la Resurrección. Y éste es el sentido fundamental de la Resurrección para la esperanza cristiana en este Jubileo de la Esperanza: la resurrección indica que es posible un nuevo horizonte, fruto del poder y del amor de Dios. Más aún, indica que este nuevo horizonte ya existe: que esta nueva posibilidad de vida, de amor y de poder sólo hay que hacerla presente en nuestra existencia. Él nos pide que la dejemos salir… como sucede en el mito del jarrón de Pandora. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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