domingo, 16 de febrero de 2025

La sed del ser humano simbolizada en la samaritana.

La sed del ser humano simbolizada en la samaritana 

La sed expresa una necesidad natural que todos los hombres tienen. El cuerpo humano necesita beber agua para vivir. Así que es una cuestión de vida o muerte. Pero hay una sed aún más profunda: la sed de amor, de felicidad, de significado. A menudo intentamos saciar esta sed bebiendo de fuentes inconsistentes, con el resultado de que la sed aumenta aún más. 

Incluso en las decisiones equivocadas que se puedan tomar, hay un deseo oculto de saciar esta sed. Pero, dice San Agustín: “Nuestro corazón está inquieto si no descansa en Dios”; nuestra sed queda insatisfecha si tratamos de saciarla de otra manera, porque ninguna cosa ni persona puede saciarla. En nuestro corazón hay un profundo anhelo por Dios, a cuya imagen y semejanza fuimos creados. 

El diálogo de Jesús con la mujer samaritana siempre ha fascinado a artistas e intérpretes. El episodio es muy rico en simbolismo, empezando por el nombre del lugar del encuentro. Sicàr significa “algo está obstruido”. El hombre a menudo experimenta la sensación de estar estancado, separado de su fuente. Aquella fuente de donde debe brotar la alegría y la felicidad en su corazón. Todo hombre busca la felicidad, pero a menudo la busca en “pozos” equivocados, secos y vacíos que no la contienen. 

La primera parte del diálogo entre Jesús y la mujer samaritana gira en torno al agua, el pozo y la fuente. Los tres conceptos son imágenes de una realidad más profunda: se refieren al hombre que anhela el agua para saciar su sed, que es principalmente sed de amor. Aquí Jesús habla del agua viva. El agua viva es ante todo agua de manantial, y no agua estancada de una cisterna. 

La humanidad siempre ha soñado con un agua de vida, una fuente de eterna juventud, un agua que comunique un sentimiento de vida nueva y siempre joven, que cure las heridas y preserve de la vejez y de la muerte. Jesús reencuentra este anhelo original del hombre y satisface lo que el hombre desea en su corazón: le da el agua que da la vida eterna. 

¿Pero cómo lo da? No es sólo al agua bautismal a lo que Juan quiere referirse aquí. Si acogemos a Jesús y su Palabra dentro de nosotros, Él se convierte para nosotros en agua que cura y refresca: nos pone en contacto con la fuente interior de agua viva que brota en nuestra alma, pero de la que a menudo estamos privados. 

A la sed de vida le sigue el deseo de amor. Los seis hombres que ha tenido la mujer son símbolos de los ídolos con los que estamos casados: dinero, poder, sexualidad, gloria, etc… pero los ídolos son incapaces de llenar y satisfacer el anhelo de vida y de amor que siente nuestro corazón y nos dejan más vacíos y tristes que antes. Sólo si nos arrodillamos ante Dios y le adoramos alcanzaremos la meta de nuestro deseo. Sólo entonces nuestro corazón inquieto se calma. 

Los seis maridos son una imagen de la sed insatisfecha de vida de la mujer y del autoengaño del que todos somos esclavos, como si nuestro anhelo infinito pudiera ser satisfecho por personas o cosas. Los seis esposos remiten finalmente al séptimo esposo, a Jesús que en la cruz deja rasgarse el corazón para mostrarnos su Amor, sin límites y sin pretensiones. Un amor libre, personal, único, fiel, que sólo él puede saciar nuestra sed de amor infinito. 

Observemos cómo durante el diálogo de la mujer samaritana con Jesús, la fuente de agua viva de la que Jesús le había hablado comenzó a brotar en su corazón, hasta tal punto que dejó el cántaro con el que había ido al pozo a sacar agua y corrió a anunciar a sus conciudadanos que había encontrado al Mesías. 

La sed de Dios. 

Si el hombre tiene sed de Dios, Dios también tiene sed del hombre, sed de mí y de ti. «Dame de beber» (Jn 4,7), dice Jesús a la mujer samaritana. «Tengo sed» (Jn 19,28), repite en la cruz. Sediento de mi y de tu respuesta a Su Amor. 

Que su Vida abundante y plena entregada en la Cruz no sea en vano. La Eucaristía es el lugar de encuentro entre dos personas sedientas o, mejor aún, entre dos amantes. Pero también cuando dedicamos tiempo a la oración, que no es otra cosa que el encuentro con el Amado, el Amigo, el Hermano, el Señor, el Esposo, se produce el encuentro entre dos personas sedientas. 

¿Has tomado consciencia de tu sed? ¿Cuáles son los pozos de los cuales has intentado saciar tu sed? ¿Cuál de ellos te decepcionó y dónde encontraste alegría verdadera y duradera? 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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