miércoles, 12 de febrero de 2025

Lenguaje y lenguajes: más allá del aburrimiento del lenguaje eclesial.

Lenguaje y lenguajes: más allá del aburrimiento del lenguaje eclesial 

Comunicación y lenguajes son dos palabras claves. Un lenguaje no discriminatorio, menos marcado por la rigidez, pero más abierto a las preguntas de significado, parece la clave para hablar a tanta gente en búsqueda, para hacer la Iglesia más accesible, más comprensible y más atractiva para los jóvenes y los ‘alejados’, más capaz de transmitir la alegría del Evangelio. 

El tema es central, pero ¿cómo evitar que las soluciones buscadas no sean más que un trabajo de maquillaje? 

El lenguaje eclesial se caracteriza por su claridad, linealidad, sistematicidad, está bien definido y articulado… es aburrido, extremadamente aburrido. No me refiero a una intervención académica. Pienso en tantos discursos, homilías, textos que nos sucede que escuchamos o leemos. La fuerte tentación de explicar, describir, enseñar es omnipresente. Todo es desvelado… nada se revela. 

El tema del lenguaje es uno de los núcleos que más ha emergido en los últimos tiempos. La necesidad es clara y fuerte. El gran riesgo que percibo es el de recurrir a una “vulgarización” del lenguaje eclesial: utilizar términos y expresiones de hoy, imágenes y fórmulas que hacen más claro y comprensible lo que queremos decir a los demás. Nuevamente la lógica es convencer, explicar, enseñar el contenido que tenemos. Todo es convincente, nada se convierte. 

Henry Nouwen, en su escrito “En el nombre de Jesús: reflexiones sobre el liderazgo cristiano”, indica entre las características del líder cristiano del futuro la del misticismo: la capacidad de sentir la realidad en sus dimensiones más profundas de significado. Es también la «mística de la fraternidad» la que nos abre a la auto-trascendencia, que puede ayudarnos a vernos a través de la mirada de Otro. Y es precisamente sobre el misticismo que me gustaría escribir. Se refiere al lenguaje de los místicos del siglo XVI, quienes en un cambio de época supieron repensar profundamente el uso del lenguaje para comunicar la experiencia de la fe. 

El lenguaje de los místicos 

En este sentido, la fuerza de los místicos fue, en mi opinión, la de transformar el lenguaje de mero instrumento de transmisión de contenidos a experiencia. Es decir, el lenguaje se vuelve capaz de generar, a través de la forma y el estilo que asume, un movimiento interior, produciendo en el receptor una experiencia real de relación. Hay un llamado en la base, una voz, no un contenido, no una claridad. 

El lenguaje místico trata de hablar de una ausencia, de una espera de algo que falta. Es buscar lo que se necesita decir. Un vacío del que puede nacer la Palabra. A nosotros nos corresponde el papel de los adverbios, a través de los cuales el Verbo y sus verbos pueden reposar y contextualizarse. 

El tiempo irrumpe y se transforma. Se aferra a un presente que es sorpresa continua, nacimiento y muerte, comienzo, irrupción. No es lineal, no hay continuidad como es propio de las instituciones. El presente es pasión por “lo que es”. No es una actitud proyectiva ni nostálgica. Es una pasión por el mundo tal como es o por la cosa en sí, es fundirse y confundirse con ella. 

La mística y el mantenimiento de las instituciones 

El lenguaje místico no ofrece una doctrina, ofrece dispositivos: maneras de expresarse, de ordenar los términos. Crea un espacio donde la conversación pueda ocurrir. No prescribe, no dice “esto es esto”: la sabiduría es siempre “no esto”. 

La doctrina, mediante el control catequístico, la unificación y la difusión, se convierte en un instrumento que permite la fabricación de cuerpos sociales, su defensa o su extensión. La tarea educativa y la preocupación por los métodos distinguen la actividad de los “partidos” religiosos y de todas las nuevas congregaciones, cada vez más conformes, en esto, con el modelo estatal. ¡Estamos reducidos a instituciones pedagógicas! 

Creo que éste es el gran riesgo que estamos viviendo. La Iglesia no es una institución pedagógica, sino una realidad que inicia procesos de liberación a través de la práctica y el anuncio de una Palabra de Vida. Una Palabra que cruza las fronteras como un ángel, un símbolo – symballo – une, mantiene unido, cose la fractura entre mundos, espacios, trayectorias de vida: conecta dos soledades, supera los muros de separación, los binomios, lo binario, las lógicas maniqueas, hombre/mujer, alto/bajo, arriba/abajo, afuera/adentro. En esto también hay confusión, desorientación. 

Éste es el espacio que proporciona el lenguaje místico. Implementa prácticas espaciales, un exceso de la Palabra hasta hacer coincidir opuestos, como entrar-salir. Es arrogancia, transgresión. Habitar el presente y desafiarlo: es experimentar que hay un ‘más que tú’. La palabra es una palabra pasajera, separada como la de un poeta o la de un analista. Es un hilo que pasa sin detenerse. 

Un lenguaje que no seduce. Al contrario, utiliza la categoría de «locura», el secreto interior que llevamos dentro... como el hijo menor de la parábola, como el santo Francisco... se carga de la locura de todos nosotros. Locura que escapa a la institución (hijo mayor), la evade, la sobrepasa, va más allá, se convierte en ultraje. La institución, por el contrario, tiene el papel de proteger del vértigo del exceso. El problema es si deja de escuchar la voz del Padre que la llama, que la invita, que la devuelve a la realidad de las cosas, a lo que es. 

Los clérigos son la policía del símbolo. El loco, en cambio, rompe el vínculo establecido, sacude la institución, recordándonos que es móvil. Se burla, porque no necesita ser defendido y ya no tiene nada que defender, porque es fuerte en ausencia. Es cosa de todos, liberado de la propiedad que fundamenta la violencia: el Cristo crucificado. El loco crea una relación de fuerza, un cuerpo a cuerpo que está fuera de la relación simbólica establecida. Es un acto violento. 

El lenguaje místico invita a una transformación 

El lenguaje místico es una narración de relaciones, no de afirmaciones con lógica o hechos (historiografía). Los místicos narrativizan formas relacionales. Se trata de historias: operaciones transformadoras: transforman las relaciones entre sujetos dentro de sistemas de significado. 

En los místicos el criterio de lo bello sustituye al de lo verdadero. Función poética más que referencial o conativa, persuasiva. Lo que deja de tener la “transparencia” del signo (comunitario) se vuelve místico, mientras que la institución pedagógica apunta a la “vulgarización” de una predicación clara, apta para todo grupo social. 

Los teólogos creen que pueden arreglar las cosas de la mente con palabras, asegurando así una institucionalización del significado. Son el reino del verbo: privilegian la lógica del agente que autonomiza las operaciones intelectuales respecto de un mundo de signos y que piensa la serie de estas operaciones según el modelo de la génesis con un hablante-creador. Yo soy el reino del verbo, no del adverbio. Se convierten en verbos. 

El místico genera nuevas palabras. Para ello se requiere de lo masculino y lo femenino, no es célibe como la institución clerical. Ella tiene que dar a luz. Sus palabras insinúan en el lenguaje una otredad reprimida, lo ausente. Utiliza términos incongruentes e inauditos. Más allá de la esterilidad, el ángel dijo: “Tendrás un hijo”. 

La actividad metafórica es una traducción: introduce palabras extranjeras en una lengua canónica; introduce en un nuevo lenguaje los términos de una ciencia legítima. Genera un pasaje entre lugares lingüísticos, entre diferentes epistemes. Unificar conocimientos en un nuevo lenguaje. Esto es posible a través de la forma de diálogo o relato: combina una pluralidad de lugares y acciones en un solo texto. Los místicos han utilizado la forma epistolar, la narración de la propia vida, itinerarios imaginarios y/o normativos. El objetivo es situarse en un lugar donde una voz nunca deja de sonar. 

En el misticismo el verbo es destronado, liberando unidades semánticas. Se da prioridad al discurso interno y externo. A través de una escena física de acontecimientos que precede a la escena mental. 

No establece leyes generales (metafísicas), a nivel ético u ontológico. Fija pasos en el tiempo, indicando una transformación dentro de la lógica del juego, es decir de reglas y errores. Distinto sería si fuese a nivel ético el que prescribiese las leyes, y por tanto la culpa y el pecado ante su infracción. Es un proceso, es una secuela, no una mera imitación, un proyecto para repetir, es una performance, no una actuación. 

Es una performance que se apoya en las circunstancias, en la utilidad del momento, en el discernimiento que crea ruptura, desapego, alejamiento de adherencias ideológicas o históricas para la construcción de un futuro más que para el respeto de una tradición. “Deja tu país.” Circuncisión mística y espiritual, corte, espada. Se trata de olvidar, en lugar de permanecer fiel (atrapado en un pasado). 

El lenguaje místico libera significados 

El místico utiliza términos poco comunes. La oscuridad no es claridad, ni luz, sino fuego. Intenta sugerir experiencia y gusto más que especulación. El lenguaje no imita las cosas: deshace las coherencias de los significados, crea un vacío en un mundo donde debería estar escrito, para liberar lo que la cosa mantenía dormido en las palabras.

Es una impertinencia de yuxtaposiciones: propone un exilio semántico, una salida: oxímoron, metáforas (tropos), ¡no símiles ni analogías! 

Cuando un signo representa algo, es transparente, se olvida y ya no se percibe. Al mismo tiempo tiene su propia realidad, es opaca. El lenguaje místico centra la atención en el signo, hace olvidar la cosa, produce un secreto, vela, no revela. No describe una experiencia, crea una experiencia. Hay un exceso, una indecencia gramatical, una actuación que va más allá de la competencia. 

Es una palabra rota: una palabra herida, separada de la cosa, de lo que muestra. La palabra como dolor del lenguaje. 

La frase mística como artefacto del silencio: produce silencio en el ruido de las palabras. 

Es retórica más que hermenéutica. Un decir que genera una experiencia y, por tanto, también un conocimiento, más allá del conocimiento establecido. Mientras que la hermenéutica es la explicación de la experiencia dentro del conocimiento establecido. 

Algunas condiciones para un lenguaje liberado y liberador 

Algunas condiciones para una renovación del lenguaje religioso podrían ser, por ejemplo: 

1 – debe ser habitado y atravesado por un silencio inmenso, que es el de la escucha. No sé de antemano la palabra que voy a escuchar. Un silencio presente, pura atención a la Palabra; 

2 – un nuevo lenguaje, que debe inventarse especialmente en tiempos de disrupción cultural como el que vivimos. Como lo ha hecho siempre la Iglesia en su tradición. Cuanto mayor es la ruptura cultural, más urgente se hace la invención; 

3- el lenguaje debe respetar la literalidad del antiguo, debe escuchar la letra del lenguaje antiguo, sin edulcorar ni vulgarizar el Evangelio para hacerlo más aceptable o comprensible. No se trata de dar a los contemporáneos una formulación que guste sino que desoriente. 

Son algunas condiciones que no son fáciles de conciliar. Lograr esto quizá no sea la solución, sino exponerse, aceptar el vértigo del exceso, de proceder más allá del centro de gravedad del lenguaje predeterminado y controlado, claro y lineal. Emprender un camino nuevo y al mismo tiempo antiguo. “El camino es como un pliegue en el suelo, visible sólo cuando lo recorres” (Tim Ingold), no pide ser explicado, sino recorrido. Más allá de la tentación de convencer, que quita espacio a la atención, a la espera. 

La apologética y la predicación hacen afirmaciones que son aceptadas por los interlocutores y sobre esta base pretenden obtener una adhesión (convicción), un cambio de voluntad. 

El misticismo, por otro lado, genera un desapego de las afirmaciones aceptadas, una liberación. Un desapego orientado a formar EL deseo del ausente: la conversión. 

Es la experiencia del orador la que respalda el discurso y no la acreditación de la Institución. 

La forma que toma el lenguaje tiene un valor de arquetipo: es reconocer una misma forma en acontecimientos diferentes, fruto de la experiencia, de acontecimientos contingentes, y no interpretar lo que se dice. Es la forma y no el discurso teológico o histórico lo que tiene valor. No es una palabra de amor sino una palabra que ama. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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