miércoles, 12 de febrero de 2025

No encontraron engaño en su boca.

No encontraron engaño en su boca 

Quien quiere mentir, engaña, y el que quiere engañar, miente (Mateo Alemán). 

El léxico es extraño y en la historia de una lengua hay palabras que mueren y desaparecen, otras que nacen y otras que conservan su forma original pero cambian de significado. Sin embargo, cuando algunos términos de especial «densidad» ética caen casi en desuso, hay motivos para preocuparse, y no poco. 

Dos de ellos, que de niño oía recordar a menudo, entre gente sencilla y temerosa de Dios, son «honestidad y honor», que se remontan al concepto de integridad moral reflejada en el comportamiento y al de dignidad civil, social y religiosa, respectivamente. Incluso fórmulas como «juro por mi honor», «palabra de honor» y similares han quedado obsoletas y quienes las pronuncian, aunque sea de buena fe, no son considerados creíbles. 

Honestidad y honor derivan ambas de una palabra latina, ‘honor’, que tiene un significado similar al español, pero es curioso que en la lengua de nuestros antepasados latinos existiera un adagio que sonaba así: ‘honor onus’, que significa «el honor es una carga, un peso que hay que llevar sobre los hombros todos los días de la vida», en el sentido de que ser honesto, honrado,…, y digno de honor cuesta esfuerzo. 

Nada más actual. ¿Existe hoy una carga mayor que ser honesto y honrado en un mundo en el que domina el mercado del yo? Y de nuevo: ¿hay algún reconocimiento para quienes se esfuerzan por mantener la integridad moral y cívica? ¿Y la religiosa? Siempre ha sido difícil nadar contracorriente, pero hasta quizá hoy lo pueda ser aún más. 

Hago esta reflexión introductoria teniendo en cuenta que hace poco más de un año, creo que fue en octubre de 2023, el Obispo Erik Varden -cisterciense noruego- publicó un libro en español “Castidad. La reconciliación de los sentidos”. 

La castidad no es algo que pertenece al pasado, formada únicamente por una sexualidad frustrada o reprimida, por una abstinencia que no hace feliz, por una mortificación de los sentidos que lleva al sabotaje de la personalidad humana, sino como una virtud que nos ayuda a ser felices, realizándonos plenamente e integrando las diferentes esferas que componen nuestro ser. 

El autor postulaba que necesitamos un nuevo vocabulario para hablar de la castidad y también para abordarla de un modo que sea honesto, desde el punto de vista de la fe. Es decir, de una manera que sea coherente con una comprensión teológica del ser humano y, al mismo tiempo, realista, con respecto a la experiencia humana. 

Uno esperaría a estas alturas una explicación sofisticada del misterio de la sexualidad humana y su belleza, de su complejidad e incluso sufrimiento, y sin embargo el autor aborda la castidad como un camino para realizarse plenamente desde el punto de vista humano. Y aquí está el punto al que quiero llegar y en el que detenerme. 

En el latín clásico, “castidad” era a menudo sinónimo de “integridad”. Vivir castamente era vivir con integridad moral, con virtud, con moralidad. Hoy en día, en nuestra sociedad, la castidad se interpreta de forma muy reductiva, únicamente como abstinencia sexual o mortificación, mientras que la idea de integridad mantiene una connotación muy positiva. 

Y uno quiere pensar que a la mayoría de las personas nos gustaría ser percibidas como personas íntegras y morales. Pero ¿qué significa tener integridad? Significa tener una relación armoniosa con uno mismo, de modo que el ser e identidad externos correspondan a la identidad interna. En definitiva, conseguir que haya una buena armonía entre las diferentes voces que forman la orquesta de la vida. 

De ahí que el autor pusiera como subtítulo de su libro “La reconciliación de los sentidos”. Llegar a ser casto significa, de hecho, reconocer gradualmente los diferentes aspectos de uno mismo, de su ser físico, intelectual, espiritual… Pero también, históricamente, conciliar el condicionamiento que haya podido recibir cada uno de su familia de origen, temperamento, deseos particulares, trayectoria individual,…, y trabajar para hacer de todos esos aspectos un todo armónico que le haga a uno realizado y feliz. En definitiva, evitar vivir en un estado de tensión constante en el que uno siempre se siento tensionado en diferentes y opuestas direcciones. 

De hecho, estamos condicionados por las cosas que nos suceden, pero no determinados por ellas. Para lograr todo esto es fundamental conocernos a nosotros mismos. A esto le llama el autor “ascetismo de la honestidad”. Debemos reconocer, en nosotros mismos, nuestras fortalezas y debilidades, nuestras heridas y, al mismo tiempo, nuestras capacidades y preguntarnos qué podemos lograr, con todo esto, con la ayuda de Dios. Y tener también la certeza de que, gracias a la fe, cualquier circunstancia puede transformarse en fuente de gracia. 

Ante ciertas noticias que llegan, no sé si dignas o no de crédito, sobre el asunto de las Hermanas Exclarisas de Belorado, he vuelto a pensar y escribir estas líneas en el horizonte de la honestidad, honradez, honor... Términos que giran alrededor de lo que yo entiendo como integridad moral y virtuosa. 

La raíz del abuso -uso contrario al correcto o indicado, es decir, uso indebido o injusto- en la Iglesia en general, y también en la Vida Religiosa en particular, es la capacidad del ser humano para hacer el mal. Al final es esa herida existencial la que llamamos pecado. Podremos pensar que no pocos y que, incluso, la mayoría de los abusos ocurren fuera de la Iglesia (y de la Vida Religiosa) y los vemos en muchos contextos diferentes. Pero decir esto no significa relativizar lo terrible que son los abusos dentro de la Iglesia porque lo que sucede dentro de la Iglesia es incluso hasta peor cuando representa una traición a la confianza y una traición a una obligación sagrada de integridad moral y virtuosa. 

Es importante que tengamos límites claros que nos digan qué es y qué no es un comportamiento aceptable en el horizonte del honor, honradez, honestidad,…, y que tengamos palabras para definir lo que no es aceptable en un actitud y comportamiento que pretenden ser moralmente íntegros. La Iglesia y la Vida Religiosa se han dado procedimientos muy claros para la investigación, la rendición de cuentas y la transparencia -negro sobre blanco-. 

Acabo ya esta reflexión. Hay bienaventuranzas en el Evangelio que no se encuentran en el sermón de la montaña en San Mateo o en aquel de la planicie de San Lucas. Y también hay “ayes” desperdigados aquí y allá (además de los recogidos por San Lucas en la perícopa 6, 24-26). Por ejemplo: “Ay de aquel que escandalice” (Lucas 17, 1ss). Dice San Pedro en su Carta que en Cristo no encontraron engaño (1 P 2, 22ss). El mismo Jesús había dicho que la verdad hace libres (Jn 8, 31ss). Me imagino que la honestidad… la integridad… la verdad… tiene que ver, y mucho, con la credibilidad. De hecho, esa credibilidad hizo que los contemporáneos de Jesús le reconocieran y le dieran autoridad a su enseñanza. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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