lunes, 17 de febrero de 2025

Los cambios que esperan a la Iglesia.

Los cambios que esperan a la Iglesia 

Son los acontecimientos cotidianos de un tiempo en constante cambio los que hacen aflorar, de vez en cuando, la evidente crisis de fe que marca la vida de nuestras sociedades occidentales, junto con el sentimiento difundido de indiferencia religiosa y de distanciamiento de la institución eclesial que se siente ahora entre nosotros. 

Pero, como brasas bajo las cenizas, también emerge la fuerza del Evangelio, aunque lo haga con su propio estilo: bajo la superficie, con la dulzura de un lento río cárstico, en forma de levadura y de semilla. Y son ideas, estímulos y reflexiones que vienen a perturbar el buenismo de nuestra inofensiva religiosidad, a darnos un toque de atención. 

Cabe preguntarse si la agenda de la vida eclesial –en España y en otras partes– tiene todavía tiempo para acoger este anhelo de renovación y de reforma que surge del corazón de la vida de la Iglesia y que el Papa Francisco estimula y lleva adelante con determinación. Pero mientras tanto estamos aquí y vale la pena detenerse en algunas preguntas y algunas señales. 

Fin de la cristiandad 

Las cuestiones son muchas pero, para ofrecer una visión sintética, se pueden agrupar en dos tesis básicas: el fin de la cristiandad y la escasa acogida del Concilio Vaticano II. 

La cristiandad ha terminado. Hay quien analiza, y con gran lucidez, la desconfianza hacia el pontificado del Papa Francisco, la de la derecha neoconservadora, pero también la de los sectores más progresistas. 

Ciertamente, el antiguo mundo cultural en el que la religión vivía plenamente, modelando la conciencia personal y colectiva e influyendo en las instituciones y formas de vida social, ha desaparecido definitivamente. Si Nietzsche fue un precursor con el anuncio de «la muerte de Dios» en La gaya ciencia, también no han faltado reflexiones de considerable profundidad sobre el tema en el ámbito teológico. 

La novedad de los últimos tiempos, sin embargo, está representada por la figura y la enseñanza del Papa Francisco que, ya con Evangelii gaudium, inspira e invita a un cambio de paradigma: de un cristianismo de resistencia a un cristianismo de imaginación. De hecho, quienes presuponen un mundo, una sociedad y un tejido familiar y social todavía cristianos, en realidad resisten: piensan que, en última instancia, la Iglesia y su pastoral sólo necesitan algunos toques estéticos y algunos ajustes formales, sin poner en tela de juicio las estructuras y las formas del creer eclesial. 

El Papa Francisco tiene otro paradigma: una Iglesia audaz y una pastoral para una “nueva imaginación de lo posible”. Lo indicó desde el principio, hablando de conversión pastoral en clave misionera pero, aparentemente, amplios sectores de la vida eclesial no se han preocupado de acoger la Evangelii gaudium y hacer de ella una hermenéutica para la renovación pastoral. 

Un Concilio Vaticano II aún no recibido 

El Concilio Vaticano II aún no se ha implementado. Una afirmación de este tipo puede parecer genérica y superficial, o estar teñida de una visión polarizada e ideológica. A pesar de todo, sin embargo, el problema persiste. 

La citada Evangelii gaudium nos desafía a medirnos con la nueva visión eclesiológica surgida en el Concilio Vaticano II: superar el eurocentrismo y la “descentralización” institucional necesaria para la evangelización y la misión. 

Esto requiere no sólo ajustes, sino una reforma estructural: no basta cambiar las ideas o las normas, sino que hay que rediseñar la forma relacional y promover un cambio en la institucionalización de las relaciones eclesiales. Es decir, no se puede subestimar el nivel de las estructuras sociales y relacionales de la Iglesia, con las formas asociadas de gobierno y gestión del “poder”. 

Y en esto no tiene sentido andarse con rodeos: tenemos el coraje profético del Papa Francisco, muchas buenas intenciones, pero dos grandes lastres, el clericalismo y el machismo. Una normativa “en forma de embudo” que, incluso en materia de vida eclesial e incluso en aquella de competencia laical, coloca en la cima de la pirámide sólo a quienes tienen el sacramento del orden, con grave daño que recae también sobre los mismos ministros ordenados. 

Y esto produce en cadena, aun cuando no sea directamente atribuible a la intención de los individuos (y precisamente por esto exige una reforma estructural), dos cuestiones que siguen penalizando la vida de la Iglesia y la imagen que ofrece de sí misma a la sociedad actual: la exclusión de los laicos y la de las mujeres. 

Presencia eclesial 

No faltan algunos signos que son pequeñas luces en la noche del universo eclesial actual, útiles para imaginar sin miedo la Iglesia del futuro. 

Debemos tomar cada vez más conciencia de que nuestra sociedad ya no es 'normalmente cristiana. Y, sin embargo, todavía estamos estructurados –empezando por nuestras parroquias– en el supuesto implícito de que todos son cristianos. 

Esto crea un serio obstáculo a la evangelización y a la misión de la Iglesia. En la creencia de que estamos en el mismo mundo “cristiano” de antes, a diversos niveles invertimos recursos en actividades pastorales tradicionales que sentimos que no dan fruto, donde sería cuestión de atreverse a emprender algún camino nuevo, invirtiendo en otra parte, invirtiendo de otro modo. 

De ahí las preguntas que en realidad deberían interesar a toda la Iglesia española: 

¿Debemos simplemente seguir manteniendo todas las infinitas estructuras de las que disfrutamos (locales, casas, iglesias, despachos, oficinas, curias,...) incluso si en lugar de servir para vivir una auténtica vida cristiana y eclesial y ser instrumentos de evangelización constituyen una carga insoportable...? 

¿Podemos seguir manteniendo todas las parroquias, imaginando que todo lo que se hacía en el pasado se repetirá allí, pidiendo a un cura que en lugar de ser párroco de una comunidad sea párroco de varias o de bastantes o de muchas, sin cambiar nada? 

¿Cómo se puede imaginar, haciendo esto, que los presbíteros puedan vivir una vida serena, puedan encontrar tiempo para cultivar la oración y la lectura y ofrecer un servicio cualificado, puedan encontrar la serenidad adecuada para encontrar a la gente…? 

El desafío está lanzado: urge hipotizar nuevos modos de ser Iglesia en el territorio, avanzar propuestas de caminos experimentales. Esto sólo es posible en la corresponsabilidad eclesial. Mientras permanezcamos en el embudo mencionado anteriormente –con el Obispo y los ministros ordenados a la cabeza de todo, líderes solitarios de una caravana de ejecutores pasivos– muy poco será posible experimentar. 

Ministerio inclusivo 

Pensando en la Iglesia de hoy, pero más propiamente en la de mañana, suelo reflexionar y disgredir sobre los nombramientos de Obispos y de traslados de los ministros ordenados. Por ejemplo, de cada "don" del presbiterio se suele decir que se le ha nombrado esto… y que también se le añade algo más. Y este “también” lo dice todo: más espacios para habitar y vivir, más personas que atender y cuidar, más cosas que pensar, decidir y hacer, más… pero todo ello concentrado en las manos de un número cada vez menor de sujetos, más precisamente ministros ordenados. 

Y –por último una lectura también compasiva y no sólo juzgadora– la multiplicación de sus tareas, que no los frena, los expone, cuando son buenas, a la imposibilidad de ser pastores como quisieran, obligados como están a correr de aquí para allá, descuidando muchas cosas o actuando de manera apresurada. Incluso cuando las cosas van muy bien, se les expone a un grave riesgo de burnout. 

Conozco a un Obispo que, a tiempo y a destiempo, solicita la ayuda de presbíteros fuera del territorio de su Diócesis, y que viven en lugares limítrofes de las Diócesis vecinas, para "decir" misas los Domingos y Fiestas de guardar. Y es que parece que hay que tratar de mantener a toda costa la estructura que nos hemos creado hace ya unos siglos y que seguimos manteniendo, a trancas y barrancas, mal que bien, más o menos,..., incluso en nuestro presente. 

Casi habría que preguntarse, junto con el cardenal Martini: ¿por qué la Iglesia no se reorganiza? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de coraje? 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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