Un ejército de fantasmas
La muerte de un pobre no suele ser noticia. Especialmente en el período previo a las elecciones políticas. Sin embargo, el panorama social que emerge de esta realidad de marginación y desesperación no puede dejar de suscitar algunos interrogantes en toda persona de buena voluntad y, en particular, en cuanto tiene responsabilidades públicas.
Los desamparados y abandonados de nuestros suburbios representan, de hecho, una perspectiva original del mundo en el que vivimos. Son una especie de espina en el costado de la sociedad opulenta, entre los deseos bulímicos de bienestar y la incesante codicia de posesiones.
Podemos fingir que no existen, pero esas pobres personas siempre están ahí, ante nuestros ojos. En las estaciones de tren, bajo las escalinatas de los centros históricos, bajo los pórticos de nuestras iglesias. Dondequiera que haya refugio.
Estas personas representan una pequeña población -siempre la estadística y sus porcentajes- que vive al margen de la sociedad, en condiciones de absoluta degradación. Personas que sobreviven como desechos humanos entre los desechos urbanos de nuestras ciudades. Sin duda son símbolos vivos de las contradicciones de una sociedad que se considera madura, fuerte y rica, pero que está poblada por este ejército de fantasmas.
Aunque los fantasmas no son para todos. De hecho, estas personas son atendidas por instituciones locales y asociaciones voluntarias de inspiración o laica o cristiana. Detrás de ellos, sobre todo, hay historias y experiencias de vida. El presente de desesperación, caracterizado a menudo por el alcoholismo, la enfermedad y la soledad, suele estar precedido por un pasado caracterizado por un cúmulo de fracasos (laborales, familiares…). De hecho, cada vez que logramos abrir una grieta en la vida de estas personas, nos damos cuenta de heridas muy profundas que llevan consigo durante años y que les pesan.
Nos encontramos pues ante esa humanidad herida a la que el Papa se ha referido desde el inicio de su enseñanza. Una intuición y una enseñanza que siempre adquieren un significado ejemplar. En la homilía de la Misa de inicio de la celebración papal, en la solemnidad de San José, el Papa Francisco habló de una “vocación de custodiar” que “no nos concierne sólo a nosotros los cristianos” sino que es “simplemente humana, concierne a todos”, para “custodiar toda la creación, custodiar a cada persona, especialmente a los más pobres”.
Hoy, como siempre, estas palabras están encarnadas en la vida cotidiana. La vocación de tutor, de hecho, no es sólo un ideal de vida al que tender, sino sobre todo una experiencia que hay que vivir concretamente y que puede traducirse incluso en una misión social y cultural.
Cuidar las periferias de nuestras ciudades debe convertirse en un imperativo moral, antes que político: un impulso en el que conjugar la defensa de la creación, el cuidado de las ciudades y un compromiso concreto con los pobres.
Sólo dando una respuesta concreta a estos problemas no resueltos podrá nacer un futuro humano. Las periferias y los suburbios son un espejo del país y miden su salud. Precisamente por eso, los sin techo muertos por el frío no deben dejarnos indiferentes. No es sólo una noticia, sino una realidad que habla, que interpela profundamente y exige asumir una responsabilidad comunitaria.
¿Es moralmente aceptable ver a una persona acabar al margen de la sociedad tras un fracaso, llevar una vida de penurias en soledad y luego morir de frío y abandono? No, no es aceptable. Porque, sencilla y llanamente, no es humano.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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