miércoles, 26 de febrero de 2025

No os olvidéis de rezar por mí.

No os olvidéis de rezar por mí 

En estos días, innumerables personas en todo el mundo están rezando por el Papa Francisco. Alguien me ha preguntado: “¿Qué valor tiene esta oración? ¿Realmente importa? ¿No se hará al final la voluntad de Dios? ¿Qué puede nuestra oración añadir o quitar a esta voluntad? 

Ante todo, debemos recordar que el Papa Francisco siempre ha pedido nuestras oraciones, desde el inicio de su pontificado, cuando, apenas elegido, se inclinó ante el Pueblo de Dios pidiendo la bendición del Señor a través de la intercesión de los fieles. 

No fue un gesto aislado: al final de casi todas sus intervenciones públicas, como el Ángelus y las audiencias, ha saludado a los presentes pidiéndoles, por favor, que no se olvidaran de rezar por él. 

¿Por qué entonces no deberíamos hacerlo? Además, en la Misa hay siempre un “memento” para “vuestro siervo y Papa Francisco”: ¡lex orandi, lex credendi! Si la Iglesia nos enseña a orar de este modo, entonces ciertamente estamos invitados a cumplir con esta tarea. 

Todo esto encaja en el tema más amplio de la oración de intercesión, que ocupa un lugar muy importante en el Antiguo y el Nuevo Testamento. 

Es cierto que Cristo es el único mediador entre Dios y la humanidad, pero es igualmente cierto que, por ejemplo, San Pablo oraba por los destinatarios de sus cartas y pedía sus oraciones; que también las demás cartas apostólicas nos invitan a interceder unos por otros, incluso por los enemigos y pecadores; que mientras Pedro estaba preso, “la iglesia oraba fervientemente a Dios por él” (Hechos 12,5), y en respuesta a esa oración, Dios envió a su ángel para liberar a Pedro de la prisión. 

Sobre todo, no podemos olvidar la promesa de Jesús: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, lo conseguirán de mi Padre que está en el cielo» (Mt 18,19). 

Está claro que Dios sigue siendo supremamente libre para responder nuestras oraciones en las formas y momentos que Él conoce, pero "si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho" (Jn 15,7). 

Los ejemplos podrían multiplicarse, pero la pregunta sigue siendo: ¿por qué? 

Ante todo, porque la oración de intercesión es expresión de caridad, de amor mutuo. ¿Cómo podríamos decir que nos amamos si cada uno orara sólo por sí mismo? En la oración que nos enseñó Jesús, el adjetivo “nuestro” aparece cuatro veces, para enseñarnos a orar juntos y por todos. 

Además, el Señor interviene en el mundo habitualmente de forma indirecta, a través de nuestras obras, si somos capaces de realizarlas, o al menos a través de nuestras oraciones, cuando nuestras manos no pueden hacer lo que está más allá de nuestras fuerzas. 

La oración por la curación no es una alternativa a la atención médica, sino que la acompaña y la sostiene, porque una persona enferma – y el Papa no es una excepción – necesita no sólo medicamentos, sino también sentirse sostenido por el afecto y la solidaridad de quienes lo aman. 

San Martín de Tours, el del manto que luego sería obispo, ya próximo a la muerte sintió que los fieles no querían dejarlo ir y oró así: “Señor, si todavía soy necesario a tu pueblo, no rechazo el esfuerzo: hágase tu voluntad”. 

Nosotros tampoco queremos dejar ir al Papa Francisco y pedimos la curación de su cuerpo, aunque ello signifique para él continuar en su fatiga. 

Mientras permanezca con nosotros, pues, lo apoyaremos con nuestro cariño y sobre todo con nuestras oraciones. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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