Una imagen del presente y futuro pastorales en la Iglesia: “desatadlo y dejadlo andar”
Todos conocemos la historia de Lázaro (Jn 11,1-53) y la secuencia narrativa que culmina con su liberación del sepulcro. Más allá y sin quitarle importancia a las interpretaciones exegéticas y a las reflexiones teológicas, quiero proponer una lectura del relato de Lázaro como metáfora de las dificultades actuales de la pastoral en el duelo por la pérdida de los referentes tradicionales y la insuficiencia de los modelos empleados.
Pensemos, por ejemplo, en la pérdida de la transmisión de la fe entre generaciones, la pérdida de eficacia de la planificación, etc.
Desde esta perspectiva, podemos mirar a Marta y María como figuras de una pastoral conmocionada por haber sufrido una pérdida grave e “injusta”, un colapso traumático que mina el sentido de la planificación pastoral (María) y la eficacia de las prácticas pastorales (Marta), y acentúa la decepción de no haber recibido la ayuda esperada.
La pastoral lucha y a menudo se niega a aceptar la «muerte» de algunas de sus modalidades. A lo sumo, se declara simplemente «enferma» (aunque gravemente), pidiendo intervenciones «cuando todavía hay tiempo», engañándose pensando que simplemente se ha «dormido» y que, por tanto, antes o después podrá despertar: un comprensible «instinto de supervivencia», prefiriendo proceder acumulando poco a poco los nudos del pasado en lugar de desatarlos y dejarlos ir.
A veces pasamos por alto que detrás de la queja ahora compartida de que “siempre se ha hecho así” no hay una actitud de pereza o de conservadurismo pastoral sino un duelo pastoral no resuelto, la dificultad de procesar la pérdida.
El duelo, como sabemos, es el sentimiento de dolor intenso que experimentamos por la pérdida de algo emocionalmente querido para nosotros (persona, salud, proyectos, trabajo, lugares, objetos…). A veces el duelo se asocia a un trauma, es decir, a un ataque violento a la humanización y al sentido asignado a las cosas hasta ese momento: la pérdida es siempre una pérdida de sentido y la superación de la pérdida es siempre un redescubrimiento/restauración de sentido.
El procesamiento del duelo consiste en el trabajo de reelaboración de los significados, experiencias y procesos sociales vinculados a la pérdida. La elaboración del duelo presupone una pérdida. Se puede procesar a partir de los datos de aceptación de pérdidas.
Si bien el duelo es inevitable –ya que está asociado y producido por todo pasaje existencial (nacimiento, crecimiento, cambios, muerte, etc.)–, su procesamiento productivo, es decir, generador de nueva vida, es un camino muy delicado y difícil, a veces muy exigente.
El proceso de aceptación de la pérdida y el duelo asociado no concierne sólo a los individuos y a las familias, sino que es una experiencia y una transición que también involucra a las comunidades y a las organizaciones, en nuestro caso las comunidades cristianas y las organizaciones pastorales.
A veces sucede que el proceso de afrontar una pérdida, especialmente si es inesperada y traumática, se estanca y, por lo tanto, no llega a su conclusión, quedando sin resolver. El proceso se estanca cuando no somos capaces de darle sentido a lo sucedido y releerlo desde una perspectiva vital diferente.
Entonces, “el muerto”, en nuestro caso la pérdida pastoral, es “retenido” impidiéndole “ir” a su nueva dimensión: el duelo no se elabora y uno queda prisionero de él. La vida pastoral se detiene, no puede continuar, quedando en una situación bloqueada, inconsolable.
Primera fase: la pérdida de sentido
Pero trato de proceder en orden.
En la primera parte del pasaje (vv. 1-16) se nos presenta una estrecha comparación entre Jesús y los discípulos, acentuando la diferente visión dada a los mismos hechos.
Para los propósitos de mi reflexión, es interesante entender la resistencia pastoral a (re)entrar en el juego. Desde un cierto punto de vista, la pastoral parece haber actuado bien, incluso con gestos audaces (había secado los pies de Jesús con sus cabellos) y advertido a tiempo del problema (la enfermedad de Lázaro).
Pero entonces ¿cuál es el significado de lo que está sucediendo? La pérdida de sentido o de la capacidad de discernir es el primer elemento pastoral crítico ante una perspectiva inesperada y, posteriormente, ante una pérdida inesperada.
El intercambio entre Jesús y los discípulos es emblemático a este respecto: la pastoral (estos últimos) reacciona de modo oportuno y táctico, impulsado por la urgencia de los acontecimientos, incapaz de captar el nivel estratégico (profético), como sería en cambio el caso. De ahí las respuestas pastorales entre los molestos (‘si se durmió, se curará’) o la negación del problema, y los deprimidos (‘vamos a morir nosotros también’).
Ante el cambio de escenario, la pastoral se ve llevada a reaccionar en términos de costes-beneficios ('demasiado peligroso, no tiene sentido correr el riesgo'), a intentar salvar lo que se puede salvar ('demasiado tarde, no tiene sentido cambiar') y no a relanzar.
La segunda fase: la rebelión
En la parte central de la narración la comparación sube aún más de tono. El ministerio pastoral se rebela, no lo acepta. Las reacciones de Marta (la primera en moverse es siempre la norma) y María (la reflexión viene después pero implica más) son sustancialmente idénticas y expresan muy bien lo que sucede ante la pérdida:
– negación y proyección: “No es posible, no lo puedo creer”, “¿Por qué nosotros? Lázaro y nosotros somos tus amigos, esta Iglesia siempre te ha sido fiel… ‘siempre hemos sido trabajadores’ y sobre todo una reacción des-responsabilizadora, destinada a protegerse de una excesiva ansiedad (“Si hubieras estado aquí…”, es tu culpa…);
– explosión emocional: la crisis de la pérdida pastoral y las emociones relacionadas con ella explotan con toda su fuerza: decepción, frustración, ira, irritabilidad, acusaciones, pérdida de autoestima…;
– regateo: se busca consuelo en referencias anteriores, se verifica lo que todavía se es capaz de hacer y lo que todavía se puede esperar, iniciando una especie de negociación: no todo está perdido para siempre sino que todo se pospone a una perspectiva más alta e inverificable… (“Yo sé que resucitará el último día”).
Tercera fase: aceptación, silencio, la reflexión
Aquí es donde el trabajo pastoral de elaboración de la pérdida suele estancarse: las fases sucesivas acentúan y no resuelven la crisis en la que uno se encuentra.
En este punto, cuando las cosas van bien, llega la depresión, es decir, la conciencia de lo mucho que se ha perdido junto con la pérdida sufrida, y de que no es posible rebelarse, con el consiguiente fuerte sentimiento de derrota. Finalmente llega la aceptación, el silencio y la reflexión, así como momentos de comunicación profunda. Marta, María y toda la comunidad estaban preparadas para el saludo final (“Venid y veréis…”), ciertamente no para ponerlo todo en tela de juicio…
A la luz de este camino “natural”, los pasos para procesar la pérdida pastoral y restaurar la esperanza y un futuro comienzan justo desde donde el proceso se ha estancado. En esto, la tercera parte del pasaje de Lázaro es altamente esclarecedor. Y en esto, Jesús es verdaderamente Maestro, mostrando cómo proceder para llevar a término positivo el duelo por la pérdida, que impide a la pastoral y a la comunidad seguir viviendo.
En resumen, los pasajes decisivos que sugiere el pasaje son:
– aceptar la realidad de la pérdida (‘Lázaro ha muerto’): afrontar la pérdida y superar la normal tendencia a negar el acontecimiento del fin de las costumbres pastorales;
– empatizar emocionalmente (‘estalla en lágrimas’): experimentar el dolor y los sentimientos de depresión, aislamiento, vacío y soledad relacionados con la pérdida pastoral;
– adaptarse a la presencia de la ausencia (‘No te dije que si crees verás la gloria de Dios’): desarrollar nuevas habilidades pastorales para adaptarse a los nuevos roles, al nuevo sentido de sí mismo y del mundo;
– continuar el nuevo camino de vida (“Desátalo y déjalo ir”): renovado retorno a la realidad/mundo, relectura de intereses y proyectos, y deseo de planificar el propio futuro pastoral.
Algunos puntos estratégicos para la pastoral
El relato pastoral de Lázaro y la acción de Jesús me permiten subrayar algunos puntos de inflexión estratégicos que la pastoral tiene la tarea de afrontar si realmente quiere llevar a buen puerto el duelo por la pérdida de referencias al que está sometida desde hace tiempo ('ya hace cuatro días').
En primer lugar, tomar conciencia de la obstinación de las organizaciones y comunidades eclesiales en reiterar los obstáculos y la imposibilidad de cambiar las cosas, posponiéndolas para un futuro sin impacto en el presente. Quitar el status quo (la piedra) y soltar es el paso inmediato y decisivo que permite superar el trauma de la pérdida. Si el sentimiento de pérdida permanece confinado en la pérdida (permanece en la tumba), ¡entonces la pérdida no tiene sentido!
En segundo lugar, como lo muestran claramente las acciones de Jesús, debemos aceptar el hecho de que el cambio no comienza ni se produce desde la “realidad”, sino desde una visión renovada y más aún desde un sentido profético: el verdadero cambio no actúa trabajando en el mañana, sino ya en el presente (‘te doy gracias porque me has escuchado’).
Cuando la visión es verdaderamente inspiradora, es capaz de reinterpretar la realidad: no sólo da sentido al cambio ('quitad la piedra') sino que incluso niega la evidencia y va más allá de la experiencia ('ya huele mal'). La perentoriedad de las indicaciones dadas por Jesús respecto a la práctica no son simples indicaciones operativas; adquieren sentido y eficacia precisamente porque se inspiran en la visión y la visión les da su significado más verdadero.
En tercer lugar, debemos comprender la estrecha relación que existe entre la conversión y la responsabilidad. Jesús no mueve un dedo: es la comunidad, la organización pastoral, la que está llamada a hacer lo que hay que hacer: son ellos/nosotros quienes deben quitar la piedra, son ellos/nosotros quienes deben desatar y dejar ir a Lázaro.
Liberar el nuevo sentido y la nueva vida de lo que parece haber perdido el sentido y la vida, este es el mensaje y la intervención de Jesús dirigido a Marta (praxis), a María (reflexión) y a toda la comunidad.
Una petición y un paso que no es ni fácil ni obvio, a pesar de su evidente eficacia: y de hecho es en esta inimaginable apertura de novedad que la comunidad está dividida, como nos muestra el final del relato.
Lo mismo ocurre con la pastoral respecto a la desaparición y pérdida de referencias, modelos y prácticas a las que estábamos tan fuertemente apegados.
Pero ni Lázaro ni el pastoral pueden volver atrás: el mandato de Jesús implica la elección de no limitarse a “arreglar” el pasado, un simple volver a empezar, sino que implica adherirse a una perspectiva nueva, diversa.
Procesar el duelo de la pérdida no hace que las cosas vuelvan a ser como antes pero es un acto de liberación. “Dejarlo ir” significa “liberarlo”: respecto a Lázaro, Jesús no pide –como se podría esperar desde un punto de vista normal– “acogerlo”, “abrazarlo”, “lavarlo”, “vestirlo”, “restaurarle”.
De hecho, no se trata de «reintegrar» lo perdido en la comunidad, en la pastoral precedente, borrando lo que ha sido, sino de quitar todo lo que mantiene prisionera la pastoral perdida, la piedra y las vendas: salir del sepulcro no significa «volver a casa», sino «entrar en la libertad».
Sólo así podremos dar sentido a lo sucedido, salir de la cristalización y de la inmovilidad operativa pastoral y emotiva y retomar una nueva vida con nuevos vigorosidad, sin olvidar a Lázaro pero habiendo transformado su pérdida en una ausencia fecunda.
La invitación entonces es a que cada pastoral pueda y sepa plantearse algunas preguntas y prepararse a actuar en consecuencia: ¿cuál es la “piedra” que hay que quitar? ¿A qué huele el pastoreo enterrado? ¿Qué significa “desprenderse y dejarse ir” en diferentes situaciones y contextos pastorales?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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