Política
¿En qué se puede convertir hoy la política?
A mí me parece que urge un camino de liberación, reconstruirla sobre todo en este tiempo, sin duda complejo y complicado, en una época definida como posmoderna y, por algunos ahora, como poshumana, una época de populismo fácil y de soberanía demagógica.
Si la política es responsable de la gestión del mundo, y si nuestra política se basa en la democracia, entonces es de la democracia de la que depende la gestión de nuestro mundo. La democracia, por desgracia, cae cada vez más en una trampa que la lleva poco a poco a convertirse en otra cosa que ella misma, impidiendo una gestión sagaz y previsora del mundo, que es la finalidad de la política.
La democracia actual, olvidando que es un método para alcanzar el fin de la buena política, se está convirtiendo cada vez más en un un fin en sí misma, que cada vez tiene menos que ver con la vida real y los problemas de la gente, y que activa cada vez más la lógica del poder y los intereses puramente privados.
David Runciman, profesor de Ciencias Políticas en Cambridge, ha escrito: "El problema de la democracia del siglo XXI es que sus cualidades positivas se están desmoronando. Durante el siglo XX, la experiencia colectiva de la lucha política, tanto para resolver problemas compartidos como para aumentar el reconocimiento democrático, mantuvo intacta la democracia. En el siglo XXI, la experiencia generalizada de la ira política la está demoliendo".
Jean Zielonka, profesor de Política y Relaciones Internacionales en Oxford, escribió: "Incluso nuestros políticos favoritos, por no hablar de aquellos en los que no confiamos o cuyas ideas nos parecen odiosas, nos parecen cada vez más hámsteres, aparentemente felices de correr dentro de una rueda que nunca les llevará a ninguna parte".
El escritor israelí Amos Oz ha hablado de un creciente proceso de "infantilización de las masas", una enfermedad generalizada de la mente que borra la frontera entre la política y el entretenimiento, de modo que la gente ya no vota a los que pueden gobernar mejor, sino a los que excitan y divierten, porque eso es lo que la mayoría de la gente quiere hoy en día: ser excitada y divertida, como niños mimados en el país de los juguetes.
Estamos en el momento en que, por utilizar una metáfora, un enfermo elige por médico a la persona que le resulta más simpática y tranquilizadora, pero que no sabe nada de medicina: ¡huelga decir que el resultado es desastroso!
La política se encuentra en una "trampa", sin duda, tanto para los electores como para los políticos elegidos. He aquí una amarga constatación: hoy en día, la democracia formal ha devorado a la democracia de fondo.
La democracia real ha degenerado en populismo y si no se pone freno a esta degradación, especialmente por parte de los políticos de carne y hueso, la democracia se convertirá en "oclocracia".
"Òcklos" es la masa, no la plebe (un término que no tiene nada de negativo) sino la chusma, la multitud grosera y a menudo violenta que sólo está interesada en lo que los romanos llamaban "panem et circenses": "pan" para mantener a raya el vientre y "juegos circenses" y espectáculos varios para mantener a raya la psique.
Lo que alimenta el "òcklos" se llama populismo y su resultado es casi siempre la tiranía, como enseña la "doctrina de los ciclos constitucionales", también llamada "anacyclosis", formulada por Platón, esquematizada por Polibio, retomada por Cicerón y luego por Maquiavelo en el Renacimiento.
La democracia, por desgracia, va camino de convertirse en oclocracia, quizá en gran medida ya lo sea. Vivir de encuestas, cuidar siempre, sin embargo y únicamente la propia imagen en las redes sociales y en los titulares de la prensa, convertirse en esclavo del consenso inmediato, demoliendo la democracia desde dentro.
Desde esta consideración, no me atrevo a decir que sea una constatación, urge un compromiso riguroso y sin concesiones para que nuestra tan querida democracia se preserve y se garantice recuperando el "dêmos" que está desapareciendo y frenando el "òcklos", una masa de gente cada vez más alejada de la cultura y cada vez más orgullosa de la ignorancia.
Está claro, me gusta señalarlo, que una democracia imperfecta y decadente es siempre muy preferible a una tiranía, incluso a la más ilustrada, porque una tiranía, incluso la más ilustrada, es siempre y sólo una tiranía.
En 1947, Winston Churchill reiteró lo que ya había dicho con estas famosas palabras suyas: "La democracia es el peor sistema de gobierno, aparte de todos los demás sistemas que se han probado a lo largo de los tiempos" (Discurso en la Cámara de los Comunes el 11 de noviembre de 1947).
Otros signos objetivos de la crisis de la democracia y de la trampa en la que ha caído la política son los siguientes paradigmas: "economía frente a ecología", "identidad frente a aceptación", "tecnología frente a conciencia", "seguridad frente a paz".
Creo que la recuperación de esta situación atrapada de la democracia y la política sólo puede venir de una sinergia de fuerzas, de todas las fuerzas sanas de la política, la ciencia, la cultura. Urge la educación, la información veraz y no encubierta y los procesos continuos de concienciación.
El papel principal corresponde a quienes diseñan, hacen y condicionan la economía, porque es precisamente de donde se origina la enfermedad de donde puede venir la curación, como enseña la etimología de la palabra griega "phàrmacon", que significa al mismo tiempo "veneno" y "medicina". Las empresas sanas que se comprometen seria y responsablemente con el bien común tienen entonces una gran tarea que, más allá de toda retórica, me gusta llamar "misión". Por supuesto, las empresas no son islas.
No podemos eludir, cada uno por su responsabilidad, pero sobre todo como ciudadanos activos, compartir un camino de liberación, que haga que la política recupere una credibilidad capaz de liberar a la democracia de cualquier deriva.
Yo diría que hay tres virtudes o deberes de los que, con la implicación popular, del pueblo -dêmos-, debemos partir seriamente: la confianza, el coraje y el optimismo a pesar de todo. Debemos volver a partir de relaciones inspiradas en una mayor confianza entre los ciudadanos y las instituciones, entre las familias y los diversos organismos culturales, sociales,…
Nuestra comunidad humana pide a gritos más valentía en las decisiones compartidas para mirar juntos al futuro con optimismo. ¡No nos quejemos de lo que nos ve -desgraciadamente- como protagonistas por nuestra pasividad y negligencia!
Ojalá la confianza se convierta en el fundamento de toda relación con la alteridad, la valentía de no permanecer prisioneros de la situación presente, y el optimismo, como "fuerza vital, la fuerza de esperar cuando los demás se resignan, la fuerza de mantener la cabeza alta cuando parece que todo fracasa, la fuerza de soportar los fracasos, una fuerza que nunca deja el futuro a los adversarios, sino que lo reclama para sí" (Dietrich Bonhoeffer).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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