lunes, 3 de febrero de 2025

Somos nuestra memoria: hacer de la memoria una instancia fecunda.

Somos nuestra memoria: hacer de la memoria una instancia fecunda 

Mirar hacia atrás es un poco como renovar la mirada, curarla. Hacerla más adecuada para su función principal, la de mirar hacia adelante” (Margaret Fairless Barber). 

«Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro»: así subrayó el escritor chileno Luis Sepúlveda el estrecho vínculo que existe entre el pasado, preservado por la memoria, la comprensión del presente y, por tanto, la construcción del futuro. En un mundo cada vez más acelerado, hiperconectado pero igualmente desconectado, con una memoria cada vez más "a corto plazo", redescubrir este principio es decisivo. Soy consciente, lo sé, de que una vez más me encuentro insistiendo en este tema tan importante como frágil. Pero es necesario. 

Tantas veces la cuestión importante, seguramente hasta urgente, sobre la que empezar a reflexionar seriamente pasa a ser la pérdida de este pasado. Se corre el riesgo de convertirse en polluelos que salen de su caparazón y se encuentran en un mundo ya hecho. En cambio, una cosa importante, de manera más general y no sólo en la memoria, es saber que cada uno de nosotros viene al mundo en un momento determinado y en un lugar determinado y, en etapas forzadas, debemos ubicarnos en el mundo. Estas etapas implican, sin embargo, que cada uno de nosotros pertenece a una cultura que se ha formado a lo largo de los años, a lo largo de siglos y milenios. Y si no conoces esta cultura, en un mundo cada vez más multifacético, acabas volviéndote ingenuo. Tener una memoria histórica, de otra manera, es decir, saber que hemos llegado a ser lo que somos a través de un proceso y no hemos sido desalojados en el tiempo y el espacio, es un hecho importante. Nuestra identidad y nuestro futuro están en juego pero también, si se me permite, nuestra dignidad. 

Soy ciertamente consciente de que la memoria es difícil, a veces incómoda, no pocas veces se deja caer en la indiferencia, pero la cuestión es grave y creo que ha llegado el momento de elegir, sin miedo, si queremos seguir proclamando la necesidad de pensando en la renovación podemos implementarla con unos remiendos en un vestido gastado o si finalmente queremos cambiarnos de ropa - habitus -. 

Sólo en esta perspectiva la memoria, inserta en este tiempo que sigue recubriendo lo que nos incomoda recordar del pasado, se convierte en un espacio hermenéutico, de interpretación, de comprensión, del presente que habitamos. Por eso, en efecto, si el pasado es el lugar donde buscar recuerdos, la base para construir la memoria, el presente es el tiempo de la iniciativa, de ese inicio de acción que se abre al futuro a través de la promesa. Prometer en el presente, además, es apostar a que el mal no cree un sistema; significa construir un certificado de confianza hacia los demás, hacia uno mismo, hacia la comunidad a la que se pertenece. 

La memoria, sin embargo, no debe ser sólo una memoria pasiva de lo que ha sido y ni siquiera debe transformarse en un monumento institucionalizado consignado a la historia, sino que debe ser una memoria viva. Por eso es necesario sembrar, con conciencia, evitando el silencio, la memoria en el presente y hacerla parte de la conciencia individual y social. Necesitamos crear una memoria histórica, coral, compartida, común a la ciudadanía. El recuerdo, que debe estar vivo y vital para todos nosotros, por tanto, a pesar de mil contradicciones y tensiones, sigue siendo ese terreno fértil en el que la historia trae algo bueno en nuestro presente y a nuestro futuro. 

Sí, “la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados” (Jean Paul). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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