Contraste y paciencia II: el contraste como discernimiento y la paciencia
como ensayo
Me gustaría leer la carta pastoral de los Obispos de Navarra y País Vasco “El contraste paciente. Repensando la relación Iglesia-Mundo” en un doble horizonte tanto de la relación de la Iglesia y Mundo (como indica el subtítulo de la mencionada carta pastoral) como en el de la transmisión de la fe.
Dada la longitud de mi reflexión he preferido dividirla
en dos momentos (y, por lo tanto, en dos entregas). Presento ahora la segunda
de las reflexiones que hace referencia a la propuesta o transmisión de
la fe en este contexto socio-cultural.
Tanto
la reflexión realizada por los Obispos, como la manera de realizarla y la
propuesta metodológica de lectura, reflexión, compartición,…, son de mucha
calidad y, me atrevería a decir, de alto nivel. Y, sin embargo, también tengo
la sensación de que algo está inacabado, es decir, incompleto.
Y
creo que ésta es también una clave de interpretación. Lo incompleto, lo
inacabado, lo inconcluso…, es una figura retórica compleja. No sólo
habla del déficit, de la falta… sino que también apela a potenciar lo que se ha
empezado y ya está en camino sabiendo que no lo es todo.
Incompleto
puede ser sinónimo de incoherencia, de inconsistencia,…, pero también puede
expresar esa forma de elaboración laboriosa y paciente de un proceso que se
pone en marcha y que ya no se quiere abandonar.
Esta
Carta Pastoral está inacabada, es incompleta, porque es una Carta constructiva
y procesual. Hay una parte del camino que queda por hacer, la lectura, la reflexión,
el diálogo responsables y sinodales, reconociendo y agradeciendo la verdad del
esfuerzo ya realizado y de la empresa ya iniciada.
Y en esta andadura en este tiempo de gracia, ¿qué propuesta y qué
transmisión de la fe cristiana puede realizar la Iglesia?
La propuesta de la fe está en un claro momento de crisis: esto es evidente para todos. No sé si muchos o pocos se dan cuenta de que esta crisis es un reflejo de una crisis general de ciertas propuestas de sentido.
Esto significa, por poner un ejemplo, que no son sólo los catequistas de comunión los que están en dificultad, sino también los padres de los mismos niños. También los métodos pedagógicos que han sustituido a los métodos educativos anteriores desde los años 1960 han demostrado no estar a la altura aunque no todos los educadores parezcan conscientes de este fracaso educativo que ya no puede atribuirse a una estructura basada en la autoridad y en el contenido que ha desaparecido hace décadas.
La crisis en la transmisión de la fe y de la cultura no es, pues, una crisis metodológica, sino que refleja una crisis más amplia, la de los fundamentos mismos que nos permiten orientarnos en la vida y que garantizan que la vida sea buena y bienaventurada.
Parece así más claro que transmitir la fe, y educar en la misma, nunca ha sido – y más aún en este contexto no lo es – una cuestión que concierna sólo a unos pocos. Más bien la tarea de la transmisión de la fe es precisamente la de sostener la alegría y el esfuerzo de todos por volver a apasionarse por el crecimiento de las nuevas generaciones.
La transmisión de la fe tiene sentido sólo a partir de la conciencia de que las nuevas generaciones tienen verdadera necesidad de ella: si no reciben la fe, se les quitará la vida. Nos preocupamos de la transmisión de la fe porque es aún más esencial para el hombre que el pan material: “no sólo de pan vivirá el hombre”.
No nos debe mover el miedo a perder terreno frente a quien no cree, sino más bien la conciencia de que a los hombres les faltará la alegría si no descubren la presencia de Dios en el mundo a través del anuncio de la Iglesia.
La evangelización tiene por tanto un papel profético porque creemos que en la fe hay un patrimonio de riqueza humana del que la sociedad tiene necesidad.
Y creo que un primer punto focal a abordar es el de la propuesta de fe. Creo que éste es un punto de inflexión decisivo.
Proponer la fe hoy significa conquistar los corazones, tocarlos, mostrar al corazón la deseabilidad de la fe y la razón de la verdad del cristianismo. Significa “traspasarlos”, como lo hizo la predicación de Pedro inmediatamente después de Pentecostés (Hechos 2,37).
Es decir, no se trata simplemente de hablar de la fe, sino de fundarla, de hacerla nacer, de hacerla apetecer y desear. La fe debe ser proclamada, no sólo declarada. Esto debe colocarse en la base de toda propuesta de la fe. Debe ser el origen, el primer paso, ya que toda etapa de conocimiento, profundización,…, en el itinerario de la fe no tendría sentido si la persona no hubiera comenzado a desear la fe.
Seguramente es algo obvio pero quizá vale la pena recordar que esta “perforación del corazón” ocurre en presencia de algo que no es obra del hombre, y sin embargo toca el corazón como ninguna otra cosa en el mundo lo ha hecho jamás: Jesucristo, aquel hombre de hace dos mil años… El encuentro, el impacto, es con una humanidad distinta, que nos impacta porque corresponde a las exigencias estructurales del corazón más que cualquier modalidad de nuestro pensamiento o de nuestra imaginación: no lo esperábamos, nunca lo habríamos soñado, era imposible, no se encuentra en otro lugar.
¿Pero en qué situación se produce este anuncio? Es importante tomar nota de esto para no generar una reacción de desánimo. Aunque nuestro país afirma estar arraigado en la fe cristiana los jóvenes y los adultos a menudo conocen del Señor y de la Iglesia sólo lo que oyen de la opinión pública, sólo lo que perciben “de oídas”.
Este desconocimiento, no me atrevo a llamarlo “analfabetismo” generalizado respecto a la fe cristiana va acompañado de una protesta a veces explícita, otras veces más oculta. Necesitamos tomar más conciencia de que la fe cristiana está sujeta a una crítica que penetra en la mentalidad actual hasta el punto de hacer creer que todo lo que dice la Iglesia es falso e históricamente insostenible.
Muchos pueden declararse cristianos y al mismo tiempo creer que Jesús era sólo un rabino, que se casó con María Magdalena, que no quiso fundar la Iglesia, que nunca quiso que el matrimonio fuera indisoluble, que... Cada día aparece una pseudonoticia en la que algún investigador fantasma afirma haber revelado finalmente algún “misterio” que la Iglesia tenía hasta entonces oculto, de modo que estas insinuaciones van de la mano con la acusación de que la Iglesia ha inventado, por razones de poder, una versión diferente de los hechos.
Todavía existe un prejuicio muy difundido -a veces incluso inconscientemente presente- según el cual el cristianismo no sólo es imposible de vivir, proponiendo estilos de vida superados por el tiempo, sino que incluso es un obstáculo para el bien y la alegría de vivir: la propuesta del Evangelio, con sus mandatos, con sus peticiones exigentes, impide en realidad gozar de la vida.
Esto queda claro cuando se afirma que la fe no puede ser “impuesta” a los hijos, donde el verbo utilizado ya dice mucho. Nadie diría que está mal “imponer” a los niños hábitos saludables, comida de la dieta mediterránea, o buenas vacaciones. Y, sin embargo, parece que puede considerarse nocivo anunciar la fe a los demás -y por tanto también a los propios hijos-.
Tampoco hay que olvidar que algunos pueden pensar que el cristianismo es irrelevante para la vida. Se podría pensar que también es bueno ser cristiano, pero que la fe no debe entonces entrar a transformar la vida que uno efectivamente vive y lo que piensa de ella. La gran pregunta es si la fe tiene algo absolutamente nuevo que decir sobre los afectos, sobre el trabajo y la fiesta, sobre la fragilidad, sobre la educación de las nuevas generaciones, sobre la ciudadanía, sobre… Una pseudovisión del “secularismo” sostiene que la fe no tiene nada indispensable que decir sobre estas cosas, pero así, a priori, la fe se vuelve irrelevante para la vida.
Y, sin embargo, nuestro tiempo también está extraordinariamente interesado en el cristianismo. En primer lugar, porque es objetivamente la realidad más significativa – escribió una vez C.S. Lewis: Los cristianos están equivocados, pero todos los demás son aburridos (C.S. Lewis “Cautivado por la alegría”, obra en la que el autor se centra en su conversión al cristianismo).
Pero esto se siente hoy aún más porque la cultura que se impone como dominante tiende a veces a poner en un segundo plano las preguntas fundamentales que todo ser humano se plantea, concentrándose en puntos secundarios y de inmediata relevancia práctica.
Hay grandes preguntas que siempre han estado cerca del corazón del hombre. Y que tarde o temprano, de una o de otra manera, afloran y se explicitan. El ser humano siente que el Evangelio, en cambio, tiene el coraje de abrir estas cuestiones.
Yo lo confieso, y me confieso: echo de menos entre nosotros, y en nuestras Iglesias, la propuesta siempre de nuevo de la fe cristiana. Cada vez que el Papa Francisco presenta un determinado aspecto de la fe cristiana en una catequesis, en un texto escrito o en una homilía, la “novedad” cristiana es inmediatamente evidente para el oyente. Incluso en sus gestos esta frescura de novedad es igualmente evidente.
Decir “novedad” implica decir lo que no existía “antes”, lo que no existe “fuera”. Y esto ante cuestiones fundamentales de existencia y de fe.
Pero decir “novedad” también significa decir “diferencia”. Las grandes afirmaciones de fe que evoca el Papa Francisco nunca van sin una referencia a lo que el hombre pensaría de ellas si no existiera la revelación cristiana. Porque el hombre que escucha a la Iglesia tiene un punto de partida que no es la revelación. Este punto debe ser siempre evocado, tenido presente, hecho explícito, sobre todo si se quiere caracterizar como "anuncio".
Pero hacer explícita la “novedad” y la “diferencia” cristiana implica también descubrir la “motivación” de la fe. Ésta es la hipótesis que “seduce”, mientras la vida, sin la perspectiva abierta por el Evangelio, parece más pobre. Y una verdadera “motivación” se detiene a indicar los “por qué” y sabe proponer a partir de los “por qué” más profundos y apasionantes.
Tales “motivaciones”, además, no pueden ser válidas excepto como “cumplimiento” de una expectativa que el hombre descubre que tiene. No como una simple “ruptura” de lo existente – aunque la fe es ciertamente indeducible de lo existente – sino como una realidad que lleva a cumplimiento lo que de otro modo sería sólo “promesa” y “espera”.
En resumen, una propuesta de la fe hoy que quiera redescubrir su dimensión de anuncio no puede dejar de plantearse algunas preguntas:
- ¿Qué hay realmente
de nuevo en la fe cristiana?
- ¿Qué es exactamente
lo diferente en la fe cristiana?
- ¿Cuál es la
motivación de esta novedad y esta diversidad cristianas?
- ¿Qué tienen de bello esta novedad y diversidad cristianas?
- ¿Por qué esta novedad y diversidad “da vida a su plenitud” no borrando sino llevando a lo humano a ser más humano?
La falta de fe que a veces denuncia la Iglesia, creo, esconde una cuestión más radical, que concierne a la capacidad del cristianismo de presentarse como una opción creíble y significativa para la humanidad hoy, dentro y fuera de la Iglesia. El verdadero problema no es la falta de fe en la resurrección y en la vida después de la muerte, sino que las dimensiones de la fe, como la resurrección y la vida después de la muerte, ya no son percibidas por las mujeres y los hombres de hoy como relevantes para contribuir a dar sentido a la vida. Frente a ellos, la cuestión hoy no es si creer o no creer, sino una cuestión aún más radical: incluso si fuera verdad, ¿qué hago con ello?
La cuestión grave que, en mi opinión, la Iglesia todavía no ha abordado verdaderamente es el reconocimiento de cómo el cambio de época que estamos viviendo trae consigo un cambio en los lugares existenciales en los que los hombres y las mujeres buscan y encuentran sentido a sus vidas. La pregunta por el sentido no está latente sino que se expresa y se dirige hacia otro lugar, haciendo que las respuestas del pasado ya no sean relevantes. Desde este punto de vista, la propuesta de fe cristiana es percibida, en los grupos de edad juvenil y adulta, como una respuesta a una pregunta que no existe, como una oferta de una herramienta útil para algo que en el contexto de la vida actual ocupa una posición irrelevante. Aquí está la raíz de la evidente esterilidad de tantos esfuerzos.
El punto crítico de propuesta cristiana en cuanto tal no es que Dios haya cesado de dirigir su Palabra, que fecunda y da vida, a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos. Si lo que proponemos como Iglesia es estéril e incomprensible, significa que los cristianos somos incapaces de captar qué Palabra de Dios dirige hoy a la humanidad.
Desde este punto de vista, es necesario un cambio de perspectiva. Estamos acostumbrados a pensar que ser cristiano significa creer y compartir algo fijo y siempre igual a lo largo del tiempo. Si esto es verdad respecto a los contenidos fundamentales de la fe, no lo es respecto a la aportación específica –la Palabra particular– que la fe ofrece a los hombres de las diversas épocas.
El mismo mensaje en diferentes contextos revela y adquiere especificidades y significados diferentes. La pregunta es: ¿qué especificidades y significados nuevos revela y asume el Evangelio de Jesús en el contexto de la humanidad hoy? ¿Para la humanidad hoy?
Para responder a esta pregunta es necesario emprender una reflexión que pase por comprender profundamente las direcciones hacia las cuales se orienta la demanda de sentido de las mujeres y de los hombres hoy; reflexión que, evidentemente, no puede realizarse de manera teórica, sino a través de la inmersión en el mundo y en las experiencias de las personas (como no deja de pedir el Papa Francisco). ¿Qué Palabra evocan estas experiencias? ¿Qué nuevos horizontes? ¿Qué esperanzas? ¿Y qué es lo que en la fe cristiana es capaz de entrecruzar, de interceptar todo esto?
Y, seguramente, el último paso de este camino será el más desafiante: será necesario reformular la propuesta cristiana sin ambigüedades, poniendo en el centro la Palabra que Dios dirige a la humanidad hoy; revisar las prácticas, teniendo en cuenta la realidad concreta de la vida, más allá de cualquier idea bella que ya no sea practicable; reinventar todo aquello que, a partir de la liturgia, parece lejano e incomprensible.
Tantas veces pienso que se podría decir que el anuncio y la propuesta de la fe hoy debe recuperar todo el patrimonio típico de la «teología fundamental», aquella rama de la teología que tiene como fin motivar por qué la fe es bella, creíble e importante para el hombre.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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