jueves, 13 de marzo de 2025

Carta a un presbítero recién ordenado.

Carta a un presbítero recién ordenado

Querido hermano Timoteo: 

Eres presbítero. 

Es una conversión profunda, que debe renovarse cada día. 

Cada mañana, antes de levantarte de la cama, bendito seas si dices: «Gracias, Señor, por haberme creado, hecho cristiano y presbítero». 

Escribe en el espejo de la sacristía, o al menos en el del baño: «No soy un profesional de lo sagrado, ni un maestro de la fe: soy un anunciador del Evangelio». 

«No has sido a bautizar, sino a ser testigo del Evangelio». 

¿Recuerdas la gramática básica del presbítero? Se trata de una gramática construida sobre un cuadrilátero de certezas que deben permanecer sólidas como los cimientos de la Iglesia: 

· La Palabra de Dios es como el agua y la nieve, si cae y empapa… 

· La Palabra de Dios no está lejos, sino muy cerca del corazón, es más, está dentro. Sólo tienes que encontrar una manera de hacer contacto… 

· “Como corderos entre lobos”: no se trata de hacernos pedazos, sino de hacernos entender el mensaje: cuanto más débiles somos humanamente… 

· Nuestra tarea es anunciar. Es el Señor quien vela por que su Palabra se cumpla… 

Recuerda las palabras de tu ordenación diaconal cuando se te entregó el Evangelio: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees, enseñar lo que crees y vivir lo que enseñas”. Leer, creer, enseñar, vivir la Buena Noticia de Jesús y del Reino. 

Recuerda las palabras de tu ordenación presbiteral cuando se te entregó el cáliz y la patena: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Advierte bien lo que vas a realizar, imita lo que tendrás en tus manos y configura toda tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. No es tu ofrenda sino la del Pueblo Sacerdotal. Imitar y configurar tu vida a la medida y conforme a Aquél que hizo de su existencia una ofrenda sacerdotal viva, santa, agradable al Padre.

Ten cuidado, Timoteo: debes ser estricto en que este espíritu de servicio al Evangelio no sea atacado por virus mortales, como la idolatría del presbítero que piensa: "¡No hay nadie como yo: antes de mí y después de mí, no habrá nadie como yo!" 

Otro virus que está haciendo estragos en nuestro hogar es el estrés pastoral: correr, competir, entrar en conflicto y al final… ¡descanso eterno! Aléjate de la depressio clericalis. 

Sé estricto. Si estás con Él, también podrás estar atento al servicio de tus hermanos. Los otros no son lugares de poder o escalones para emerger el ego clerical -este es un peligro que siempre está al acecho-, sino para concretar y desarrollar tu servicio al Evangelio. 

Por último, permíteme recordarte algunas reglas que pueden ayudarles a medir tu espíritu de servicio como presbítero: 

1) No maldigas los tiempos actuales: el cristianismo de costumbre inercial está a punto de terminar y está renaciendo el cristianismo por elección, por atracción, por enamoramiento. 

2) No antepongas nada al anuncio de Jesucristo, muerto y resucitado, con gestos y con palabras. Toma cada situación, cada problema, cada interés, y llévalo de vuelta allí, al centro de toda fe. 

3) Anuncia el cristianismo de las Bienaventuranzas y no te avergüences nunca del evangelio de la cruz: ¡Cristo no quita nada y lo da todo! 

4) El Evangelio debe ser propuesto, no impuesto. Nunca se lo impongas a nadie, ni siquiera a los niños, especialmente a los niños: les dejaría un recuerdo negativo para toda la vida. 

5) No te amargues por la indiferencia de los “distantes” y no invoques jamás fuego del cielo para consumirlos, sino celebra a Dios que hace llover sobre buenos y malos, justos y pecadores. 

6) Recuerda: el kerigma no es como un chicle que pierde su sabor cuanto más lo masticas. El mensaje cristiano no debe repetirse, debe releerse y reinterpretarse en la mentalidad y en el lenguaje del pueblo. 

7) Sueña con una Iglesia que sea casa, comunidad, familia,…, signo y lugar de salvación, no un club de personas perfectas. 

8) ¡No pienses que puedes comunicar el Evangelio solo! ¡Al menos 2, mejor 12, mucho mejor 72! 

9) Recuerda que los laicos no deben ser utilizados como auxiliares útiles y esforzados, sino que hay que ayudarles a convertirse en colaboradores corresponsables no tuyos sino del Reino.

10) Nunca te reduzcas a un policía de tránsito dentro de una comunidad: no eres el coordinador de actividades ni el superanimador de grupos, sino un verdadero acompañante y guía que se pone al lado.

Deseo que creas en la fuerte y dulce, inteligente y sabia presencia del Espíritu Santo y te recomiendo que reavives el don de Dios que está en ti mediante la imposición de las manos. 

Querido Timoteo, te repito lo que te escribí en mi primera Carta: custodia con diligencia lo que se te ha confiado. 

¡Gracias mi hermano! Gracias por hacer de tu vida un tabernáculo viviente de Cristo. No te escatimes nunca en amor, servicio y escucha; para que el rebaño del Señor sea tu primer pensamiento en la mañana y el último en la noche. 

Gracias por hacer una Iglesia alrededor de la mesa de la Palabra y del Cuerdo y la Sangre del Señor. 

Gracias por tu humanidad que permite encontrar la divinidad de Jesucristo a través de ti y en ti. Que en tu rostro brille el Rostro del Maestro. 

No te pido que seas perfecto, inquebrantable, un superhéroe o señales divinas. Me basta ver tu humanidad que también es la mía. Pero también escucho tus labios que me hablan de Año de Gracia, de Buena Noticia. Veo tus manos que me ofrecen el cuerpo y la sangre de Jesús. Te pido, de todo corazón, que tus vestidos huelan a rebaño. 

Porque creemos en un Padre que es pastor, en una Iglesia que no es un palacio sino un valle verde, un prado herboso. 

Perdona si con demasiada frecuencia los demás olvidan tu carne, tus dudas, tus desiertos, si no ven tus lágrimas. Por todas las veces que no notan las tormentas en tu corazón. 

¡Habla con todos! No te canses de hacer resonar la Palabra, porque en ti se escucha la Voz del Señor. 

No construyas muros con tus ovejas, convócalas, pero no te olvides de usar la misericordia con los corazones heridos. 

Eres ministro de la Iglesia en la que creemos, una Iglesia que es nuestra madre, no un juez, que nos acoge y no nos condena, una Iglesia que nos habla y no nos acusa, que nos escucha y no nos silencia. En una Iglesia que instaura la fraternidad, donde nuestros pies son el primer punto de comunión. 

Una mirada hacia abajo. Una mirada hacia la periferia. Una mirada hacia el último. Una mirada hacia la tierra. 

Donde pastores y ovejas se funden en el único gran deseo de Dios: ser perfectos en el amor entre nosotros, en Dios, hasta el final. 

Es por esto que nos reconocerán como sus discípulos. Así nos reconocerán como Iglesia. Así nos reconocerán como Amor. 

Ruego al Espíritu Santo para que siga guiando nuestros pasos hacia el cielo y que tus pasos, a través del don y del ministerio que huelen a servicio, sea para nosotros una puerta santa del amor de Dios. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aprended de mí, dice el Señor, a acoger y a incluir.

Aprended de mí, dice el Señor, a acoger y a incluir Me gustaría proponer tres pasajes de la Biblia, de los Evangelios, que nos ayudan a arro...