Cuando Jesús abre las puertas del corazón del Padre
Todos se van, empezando por los mayores. Se hizo el silencio, Jesús se quedó solo con la mujer y se levantó, ¡con un gesto bello! Se pone de pie ante la adúltera como uno se pone de pie ante una persona esperada e importante. Se levanta, con todo el respeto que corresponde a una presencia regia, se levanta para estar más cerca de ella, en proximidad, cara a cara, y le habla.
Nadie había hablado con ella antes. Ella y su historia, ella y su tormento interior no tenían ningún interés. Y la llama “Mujer” con el nombre que usó para su madre.
Ella ya no es la adúltera, la arrastrada, ella es la Mujer.
Jesús ahora se sumerge en la singularidad de aquella mujer, en lo profundo de aquella alma. Y sólo de esta manera podremos encontrar también nosotros el equilibrio entre la regla y la compasión, entre la norma y la misericordia. Sumergirnos en lo concreto de un rostro y de una historia, no en una idea o un concepto. Aprendiendo de la intimidad y la fragilidad, maestros de humanidad.
“Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó?”
¿Dónde están los que sólo saben lapidar y enterrar con piedras? Ellos no tienen que estar aquí.
El Señor no tolera a los hipócritas, a los que tienen máscaras, a los de doble corazón, a los comediantes de la fe; y luego acusadores y jueces. Él quiere que desaparezcan. Así como desaparecieron aquel día, así debían desaparecer del círculo de sus amigos, de los patios de los Templos, de las naves de las Iglesias, de los salones del poder.
¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Jesús ahora ya no escribe en la tierra sino en el corazón de aquella mujer, y la palabra que escribe es: futuro.
Y la mujer de repente pertenece a su futuro, a la gente que amará, a los sueños que tendrá.
El perdón de Dios es un acto creativo: abre caminos, te devuelve al buen camino, te hace dar un paso adelante, te abre el futuro. No se trata de borrar los errores del pasado, sino más bien de un golpe de ala hacia el mañana, una ráfaga de viento en las velas de mi barco.
Vete y no peques más de ahora en adelante: ¡resuenan estas palabras que bastan para cambiar una vida! Los demás matan, Él señala los pasos de vida. A otros los cubren con piedras, él les enseña caminos.
Y a partir de ahora…lo que quede atrás ya no importa. El bien posible del mañana cuenta más que el mal de ayer. Dios perdona como un creador.
Muchas personas viven en una prisión interna, aplastadas por sentimientos de culpa por errores pasados. Jesús abre las puertas de nuestras cárceles, desmonta la horca en la que nos arrastramos nosotros mismos y nos arrastran los demás. Él sabe bien que sólo los hombres y mujeres liberados y perdonados pueden sembrar libertad y paz.
Él le dice a aquella mujer: Sal de tu pasado. No eres la adúltera de esta noche, sino la mujer todavía capaz de amar, de amar bien. Y de conocer el corazón de Dios más profundamente que nadie.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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