sábado, 8 de marzo de 2025

Ese silencio de Jesús que desconcierta.

Ese silencio de Jesús que desconcierta 

Los escribas y los fariseos le trajeron una mujer... la colocaron en medio, como si no fuera una persona sino una cosa, que puede ser tomada, llevada, colocada aquí o allá, donde les convenga, incluso hasta la muerte. 

Son escribas que oponen a Dios contra el hombre, lo peor que le puede pasar a la fe, lectores de una Biblia a la mitad, sordos a los profetas («dice el Señor: No me agrada la muerte del que muere», Ez 18,32). 

La colocaron en el medio. Miradas de piedra la contemplan fijamente. El miedo que sube desde su corazón hasta sus ojos, ciegos porque no tienen en quién apoyarse. A su alrededor se ha cerrado un círculo de hombres que se creen tan justos que asumen todos los roles a la vez: primero acusadores, luego jueces y finalmente verdugos. 

Le preguntan a Jesús: ¿Es lícito o no matar en nombre de Dios? Se imaginan que Jesús dirá que no y entonces le tenderán una trampa, mostrándole que es contrario a la Ley, un blasfemo. 

Jesús se inclinó y comenzó a escribir con el dedo en la tierra... en el furor de las palabras y de los gestos asesinos, introduce una pausa de silencio. No se opuso a ellos abiertamente, pues los habría enfurecido aún más. 

Luego, desplaza a todos los devotos de la fe asesina, diciendo solamente: aquel que esté libre de pecado sea el primero en arrojarle una piedra. 

¿Pecado y piedras? Con pocas palabras claras, Jesús socava el modelo crimen-castigo, aquel sobre el que hemos fundado nuestros miedos y tantos fantasmas interiores. 

Jesús y la mujer quedan solos, y Él ahora está de pie delante de ella, como ante una persona esperada e importante. Y Él habla con ella. Nadie le había hablado: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno, vete. 

Y no le pide que confiese su culpa, ni tampoco le pregunta si está arrepentida. Jesús ya no escribe en la tierra sino en el corazón de la mujer y la palabra que escribe es: futuro de alternativa y de posibilidad. 

Vete y no peques más. Pocas palabras que bastan para cambiar una vida. Cualquiera cosa que haya hecho aquella mujer, todo queda borrado, cancelado, puesto a cero. A partir de ahora: “Mujer, eres capaz de amar, puedes volver a amar, amar bien, amar mucho. Esto harás...”. 

Él no le pregunta qué ha hecho, le dice lo que puede hacer. Ella ya no pertenece a su error, sino a su futuro, a las semillas que se sembrarán, a las personas que serán amadas. 

El perdón es algo que no libera el pasado, hace mucho más: libera el futuro. Y el bien posible, el único bien posible del mañana, cuenta más que el mal de hoy. En el mundo del Evangelio es el bien el que revoca el mal, no al revés. 

El perdón es un verdadero don, el único don que ya no nos hará víctimas, que ya no hará víctimas, ni fuera ni dentro de nosotros. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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