sábado, 8 de marzo de 2025

El perdón gratuito de Dios.

El perdón gratuito de Dios 

Jesús está sentado enseñando en el Templo, pero los fariseos vienen nuevamente a ponerlo a prueba y le presentan un caso para resolver, un adulterio. La mujer es un accidente, un pretexto, a ellos sólo les interesa ver cómo el famoso Maestro afronta esta situación: ¿cómo aquel que actúa tan misericordiosamente que incluso respeta la Ley de Moisés? 

Es simplemente cuestión de dictar sentencia. Jesús, sin embargo, mira la situación desde otro punto de vista al abordar, de manera inusual, el problema de cómo mantener unidos la Ley y el hombre. Esta historia es una maraña de injusticias que llevarían al asesinato. 

Le trajeron una mujer sorprendida en adulterio”. Hay un sesgo en el juicio. Le dijeron a Jesús: «Moisés en la ley dijo que se matara a mujeres como ésta». En Levítico 20,10 (y el pasaje paralelo Dt 22,22) leemos: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera serán condenados a muerte”. En primer lugar, ambos deben ser condenados a muerte, y debemos comenzar con el hombre, pero ¿dónde está el hombre aquí? Si eran sorprendidos en el acto de adulterio, el hombre estaba allí. 

A ellos no les importan las mujeres. Sólo necesitan una trampa para Jesús. La mujer es sólo un objeto, nunca es peguntada y sólo Jesús le dará la palabra al final. Jesús no apela a ninguna de estas injusticias porque el problema no está aquí, sino que el problema es la perspectiva, el punto de observación. Jesús lo demostrará de diversas maneras, especialmente con gestos. Jesús nos hará entender que lo que está mal es el modo como estas personas relacionan la Ley con esa mujer más allá del contenido de esa Ley. 

Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir con el dedo en el suelo”. Allí está la mujer en el medio, toda la gente alrededor y Jesús que se abaja. Se rebaja en relación a sus interlocutores y se pone en otro nivel en relación a ellos, y también en relación a la mujer, la mira desde otra posición y al hacer ese gesto quizás quiere invitar a sus interlocutores a hacer lo mismo, a mirar desde otra posición para que la mujer aparezca en toda su dignidad. Jesús se coloca a los pies de la mujer. 

Luego escribe en el suelo con el dedo. Se refiere a cómo Dios había escrito con su dedo en las tablas de piedra. Jesús escribe la Ley, pero a los pies de la mujer y la escribe sobre la tierra, sobre lo que estamos hechos, pero la tierra también se borra, no es una norma absoluta abstracta sin historia. 

Jesús no juzga un caso, sino que dice una palabra a una persona. Esta es una Ley al servicio del hombre, una Ley que está hecha para el hombre y no contra el hombre. Jesús se irá abajando cada vez más, hasta entrar en las profundidades de la tierra, hasta liberar al hombre del abismo de la muerte para que pueda vivir de pie, como hijo que mira el rostro del Padre, que se reencuentra con Él y vive según su voluntad. 

El que esté libre de pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Los interlocutores, sin embargo, aún no han comprendido, insisten y Jesús les provoca a hacer otro ejercicio interior, es decir, tratar de ponerse en el lugar de la mujer. Es fácil aplicar la ley sin piedad a los demás, pero ¿cuándo nos juzga la Ley? “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. 

Cuando soy yo el que está en cuestión, la Ley inmediatamente se vuelve humana, inmediatamente se vuelve de tamaño humano. El problema no es sólo su pecado, sino el pecado de todos, y Jesús parece pedir a sus interlocutores que asuman la responsabilidad de matar a aquel a quien acusan. El único testigo del pecado del otro puede ser alguien que no tenga pecado, alguien cuya mirada no esté oscurecida por el pecado. «Si no puedes derramar lágrimas por tus pecados», dice Juan Clímaco, «¡al menos llora por no haber llegado a ese punto!» 

Esta revelación de la propia miseria, del propio pecado, es fruto de una verdadera gracia de Dios. Ante la respuesta de Jesús, en lugar de reconocer públicamente su pecado, todos se marchan. Al final la única que quedará absuelta será la mujer, los demás se irán con sus pecados. 

Vete y no peques más”. Jesús no niega que haya pecado en lo que hizo la mujer y sabe que le perjudica a ella primero, pero concibe la Ley como al servicio del hombre, no contra el hombre. La Ley está al servicio, a los pies del hombre, no lo domina, está ahí para ser para él una liberación. Jesús, ahora solo con la mujer, la interroga, le hace decir algo, ya no es un caso, sino una persona y le hace pronunciar el resultado del juicio: "¿Nadie te ha condenado?" “Nadie Señor”. Agustín comenta lapidariamente: “Quedaron dos: la miseria y la misericordia”. Él y ella, el inocente y el culpable, están colocados uno frente al otro, con miradas cruzadas por la sorpresa, pero en realidad reunidos por el signo de la misericordia. El juicio no viene de otro sino que nos juzgamos a nosotros mismos en la medida en que nos ponemos delante de Él. Jesús pone el sello “ni yo te condeno” (Jn 3,17 “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”). 

Jesús vuelve a poner los elementos en su justo orden: una ley que es a favor del hombre y no contra el hombre, para su libertad, pero por esto Jesús pagará con su vida. En el Evangelio de Juan (8,59 y 10,31) Jesús es amenazado con la lapidación y al final pagará con su vida, en la entrega de sí mismo en la cruz, por esta liberación del hombre. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Joder, qué tropa! II

¡Joder, qué tropa! II   Hace una unos meses escribí “ ¡Joder qué topa! ” ( https://kristaualternatiba.blogspot.com/2025/06/joder-que-tropa.h...