Dios, patria y poder… O de cómo el nacionalismo cristiano busca conquistar Estados Unidos
Desde que regresó a la Casa Blanca, Donald Trump ha reafirmado su alianza con el nacionalismo cristiano blanco, lo que le ha otorgado un acceso sin precedentes al poder del gobierno federal. Recientemente nombró a la tele-evangelista evangélica y teóloga de la prosperidad estadounidense, Paula White, para dirigir la recién formada Oficina de Fe de la Casa Blanca, una agencia creada con el lema de "fortalecer a las familias estadounidenses". En línea con esta agenda, también anunció la emisión de una orden ejecutiva para establecer un grupo de trabajo contra el “sesgo anticristiano”, con el objetivo de procesar la presunta “violencia contra la comunidad cristiana”.
Con un Partido Republicano bajo su control, y una Corte Suprema conservadora, Donald Trump está intensificando su retórica religiosa, haciendo campaña para estar rodeado de políticos y pastores que inclinan sus cabezas, colocan sus manos sobre él, cierran sus ojos y le rezan como a un mesías en éxtasis narcisista, mientras le llaman “mis maravillosos cristianos”. En julio de 2024, Donald Trump se dirigió a los cristianos y les pidió su voto: "En cuatro años, ya no tendréis que votar. Resolveremos este problema tan bien que ya no tendréis que votar, queridos cristianos".
El nacionalismo cristiano es un movimiento político-religioso que surgió con la intención de crear una nación cristiana y perpetuar la falsa narrativa de que Estados Unidos alguna vez fue una nación cristiana pero ya no lo es debido a una crisis moral resultado de la cultura "woke" (que se ha convertido en sinónimo de progreso en términos de derechos y libertades sociales) o una "decadencia moral de Occidente" (un argumento repetido por la nueva derecha, desde Donald Trump hasta Nayib Bukele y Javier Milei). Este movimiento tiene el objetivo específico de convertir (o devolver, según su narrativa) a los Estados Unidos en una nación bajo la ley cristiana. Como lo resumió el columnista del New York Times David French:
"El problema del nacionalismo cristiano no tiene nada que ver con la participación de los cristianos en la política, sino con la creencia de que los valores cristianos deben prevalecer en la política y en el derecho. Puede manifestarse en la ideología, la identidad y las emociones. Además, si esto ocurriera, cambiaría por completo la Constitución y fragmentaría nuestra sociedad".
Este movimiento es heterogéneo y tiene muchas variantes, que van desde sectores del catolicismo y el protestantismo hasta iglesias pentecostales y neopentecostales y megaiglesias, cada una con su propia interpretación y enfoque, pero todas con un mismo objetivo: hacer creer que Estados Unidos, desde los años 1960, se ha distanciado de Dios y debe ser castigado por ello. Los nacionalistas cristianos creen que Estados Unidos fue elegido por Dios para cumplir un propósito especial en la historia. Afirman que quienes fundaron el país lo hicieron en nombre del cristianismo…, lo cual es, por lo menos, un error histórico.
El nacionalismo cristiano no es nada nuevo. Pero hoy la nueva derecha respalda un programa gubernamental que pretende crear un país donde una niña de trece años pueda ser obligada a dar a luz pero no se le permita leer un libro sobre la importancia de la diversidad sexual o la oscura historia de segregación del país; un país donde los cuerpos de las mujeres y de las personas trans están sujetos a una regulación más estricta que las armas de fuego; un país que asigna un presupuesto para el gasto militar pero no para la atención sanitaria universal; un país donde la policía dispara por la espalda a personas negras desarmadas, pero elige a un presidente que ha cometido algunos crímenes graves, como en el caso de Donald Trump.
Los nacionalistas cristianos argumentan que el país debería ser una "nación cristiana" o al menos dirigida por cristianos. Esta propuesta refleja la creación de un modelo teocrático que ve a Estados Unidos como un elemento único y especial en los “planes de Dios” para la humanidad. Ese proyecto está ahora en el poder bajo el liderazgo de Donald Trump, quien en general ha adoptado estas banderas de una manera en gran medida oportunista, y del vicepresidente J.D. Vance.
Con el tiempo, los enemigos del nacionalismo cristiano han cambiado. Desde los pueblos indígenas, pasando por los negros, los ateos, las mujeres, los comunistas, hasta llegar, hoy en día, a las personas críticas contra esta vorágine. Cada “enemigo” construido tiene su lugar en la historia dibujada por este movimiento. Las “bendiciones” que una vez se otorgaron a Estados Unidos ahora están amenazadas por una “decadencia cultural” que destruye la “pureza” de una nación en peligro. El nacionalismo cristiano no es sólo un conjunto de creencias religiosas, sino también una narrativa profundamente arraigada, una historia profunda que se ha contado y repetido innumerables veces a lo largo del tiempo.
Esto explica por qué la insurrección y asalto al Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021 no fue un hecho aislado, sino una manifestación visible y violenta de un movimiento político que venía cocinándose en las sombras desde hacía años, siendo una de las corrientes más antiguas y poderosas de la política estadounidense. Hasta entonces, muchos no habían reconocido la verdadera influencia del nacionalismo cristiano y sus conexiones. Pero aquel 6 de enero marcó la explosión de un impulso de larga trayectoria, alimentado por personas como Donald Trump, quien, después de perder las elecciones ante Joe Biden, usó las redes sociales para difundir mentiras sobre una “elección robada” (ciertamente fue la elección más reñida en la historia del país).
El asalto al Capitolio puede entenderse como un punto de inflexión, como un acto material y simbólico. Un evento salpicado de pancartas que proclamaban “Jesús 2020”, en el que los insurgentes llevaron una bandera asociada al nacionalismo cristiano al Senado y la colocaron junto a la bandera estadounidense, acompañada de una espectacularización grotesca de la masculinidad violenta.
En nombre de Jesús, Jacob Angeli, conocido como el “chamán de QAnon” (el hombre con cuernos de bisonte, pecho desnudo y cara pintada, cuya imagen fue publicada en todos los portales de noticias del mundo), lanzó una oración pública, afirmando que ésta era “nuestra” nación y no “la de ellos”, y que el objetivo era recuperar “América” y devolverla a Dios, deshacerse de los comunistas (como repiten los nuevos macartistas como Javier Milei en Argentina e Isabel Díaz Ayuso o Santiago Abascal en España) y usar la violencia si es necesario:
"Gracias, Padre Celestial, por darnos esta oportunidad, por permitirnos ejercer nuestros derechos, por permitirnos enviar un mensaje a todos los tiranos, comunistas y globalistas, de que este es nuestro país, no el de ellos. No permitiremos que Estados Unidos, el estilo de vida americano, fracase. Gracias, Dios creador divino, omnisciente y omnipresente, por bendecirnos", rezó Jacob Angeli, vestido de una manera que no es exactamente la de los cristianos convencionales.
Los actuales miembros de la Cámara de Representantes, como Lauren Boebert y Marjorie Taylor Greene, han expresado públicamente su oposición a la separación de la Iglesia y el Estado. Boebert, en particular, declaró: “Estoy cansado de esta tontería de la separación de la Iglesia y el Estado, no está en la Constitución. Estaba en una carta repugnante [de uno de los Padres Fundadores] y no significa nada de lo que dicen que significa”. Y llamó a una nación nacionalista cristiana que ponga a Dios en primer lugar.
Vale la pena señalar que estas declaraciones no provienen de pastores o feligreses en entornos informales, sino de poderosos funcionarios electos que han sostenido durante mucho tiempo que el cristianismo debería ser la norma. Entre quienes repiten que Estados Unidos debería ser una nación cristiana se encuentran miembros del Congreso, fiscales generales, presidentes, miembros del gabinete, candidatos a gobernador y personas que influyen en las políticas públicas.
Mientras tanto, Marjorie Taylor Greene es una destacada defensora de las teorías de conspiración e incluso ha afirmado que un terremoto y un eclipse que ocurren en la misma semana son fuertes señales y advertencias de que Dios nos está diciendo que nos arrepintamos. "Tenemos que ser el partido del nacionalismo. Soy una nacionalista cristiana y lo digo con orgullo. Todos deberíamos ser nacionalistas cristianos", dijo en una Cumbre de Acción Estudiantil de la organización radical trumpista Turning Point, argumentando que el nacionalismo cristiano es un movimiento que resolverá la "inmoralidad sexual" en Estados Unidos. Y es que la obsesión de la nueva derecha con la sexualidad también es un problema…
No se trata de impedir que la gente vaya a la iglesia, la sinagoga, la mezquita o el templo. El problema es que intentan imponer una visión religiosa específica como fundamento del Estado y de las leyes.
También cabe señalar que la fusión del nacionalismo y la religión no es un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos.
En Europa y América Latina existe una versión del nacionalismo cristiano, cuyo eje central es la defensa de la “civilización cristiana” y la preservación de la “vida tradicional” de los sectores heteropatriarcales blancos, quienes ahora también se convierten en víctimas porque creen que los avances del feminismo o los estudios de género les están privando de sus “derechos” (en realidad, están acabando con sus privilegios históricos y eso es lo que les molesta).
El lema “Dios, Familia y Patria” ha encontrado profunda resonancia en muchas comunidades hispanas, donde la fe y la espiritualidad juegan un papel central. En términos de estrategia política, la nueva derecha ha identificado a las iglesias como un canal clave para llegar a los votantes latinos. Según estimaciones, en Estados Unidos la mayor parte del contacto con esta comunidad se produce a través de las iglesias, muchas de las cuales ya comparten valores alineados con el conservadurismo tradicional.
Para ello, utilizan los medios de comunicación, redes sociales, trolls (en el caso del gobierno de Javier Milei, financiado con recursos de los contribuyentes), influencers, foros anónimos, fanáticos de sectas, entre otros. En el caso de Donald Trump destacan cadenas como Nexstar, Fox News, Breitbart, Sinclair y, sobre todo, Trinity Broadcasting Network, fundada en 1973 como la primera plataforma mediática evangélica, que ha proyectado figuras como Pat Robertson o Franklin Graham.
A partir de ese momento, los tele-evangelistas han cautivado a una vasta audiencia, incluso descritos por antiguos presentadores de estos programas de televisión como una red de “autoproclamados profetas” y “recaudadores de fondos en serie”. Hoy en día, Trinity Broadcasting Network es la cadena de televisión religiosa más grande del mundo, con una audiencia estimada de 2 mil millones de espectadores. Esta red se ha convertido en un pilar clave de apoyo para Donald Trump y el movimiento MAGA [Make America Great Again], siendo su captación de gran parte del voto evangélico conservador un factor decisivo para su llegada a la Casa Blanca.
En la década de 1970, los evangélicos comenzaron a tener acceso a más estaciones de radio y televisión, aumentando enormemente su influencia en la política estadounidense. Estos grupos fueron apoyados por la Christian Broadcast Network, fundada en 1959 y dirigida por el magnate de los medios Pat Robertson, quien utilizó los medios para unificar y movilizar su base cristiana evangélica conservadora. La tecnología ha cambiado, pero los mecanismos parecen ser los mismos…
En su artículo titulado “Trump, el nuevo Mesías”, la periodista Gina Montaner describe cómo una parte significativa del movimiento evangélico en Estados Unidos ha llegado a ver a Donald Trump como una figura mesiánica, especialmente después de su apoyo a la agenda cristiana, centrada en la lucha contra el derecho al aborto. Según Montaner, el ataque al Capitolio ha sido interpretado por muchos evangélicos como una batalla bíblica, en la que las fuerzas del “bien” (representadas por el trumpismo) lucharon contra las fuerzas del “mal” (el Partido Demócrata o simplemente los progresistas).
Esta visión ha transformado el Capitolio en un templo que debe ser purificado, con Donald Trump retratado como un líder profético que lidera la lucha. A pesar del lenguaje agresivo y divisivo de Donald Trump, los líderes evangélicos no sólo adoptaron su estilo, sino que lo vieron como un medio para difundir su mensaje. El ascenso de Donald Trump al poder ha desmantelado cualquier noción de que Estados Unidos fuera un país excepcional o estuviera a salvo del ascenso del populismo autoritario.
El movimiento MAGA parece decidido a desmantelar los principios de una nación secular para establecer una nación cristiana. Desde entonces, ideas como que Estados Unidos “necesita un dictador” y los llamados de los partidarios de Trump al “fin de la democracia” han ganado fuerza. El acuerdo entre Donald Trump y los evangélicos sigue claro: el líder de la secta ha comenzado a tomar decisiones para satisfacer a un poderoso lobby religioso, como las nominaciones a la Corte Suprema. A cambio, los líderes religiosos movilizaron a sus feligreses para que votaran por él. Los líderes evangélicos conservadores celebraron la victoria de Donald Trump como el cumplimiento de una "profecía", vinculando su triunfo a un "plan divino" y a la creación de una nueva era de "gobierno cristiano".
Este fenómeno subraya cómo el apoyo político y religioso a Donald Trump está profundamente arraigado en una ideología que lo ve como el salvador de los valores cristianos del supuesto pecado del Partido Demócrata. Así, las organizaciones religiosas de derecha utilizan a Donad Trump como un medio para promover sus propias agendas políticas y religiosas, mientras él explota su apoyo para consolidar su liderazgo. Este fenómeno genera un sistema de retroalimentación perverso, con jerarquías y estructuras sectarias en las que coexisten grandes intereses económicos, ambiciones de poder y, en muchos casos, dinámicas de explotación sexual.
El alineamiento entre republicanos y evangélicos, iniciado en 1980 con la llegada de Ronald Reagan y su “mayoría moral”, no sólo ha continuado, sino que con Donald Trump ha alcanzado niveles de radicalización y viralización, fruto de las plataformas contemporáneas que promueven la incitación al odio del movimiento neorreaccionario.
También debemos tener en cuenta el papel de las diversas redes religiosas interconectadas que influyen en la nueva derecha. Una de esas redes se conoce públicamente como The Fellowship y privadamente como The Family, una organización cristiana fundada en 1935 por el ministro metodista estadounidense Abraham Vereide, que sirve como foro, "capacitando" a personas y apoyando "experiencias espirituales", al tiempo que ayuda a colocar a figuras religiosas en posiciones de poder en instituciones de Estados Unidos y alrededor del mundo.
Estas redes creen que el cristianismo está bajo asedio y debe ser restaurado a su lugar legítimo a través de una toma teocrática de las instituciones políticas y culturales de Estados Unidos, algo que será mucho más fácil de lograr en esta segunda administración de Donald Trump.
Para ellos, el objetivo es cristianizar la sociedad a través de la invocación de un dios que está de su parte y que se vale de ellos para la restauración del universo bajos los nuevos cielos y la nueva tierra del reino. La religión cristiana se ha convertido así en un pilar fundamental de la nueva derecha, creando un vínculo estrecho entre profetas y electores.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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