lunes, 10 de marzo de 2025

Escuchar, ver y ser testigo: María Magdalena.

Escuchar, ver y ser testigo: María Magdalena 

Tengo para mí que una de las figuras más emblemáticas y a veces misteriosas de los relatos evangélicos es una mujer. Una mujer que, por diversas razones, ha atraído la atención de todo el cristianismo: María Magdalena. Una figura controvertida en algunos aspectos, pero también siempre reportada en los relatos canónicos sobre los últimos eventos cristológicos, y por lo tanto un testigo central. 

Pero María Magdalena no fue sólo una testigo cualificada: siguiendo a Jesús de Nazaret, hizo experiencia de las experiencias de Cristo. 

María Magdalena ha vivido experiencias de vida en plena sintonía con el Maestro: su fe, sus emociones, su seguimiento inquebrantable de los pasos de aquel joven Rabino la acercaron cada vez más a Cristo, casi confundiéndola con Él. 

Una breve digresión ayudará a recordar la figura histórica de María Magdalena, hasta donde conocemos. El apodo proviene de la ciudad de Magdala, su lugar de origen. En las listas evangélicas de mujeres ella siempre es nombrada en primer lugar (cf. Mt 27,56; Mc 15,40; Lc 24,10) y esto indica su preeminencia. 

Su prestigio en la comunidad cristiana primitiva se debía a que estaba entre las mujeres que siguieron los acontecimientos de la crucifixión pero, sobre todo, a haber sido la primera testigo de las apariciones de Cristo resucitado. Por eso la liturgia la recuerda directamente en el himno “Victimae pascalis laudes”, como testigo de la “victoria del resucitado en el duelo con la muerte”. 

A partir de Gregorio Magno, se la identificó erróneamente con la pecadora de Lucas 7,36-50. Por el contrario, en los relatos evangélicos sobre ella sólo se dice que fue curada de “siete demonios”, es decir, de una grave enfermedad. 

Los Evangelios mencionan a varias mujeres que siguieron a Jesús de Nazaret. El testimonio de los tres evangelios sinópticos -Mateo, Marcos y Lucas- coincide en que bajo la cruz había al menos tres mujeres además de María de Nazaret. Otra lista se encuentra en el Evangelio según Lucas, según el cual entre los seguidores de Jesús se encontraban "algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, Susana y muchas otras que les servían con sus propios recursos" (Lc 8, 2-3). 

Además de Lucas (cf. Lc 23,49), los demás evangelios sinópticos recuerdan también que las mujeres habían «servido y seguido» a Cristo desde Galilea (cf. Mt 27,55; Mc 15,40). Los verbos utilizados permiten llamar a estas mujeres «discípulas», aunque los evangelistas no las llamen directamente así: de hecho, ellas «lo siguen», verbo que tiene una clara referencia al seguimiento del mismo discípulo, y le «sirven». 

Todo esto supone un horizonte de verdadera novedad introducido por Jesús: esta originalidad reside en el hecho de haber acogido a mujeres entre los discípulos, un gesto muy provocador en aquella época. 

Las mujeres discípulas eran inimaginables entre los rabinos del judaísmo histórico y para el culto en las sinagogas. De hecho, la mujer no podía leer la Torá, ni participar en el banquete de Pascua, ni recitar la oración de la fe judía, el Shemá. No era muy posible para las mujeres impartir lecciones de carácter religioso. El precepto del descanso absoluto del trabajo creativo el sábado no se aplicaba a las mujeres. Bajo la ley judía, a las mujeres no se les permitía dar testimonio. 

Los testimonios del Nuevo Testamento que hacen referencia al seguimiento femenino son una clara afirmación de cómo, por parte de la naciente comunidad cristiana, fue percibido como una absoluta novedad permitir a las mujeres entrar en las filas de los seguidores a pesar de los prejuicios de la ley judía. 

Pero el seguimiento no es suficiente. No basta «seguir» a Cristo, es necesario «vivir en él» (cf. Flp 1,21). Esta dinámica de fe -no sólo paulina- dice, sin embargo, que “Cristo” es la totalidad de todas las experiencias. Toda alegría, toda esperanza, toda tristeza y toda angustia se resumen, se acogen en la única gran experiencia de Cristo y el Cristo total es la experiencia de fe de cada uno. 

La experiencia de María Magdalena fue tan profunda y absoluta que “su” pasión, en el amor vivo por aquel crucificado y en el compartir profundo de aquella experiencia dramática, dio la luz de la fuerza de las propias pasiones y emociones, para todos. María Magdalena se presenta así como icono de la fe que contempla y completa a Cristo: una dinámica que es prefiguración de todas las “fes”. 

A menudo se olvida que María Magdalena presenció la crucifixión antes de presenciar a Cristo resucitado. Y es la fe entrelazada, plasmada, formada por las pasiones por el crucificado, el sepultado y el resucitado por nosotros la que da luz viva a la vida y al testimonio de María Magdalena. 

Pasiones, emociones e imitaciones se superponen en una única realidad: «ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Y Cristo ahora vive en las experiencias de las mujeres y los hombres. 

Pero si esto es cierto ¿por qué se debe seguir impidiendo el ministerio ordenado de las mujeres? 

¿Por qué conviene recordarla como una pecadora perdonada -una historia históricamente infundada- para quien “la misericordia de Dios ha obrado maravillas” en lugar de por su seguimiento y autoridad en la experiencia de fe y en el testimonio? 

¿Qué le falta a la fe para tener autoridad en la fe? 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿De verdad será posible una buena política?

¿De verdad será posible una buena política?   La comunicación, a cualquier nivel y desde cualquier ámbito político actual, convierte cualqui...