El cristianismo: entre el ocaso y la aurora
Nadie puede discutir seriamente el hecho de que, en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses, la religión y, más precisamente, los sentimientos y convicciones religiosas cristianas han jugado un papel importante, en particular en las formas evangélicas y neo-ortodoxas del cristianismo.
Los europeos acostumbrados a pensar de nuestra forma crítica y secular quizá no nos sentimos del todo cómodos por lo sucedido, aunque no debe habernos sorprendido. La Unión Europea se enfrenta a una Constitución en la que no se menciona el cristianismo, a pesar de que la cultura y la historia europeas están impregnadas de esta tradición religiosa.
Cuando comparamos estos dos acontecimientos, la pregunta de si el cristianismo está en crisis se convierte en una pregunta muy compleja, incluso difícil, de responder.
Si a lo que acabo de decir añadimos un renacimiento del cristianismo en África, en formas y expresiones indígenas, y la aparición de un rostro diferente del cristianismo en Asia, con rasgos tomados de experiencias religiosas de otras tradiciones, la pregunta se vuelve compleja y la respuesta extremadamente difícil. Hablando del cristianismo en África, algunos señalan que se trata de la ironía del entusiasmo religioso de las masas frente al desencanto de la mayoría con las estructuras políticas.
Si el cristianismo está en decadencia y dando lugar a una
situación pos-cristiana, o si se trata de un resurgimiento, dependerá de cómo
se vea y valore su estado actual en diferentes contextos mundiales.
Cualquier intento de responder a esta pregunta requeriría una aclaración conceptual de lo que se entiende por crisis.
Algunos posibles diagnósticos
1.- Para la neo-ortodoxia, que lucha en muchos frentes, el diagnóstico de la crisis, su definición y su solución se caracterizan por lo que se requiere hacer en ellos, como "defensio fidei": la defensa de la fe y su integridad.
El ámbito más extremo al que puede llegar la neo-ortodoxia es el reformismo (incluso el de su propia definición). No es extraño entonces que en la Iglesia Católica, por ejemplo, la neo-ortodoxia pueda inventar interpretaciones extrañas y desconcertantes del Concilio Vaticano II en un intento de restablecer viejas certezas y así renovar una confianza corroída en sí misma.
Lo que se puede observar en la neo-ortodoxia es que ha cambiado progresivamente su énfasis en su diagnóstico de la crisis, pasando de la secularización al pluralismo y, más específicamente, a la pluralidad de experiencias religiosas, ya que estas parecen socavar las certezas del pasado en formas y en áreas que la secularización no lo ha hecho.
Así como la neo-ortodoxia lucha duramente para subordinar la cultura, la sociedad y las religiones a su interpretación de la fe, la sensación de crisis está alcanzando un alto nivel con la crisis de autoridad en la Iglesia: una preocupación crucial, que marca todas las actitudes e interpretaciones neo-ortodoxas.
La progresiva marginación del cristianismo de la conciencia de Europa y de su esfera pública parece vislumbrarse en el horizonte de la neo-ortodoxia, acentuando la sensación de crisis.
2.- La teología neoliberal, fiel a su tradición, ha dado importancia a la experiencia, a la libertad y al trabajo del sujeto. Y estos, según ella, estarían en consonancia con la modernidad. La solución a la situación de crisis del cristianismo sería entonces su completa secularización, abandonando algunas de sus anticuadas cosmovisiones, sus concepciones míticas, prácticas, orientación ética, etc. En otras palabras, se ha cuestionado la forma del cristianismo tradicional por su incapacidad de responder a los desafíos de la modernidad, y la solución se ha visto en una secularización que se acomode a la realidad.
Pero lo más preocupante es la nueva encarnación de la teología liberal en la forma de una teología de la riqueza y la prosperidad. Es una teología que me recuerda las expresiones críticas de Richard Niebuhr, quien evocaba "un Dios sin ira que condujo a seres humanos sin pecado a un reino sin juicio, a través del ministerio de un Cristo sin cruz".
Según la lectura liberal, la supervivencia del cristianismo está ligada al éxito del capitalismo liberal y del liberalismo político. Para Michael Novak, el capitalismo era un argumento moral a favor del cristianismo, y el bienestar era una señal de la bendición de Dios.
Para él, la política democrática, la economía de mercado y la cultura liberal traducirían el cristianismo en práctica. La implicación es que, en ausencia de capitalismo y riqueza, el cristianismo se hundiría en una crisis y, en última instancia, se convertiría en un fracaso.
Esta versión de la lectura neoliberal de la crisis del cristianismo convergería irónicamente con posiciones neo-ortodoxas como las defendidas por John Milbank, John Neuhaus y otros. ¡Los extremos se tocan! Para Neuhaus, por ejemplo, el problema de la Iglesia católica en Latinoamérica es que se ha puesto en crisis al negarse a inculcar valores y actitudes que promuevan el capitalismo.
3.- Para una lectura posmoderna, la crisis del cristianismo es parte de la crisis general de todas las “grandes narrativas”. Más concretamente, el destino del cristianismo está sellado: terminará con el advenimiento de un mundo y una cultura posmetafísicos, caracterizados como “pensamiento débil”.
La posmodernidad, sin embargo, no es necesariamente antirreligioso ni anticristiano. De hecho, en algunas de sus versiones ha creado espacio para la reaparición de una religión que ha desaparecido en el horizonte de la modernidad y la secularidad. Un ejemplo ilustrativo a este respecto es el de Gianni Vattimo, que afirmaba haber redescubierto su cristianismo gracias a la posmodernidad.
El posmodernismo y el catolicismo no son extraños el uno del otro. La distancia entre la posmodernidad y la modernidad (por no hablar de una oposición entre ambas, lo que quizá no sea una expresión exacta) y la antimodernidad del catolicismo convergen en ciertos puntos. No debería sorprender entonces que la posmodernidad haya dejado espacio para la religión en general y para el cristianismo en particular. Con la crisis de la modernidad habiendo estallado en el pasado, el posmodernismo de Gianni Vattimo podría encontrar un lugar para su catolicismo.
Para mí, lo que surge de todo esto es que, en última instancia, el cristianismo sólo podría identificarse con Europa si la metafísica pudiera considerarse un presupuesto inalienable del mensaje cristiano. Sin embargo, en la práctica hay una superposición entre la primera identificación y la última suposición que podría observarse en la decadencia del cristianismo en Occidente con la disolución de la metafísica en la cultura occidental. Lo que se dice tiene implicaciones de largo alcance para el cristianismo también en el sur global.
El resurgimiento del cristianismo en el sur global muestra que ni la crisis del cristianismo en Occidente ni su metafísica suponen una amenaza para el mensaje de la Buena Noticia a los pobres ni para la realidad del amor, ambos el núcleo del Evangelio. Lo que sucede en el sur global es expresión de un cristianismo no ligado a una metafísica y por tanto abierto a una pluralidad de nodos y expresiones en la comprensión y vivencia del Evangelio.
Un mensaje que nos ha llegado a través de Jesucristo es creíble no por su supuesto fundamento metafísico, sino por su apelación radical a nuestra humanidad más profunda y a las contingencias —individuales y colectivas— de nuestra vida, y también por el amor y la gracia incondicional de Jesús, por su hacerse solidario con los pobres y por la encarnación en sí mismo de la alianza de Dios en defensa de los pobres.
Un mensaje de este tipo, de amor y de defensa de los pobres, difícilmente podría estar en crisis, sobre todo cuando el eje del cristianismo se está desplazando hacia el sur del mundo, con cada vez más cristianos entre los más pobres entre los pobres. Dicho de otro modo, aquellos que tienen menos de quinientos dólares estadounidenses de ingresos anuales son quienes serán, si no lo son ya, los discípulos cristianos más numerosos de nuestro mundo.
El cambio no se produce sólo desde Occidente hacia el Sur, sino también desde el cristianismo desde los ricos y la clase media hacia los pobres. Un cristianismo que se convierte en una fe de los pobres del mundo de hoy, recordando sus orígenes, difícilmente puede considerarse en crisis en un sentido negativo.
Ninguno de estos diagnósticos -el neoortodoxo, el neoliberal y el posmoderno- parece capaz de responder a la nueva forma de cristianismo en el sur global del mundo. Se trata básicamente de perspectivas eurocéntricas que ven la crisis del cristianismo desde una perspectiva particular y en el contexto de una experiencia histórica específica. Es más, los tres son herramientas igualmente pobres para diagnosticar la crisis del cristianismo en el sur global.
Las oportunidades para el cristianismo parecen inmensas, no en el sentido de la misión concebida en Occidente e impuesta en el sur global, sino como resultado de un compromiso creativo por parte de los propios pueblos del sur global al afrontar las realidades sociales, políticas y culturales de su contexto.
Voy a destacar un aspecto de cómo la crisis del cristianismo significa nuevas oportunidades en el sur global.
El futuro del cristianismo dependerá de hasta qué punto haya experimentado una metamorfosis del cristianismo mismo como religión de gran tolerancia y promotora del entendimiento, capaz de crear comunidad en nuestro mundo fragmentado. Esto puede suceder, entre otras cosas, mediante un compromiso teológico efectivo con otras tradiciones religiosas.
Lo que se implica aquí no es que otras tradiciones religiosas sean ejemplos de tolerancia perfecta, sino que el compromiso abierto del cristianismo con otras tradiciones religiosas es en sí mismo un proceso capaz de descubrir sus verdades más profundas sobre la tolerancia, la justicia y la paz.
La superación de la crisis y la reafirmación del cristianismo podrían tener lugar, especialmente en Asia, a través de este proceso, y esto contribuirá a la revitalización del cristianismo. Si podemos hablar de la crisis del cristianismo en el sur global del mundo, especialmente en el cristianismo asiático, lo podemos hacer en el sentido positivo de oportunidad.
Con todo, el cristianismo, a pesar de esta nueva situación que vive en el hemisferio sur, debe enfrentarse a muchos aspectos de su pasado, especialmente a la fobia neo-ortodoxa al pluralismo religioso.
El dogmatismo intolerante fue probablemente el pecado más desastroso del cristianismo tradicional desde los primeros siglos hasta el comienzo de los tiempos modernos. La intolerancia ha contribuido a la ambigüedad del pasado cristiano más que otros factores, por lo que es necesario comprender las raíces del fenómeno.
Debemos preguntarnos si la intolerancia dogmática, con todas sus innobles consecuencias, pertenece a la esencia de la pasión religiosa por la verdad, al menos en su forma cristiana.
Si la respuesta fuera afirmativa, la exclusión de la religión del ámbito de la cultura pública –una exclusión introducida en la modernidad temprana después de las guerras sectarias del período posterior a la Reforma– estaría tan justificada entonces como ahora.
Pero el dogmatismo religioso, que surgió inmediatamente durante la era constantiniana, también puede verse como una alteración, como una afección de la mente religiosa. Si este es el caso, en principio puede superarse sin eliminar el compromiso religioso con la verdad.
Dado que esta también ha sido la impresión de no pocos sobre el cristianismo, nos podemos preguntar hasta qué punto debemos ser "tolerantes con la intolerancia" y si deberíamos desarrollar una "intolerancia a la intolerancia".
Si el compromiso con la verdad puede practicarse sin recurrir al dogmatismo y la intolerancia que sin duda harán que el cristianismo sea ineficaz en la esfera pública del mundo en desarrollo, entonces la mejor manera de avanzar es abrir nuevos enfoques hacia la verdad en los que el cristianismo contribuya primero a la tolerancia y la comprensión. Esto es fundamental para superar la crisis del cristianismo y para que responda a su reafirmación en el sur global particularmente asiático.
Pero lo que da consuelo y esperanza es que Asia, por ejemplo, no está esperando el permiso de nadie para transformar el cristianismo en una religión de tolerancia, al menos no del cristianismo occidental y sus centros de autoridad.
El diálogo con creyentes de otras religiones, el desafío de crear comunidades de amor y reconciliación y el acto de apropiación del mensaje y del espíritu cristiano por parte de la gente: todo esto está reinventando el cristianismo como una religión de tolerancia.
Lo que da esperanza respecto del cristianismo en el sur global es la creciente pluralidad de sus formas y expresiones. No se hace tanta referencia a la diversidad de Iglesias cristianas resultante de la tumultuosa historia de división de Europa que se ha intentado superar a través del movimiento ecuménico. El enfoque se centra más bien en los diversos tipos de cristianismo.
Y esto es subversivo respecto del enfoque conceptual, especulativo, intelectual,…, que se le ha impuesto al cristianismo. El “pienso, luego existo” de Descartes encuentra un contrapunto en el pensador africano Eboussi Boulaga, cuando dice: “bailo, luego vivo”, una idea de la experiencia africana que también da forma a ciertas formas de cristianismo en África.
El mensaje cristiano se entrelaza en ciertos niveles con la historia de un pueblo y su experiencia, y encuentra una nueva encarnación y expresión. Esto es lo que ha permitido la reafirmación del cristianismo en el hemisferio sur.
Y nuevos cristianismos están tomando forma en África, Asia y Latinoamérica, donde el cristianismo eurocéntrico, y muchos de sus actuales dispositivos operativos, se están convirtiendo en objetos de la memoria histórica. Estoy cada vez más convencido de que la cuestión del pluralismo religioso es parte esencial de un tema aún mayor como es la pluralidad de cristianismos.
El futuro del cristianismo no será una cuestión de números, sino de calidad y diversidad. La diversidad no será como la de las confesiones religiosas presenciadas en la historia occidental del cristianismo. Se tratará, más bien, de una apropiación diferente a través de la cultura y las experiencias de los pueblos. Será una diversidad que deriva también de los distintos modos en que el mensaje cristiano y su espíritu influyen en los diversos ámbitos de la vida individual y colectiva.
En este proceso será muy importante la subjetividad y la acción de las personas, y no las estructuras e instituciones, ni un presunto y amplio paquete de verdades del cristianismo. Éstas, de hecho, podrían resultar ramas muertas y podrían impedir el encuentro y el descubrimiento creativo del cristianismo por parte de la población que vive en un mundo en crisis.
La crisis que, palpable según los líderes de la neo-ortodoxia, no es más que el ocaso o la defunción de una forma de cristianismo eurocéntrica inmovilizada en sus propias tradiciones pasadas. La fuerte tentación es pensar que una religión, que se ha convertido en una fuerza agotada en Europa, ya post-cristiana, puede revivir, resucitar.
Lo que seguramente puede estar ocurriendo es que los signos de los tiempos no apuntan precisamente en la línea de la reproducción de un cristianismo desgastado sino en el re-descubrimiento de n cristianismo más evangélico y, por lo tanto, más original. Este es el aspecto más esperanzador y alentador del cristianismo y de su pervivencia en el futuro.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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