martes, 25 de marzo de 2025

Las páginas en blanco del Evangelio.

Las páginas en blanco del Evangelio 

Lo que los Evangelios nos cuentan sobre la vida de Jesús es, al final, muy poco. Hay muchos espacios en blanco, muchas páginas en blanco, muchas líneas que quedan incompletas. 

¿Qué hizo el adolescente Jesús en aquellos tres días en que estuvo solo en Jerusalén, aparte de interrogar y ser interrogado por los doctores del Templo? Por no hablar de aquellos largos años de vida oculta: ¿cómo pasó esos días interminables, quizá siempre iguales, en Nazaret o sus alrededores? ¿Qué hizo Jesús en aquellos dos días posteriores a la noticia de la enfermedad mortal de Lázaro, hasta que decidió ir a Betania para devolverle la vida? ¿O qué hizo en esas horas en las que se quedó solo después de enviar a los apóstoles a preparar la habitación de arriba para su última cena de Pascua? 

Por supuesto, los evangelistas no quieren darnos una crónica de la existencia terrenal de Jesús. Lo que les interesa es darnos el anuncio -el εὐαγγέλιον, precisamente- de que murió por nuestra salvación y resucitó. Todo lo demás, incluso los pocos detalles sobre la infancia que sólo dos de ellos se toman la molestia de transmitirnos, está ahí sólo porque es relativo a ese anuncio, y en la medida en que es relativo a él. Sin embargo, estas líneas vacías del Evangelio también pueden ser una oportunidad para nuestra vida espiritual. Son, en cierto modo, la oportunidad que se nos deja abierta para entrar en esa historia, y tejer, en esa urdimbre, la red de nuestra vida espiritual, que es, ante todo, la vida en compañía de Jesús. 

Tal vez, en aquellos tres días a solas en Jerusalén, cuando era adolescente, Jesús recorrió la ciudad, tal vez fue acogido en casa por un maestro de la ley que estaba particularmente impresionado. Tal vez, aquellos interminables días de vida oculta los pasó paseando por Nazaret, jugando, hablando, trabajando, escuhando, conociendo... y luego volviendo a casa con María y José, con pan recién calentado. Tal vez, a veces iba más lejos, hasta el lago, hasta Cafarnaún, para bañarse, para observar a los pescadores. Quizá, en esos dos días entre la noticia de la enfermedad de Lázaro y la partida hacia Betania, alguien le consolara en el dolor por la muerte de su amigo. Y de nuevo, tal vez, mientras los discípulos fueron a la ciudad a preparar la sala para la Pascua, y bromearon, rieron, se emocionaron, lloraron, se abrazaron, sintiendo que era la última vez que estarían juntos. 

El Evangelio está lleno de estos espacios vacíos en los que insertarse, en los que entrar para tejer el propio Evangelio, para escribir la propia historia de confianza, de intimidad, de amistad con el Maestro. 

Cada uno de nosotros puede tener sus páginas personales, sus momentos únicos, construidos por sí mismo, que nadie conocerá jamás. Siempre habrá secretos entre nosotros y Él, recuerdos entre nosotros y Él, confidencias entre nosotros y Él, que los demás no entenderán, y bastará una mirada de complicidad para comprendernos cuando María y José nos encuentren en el Templo, cuando la gente de Nazaret se cruce con nosotros por la calle, cuando vayamos a contar a los demás que vamos todos a Lázaro para devolverle la vida, cuando los discípulos vuelvan después de dejarnos solos durante toda una mañana para ir a preparar la sala. 

Este camino imaginativo, o contemplativo, no sirve sólo para elevar el espíritu o ayudar a la oración, quizá incluso con la aplicación de los sentidos de la memoria ignaciana. No tiene sólo una función pedagógica, de acompañamiento. 

Tal vez haya algo más, que sólo se intuye, que sólo se vislumbra, que sólo se aproxima tentativamente. Como sólo a tientas y por vaga intuición se puede comprender en qué sentido Jesús -y su misterio- nos es contemporáneo. 

Si la vida terrena de Cristo tuvo su dimensión histórica, también es cierto que en esa vida toda la historia es atraída como por una irresistible fuerza de gravedad, y en ese tiempo se recapitula toda la eternidad. Si nuestra vicisitud humana continúa desarrollándose, es sin embargo siempre contemporánea del acontecimiento de Jesús, que se fija en la eternidad, como en un presente dilatado. 

Si esto es verdad, hoy puedo hablar con Él; hoy puedo jugar con Él; hoy puedo perderme verdaderamente en Jerusalén o en Nazaret con Él. No es sólo imaginación; es la imaginación la que me permite acceder a la única realidad, que es Él, y Él unido a mí. 

Y si la realidad es Él unido a mí, entonces puedo hablar con Él, puedo caminar con Él, puedo entretenerme con Él, puedo vivir con Él. 

Y puedo escribir con Él las páginas del Evangelio que los evangelistas, afortunadamente, dejaron en blanco. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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