El ministerio apostólico en una Iglesia sinodal
La contracción numérica del clero está poniendo en una grave crisis el modelo lateranense-tridentino de Iglesia polarizada en torno a la figura del presbítero/cura. En este contexto, no basta reorganizar los servicios religiosos sino simultáneamente repensar la identidad y las funciones de los presbíteros. En realidad hay toda una serie de modificaciones y cambios que están afectando a los individuos y a las estructuras. Por ejemplo, la red parroquial se modifica en forma de “agrupaciones peculiares” (can. 374 §2), nacen figuras ministeriales diversificadas (equipos y equipos pastorales, grupos ministeriales, asistentes pastorales...), las relaciones entre los fieles cambian. Está claro que se trata de cambiar y comprender el rostro mismo de la Iglesia.
Siguiendo, por ejemplo, en la perspectiva parroquial, respecto a las coordenadas de la figura del presbítero en relación a la parroquia, las que nos dio el Concilio de Trento (un territorio, una parroquia, un párroco, una serie de servicios religiosos identificados como 'pastoral'), se están desmoronando. El Concilio Vaticano II, al poner en el centro la identidad del Pueblo de Dios, ha aclarado la identidad y la dignidad de todos los bautizados. En este contexto, es necesario reconsiderar la identidad y el ministerio del presbítero, concebidos como los dos focos de una “elipse ministerial”.
De modo sintético, la modificación del rostro y de la red eclesial en Europa los desafíos actuales de la evangelización exigen, desde el ministerio ordenado, una identidad y un servicio relacional, comunitario y sinodal.
La primera característica –relacional– se refiere tanto al estilo con el que realizar el ministerio pastoral como al modo de entender su ejercicio.
Es un estilo de proximidad y sensibilidad humana y espiritual. Una comunidad cristiana se compone principalmente de relaciones. Hay relaciones estrechas y amplias, de participación y de simple territorialidad, con diferentes modalidades de pertenencia.
Pero lo que lo constituye en profundidad es la red de relaciones entre quienes habitan ese contexto antropológico particular. La “cultura del encuentro” es el contexto que promueve el diálogo, la solidaridad y la apertura hacia todos, resaltando la centralidad de la persona. Es necesario, pues, que la comunidad cristiana sea un «lugar» que favorezca la convivencia y el crecimiento de relaciones personales perdurables, que permitan a cada uno percibir el sentido de pertenencia y de ser querido.
La presencia del presbítero en contextos comunitarios cada vez más “líquidos” actúa como un vínculo, como un tejedor de esas relaciones que dan vida al testimonio y a la ósmosis cristianos. Una capacidad relacional que se mide ante todo en términos psicológicos y antropológicos, capaz de aproximarse a lo humano, de interceptar los caminos de búsqueda, de acercarse a los problemas del hombre de la calle.
Desde esta perspectiva urge otra determinación del ministerio del presbítero: la comunitaria.
Los documentos posteriores al Concilio Vaticano II subrayan cómo la comunión con la Iglesia es un elemento indispensable para asumir una función eclesial, ya que la communio es la dimensión ontológica del cristiano mismo, criterio y principio formal que regula las relaciones intersubjetivas.
El ser sujeto en la Iglesia se realiza globalmente como comunión de sujetos, como comunión de los diversos oficios y servicios, de las diversas vocaciones y de los diversos carismas. Con esto, el ser sujeto se extiende no sólo a los miembros individuales, sino también a los elementos estructurales de la Iglesia.
La necesidad de que un presbítero acompañe una comunidad cristiana requiere no sólo habilidades organizativas y habilidades de relación, sino también la capacidad de crear comunión. Una comunión que se extiende a través de diferentes niveles. En primer lugar, entre comunidades vecinas, con el objetivo de crear una pastoral unificada. Una colaboración que concierne también a los mismos presbíteros. La experiencia de fraternidad ayuda tanto a la vida espiritual como al ejercicio del ministerio, también como prevención de la soledad y del burnout destacado por algunas investigaciones.
Una tercera dimensión que caracteriza la identidad y el funcionamiento del presbítero es la sinodal. Es un estilo que se traduce también en capacidad de implicar y de pensar y realizar procesos y caminos pastorales convergentes.
En la Iglesia hay una corresponsabilidad que atañe a todo el Pueblo Sacerdotal. Los órganos consultivos y decisorios tienen como finalidad ejercer el derecho-deber de concretar y realizar el sensus fidei y el consensus fidelium.
El presbítero no pide la opinión de sus feligreses, no busca un consenso utilitario al estilo democrático. Los órganos de comunión no dan consejos sino que activan una instancia del pensar y del decidir conjuntos. El presbítero participa en los procesos durante los cuales los feligreses elaboran decisiones y en ese mismo proceso, y no fuera de él, el presbítero toma aquellas decisiones para lo cual se siente facultado en virtud del sacramento del orden, pero también porque ha participado en el proceso del discernimiento y de la elaboración de las decisiones. De ello se desprende que el ministerio de gobierno o de dirección pastoral debe ejercerse de manera sinodal para que sea un ministerio cristiano: en el que pensar, decidir, hacer y revisar son instancias siempre colaborativas.
Por otro lado, la reducción del ministerio ordenado conducirá inevitablemente a la superación del eje individual y verticalista de párroco-parroquia, en favor del eje comunitario de equipo pastoral-áreas.
Hay dos elementos de la gestión que es necesario repensar: el ejercicio del leadership y del partnership. El primer llamado a alejarse de las lógicas jerárquicas, clericales y autoritarias que todavía caracterizan el modo en que se ejerce el “poder”. El segundo es entender el ejercicio de la gestión comunitaria de manera participativa. Esto se expresa sintéticamente mediante can. 519: «…desempeñar las funciones de enseñar, santificar y gobernar en el servicio de la comunidad, también con la colaboración de otros presbíteros o diáconos y con la contribución de los fieles laicos…». No se trata de una cuestión de beneplácito, de concesión o de suplencia, sino de colaboración constitutiva y deseada sin la cual ni se entiende como autoridad evangélica ni se practica con espíritu cristiano el servicio de la animación y gobierno.
Las funciones de acompañar, guiar, presidir… verán cada vez más la contribución del ministerio laical. La participación de los fieles complementa el ministerio ordenado del presbítero. También para todo aquello para lo que el presbítero no tiene ni competencia ni carisma porque el sacramento del orden no confiere a los ministros ordenados todos los carismas necesarios para la vida de la Iglesia. Sólo el conjunto de los fieles goza de todos los dones del Espíritu, gracias a los cuales la Iglesia sale al mundo y transmite las riquezas del Evangelio a los hombres y a la sociedad.
El ministerio ordenado así entendido exigirá un mayor dominio de la pedagogía pastoral. En la relación y colaboración con múltiples sujetos, y en el seno de los equipos pastorales, el presbítero se inserta en una acción grupal que se funda en un “contexto participativo” y en un “clima democrático”. La heterogeneidad de conocimientos, competencias, experiencias de sus miembros, los puntos de vista y capacidades diferentes y complementarias,…, representan el valor añadido del trabajo en equipo respecto a la acción de un único agente pastoral por más que haya recibido el sacramento del orden.
Tanto la reflexión y el discernimiento como la toma de decisión y el trabajo se realizan en forma de cooperación y cada miembro se convierte en copartícipe de una actividad colectiva y de su realización, desarrollando dos dimensiones: la acción individual y la acción colectiva. Se trata de un nuevo estilo de colaboración eclesial, capaz de favorecer la aportación de todos, evitando un estilo únicamente directivo. Y también se trata de otra comprensión de la identidad y del ejercicio del ministerio ordenado.
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