En el Día del Seminario: Poned vuestra mirada en Jesucristo (Hb 12,2)
San José, el «patrón de la Iglesia», cuya fiesta se celebra el 19 de marzo, es una figura que la propia Iglesia ha descubierto con lentitud. No hay rastro de su culto en los calendarios litúrgicos ni en los martirologios anteriores al siglo IX. En Occidente, el culto aparece oficialmente hacia el siglo XI. A finales del siglo XIV se difunde la fiesta del 19 de marzo dedicada al Santo, que se convierte en precepto en 1621 por decisión de Gregorio XV. Fue en 1870 cuando Pío IX proclamó a San José Patrón de la Iglesia y al año siguiente le reconoció el derecho a un culto superior al de todos los demás santos. Fue finalmente el Papa Francisco, con un decreto de la Congregación del Culto Divino del 1 de mayo de 2013, quien incluyó la mención de san José en el canon de la Misa, en la plegaria eucarística, inmediatamente después del nombre de María y antes del de los Apóstoles.
En una homilía pronunciada como Papa emérito en el convento donde vivía en el Vaticano, Benedicto XVI trazó una semblanza de San José: «¿Por qué eligió Dios a José? Porque José era un hombre justo y piadoso. Pero también porque José era un hombre práctico. Después de todo, se necesitaba un hombre práctico para organizar la huida a Egipto, pero también para organizar el viaje a Belén para el censo, y para satisfacer todas las necesidades prácticas de Jesús». El 19 de marzo de 2006, el Papa Benedicto XVI había recordado la figura del Santo que lleva su nombre, subrayando que «la grandeza de san José, como la de María, resalta tanto más cuanto que su misión tuvo lugar en la humildad y el ocultamiento de la casa de Nazaret». En las primeras Vísperas de la fiesta de San José, en 2009, el mismo Papa describía la figura del Santo casi con asombro teológico: «San José lo manifiesta de modo sorprendente, él que es padre sin haber ejercido la paternidad carnal. No es el padre biológico de Jesús, de quien sólo Dios es Padre, y sin embargo ejerce una paternidad plena y completa. Ser padre es ante todo ser servidor de la vida y del crecimiento. San José mostró una gran dedicación en este sentido. Por Cristo, conoció la persecución, el exilio y la pobreza que conlleva. Tuvo que establecerse en un lugar distinto de su aldea. Su única recompensa era estar con Cristo».
El 19 de marzo de 2013, el Papa Francisco celebró la Misa de inicio de su pontificado. En su homilía, San José era presentado como modelo de educador, que custodia y acompaña humildemente a Jesús en su camino de crecimiento. «Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación».
A partir de estos fragmentos, es posible concluir mencionando algunos rasgos del identikit de San José y, por ejemplo, del ministerio ordenado dado que el mismo día 19 de marzo buena parte de la Iglesia de España celebra el Día del Seminario-.
Es un hombre justo y misericordioso, capaz de mirar más allá de las convenciones sociales. Es un hombre silencioso y humilde. Está abierto a las «sorpresas» de Dios, a sus planes, aunque perturben su vida. Es un guardián de la vida, que deja crecer al Dios hecho carne. Es capaz de ser padre incluso de un hijo que no era suyo en la carne. Es un hombre práctico, capaz de escuchar la voz de Dios y ponerla en práctica, tomando las decisiones adecuadas para el bien de su familia.
Sí, la Iglesia ora por aquellos que disciernen su vocación al ministerio ordenado. Y ora para que sean personas y discípulos, incluso antes que ministros ordenados de la Iglesia. Ministros que ayuden al Pueblo de Dios a acoger, creer y realizar su identidad profética, real y sacerdotal. No burócratas ni funcionarios ni gestores ni profesionales de lo sagrado, sino personas llamadas a crecer en humanidad, en sabiduría de vida, en seguimiento de Jesucristo, en comunión con sus hermanos a cuyo servicio llama el Sumo y Eterno Sacerdote.
La Iglesia sinodal os ayudará a vosotros, seminaristas, a descubrir y a profundizar en nuestra identidad fundamental: no aquella del funcionario de lo sagrado ni la del burócrata envuelto en el narcisismo o cerrado en el formalismo, ni siquiera en la de una especie de "líder" que domina el rebaño. El Pueblo de Dios necesita hombres ungidos por el Espíritu, habitados por la conciencia de que «la unción no es para perfumarse» sino para salir y anunciar la Buena Noticia del Año de Gracia y del Reino, muy especialmente entre los pobres y los que sufren, compartiendo el estilo de Jesús, que no guarda celosamente su dignidad divina sino que pasa como uno de tantos, haciendo el bien, acompañando al lado o poniéndose de rodillas al servicio de la humanidad, y ofreciendo gratuitamente Vida abundante y plena a todos.
Vuestra configuración es con Cristo Buen Pastor. Del Corazón de Cristo aprenderéis aquella caridad que dispone el corazón para la misión, en la perspectiva del servicio y de la donación. Que el Seminario en el que realizáis vuestro discernimiento os brinde aquellas instancias y caminos formativos que os ayuden a discernir la llamada del Señor y vuestra idoneidad a su ministerio ordenado. Porque no se trata de ser instruido en algunas nociones, tampoco en prácticas, sino de poder vivir una experiencia discipular, que nunca se acaba, de intimidad con el Maestro de aquella noche santa que enseñó a sus discípulos a hacer lo que Él hace y como Él lo hace, es decir, con sus mismos sentimientos: el sacramento de la toalla, de la jofaina y del lavatorio de los pies.
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