El nombre de Dios no es Dios, es decir, Dios no es así
Hay caminos existenciales que surgen así, por casualidad, sin quererlo. En estos casos surgen situaciones que nos encuentran desprevenidos y podemos correr el riesgo de encerrarnos en nosotros mismos, como forma de defensa, o bien, de aprovechar la novedad para entrar, dejarnos guiar por los acontecimientos y, así, descubrir mundos nuevos.
Las páginas de la vida recogen años de reflexiones sobre aquellos temas asimilados en la infancia de una manera, y vividos de forma completamente diferente en las situaciones que la vida me ha presentado hasta mis 59 años que tengo en la actualidad.
Como decía Aristóteles, no nacemos valientes, nos volvemos valientes. Somos el fruto de las decisiones que hemos tomado, de los caminos que hemos recorrido, para bien o para mal. Hay quienes pasan su vida fieles a los contenidos recibidos en la infancia y quienes aprovechan la primera oportunidad para tirarlo todo por los aires y emprender su propio camino.
No es una falta de respeto, sino un deseo de libertad, de vivir la vida al máximo y, sobre todo, es una manera de interpretar la vida como un viaje para descubrir nuevas posibilidades, en la percepción profunda de que no todo está ya dado y no todo es como nos han enseñado.
Es abandonando las certezas culturales y espirituales de nuestros orígenes que aprendemos a enfrentar sin miedo narrativas diferentes a las nuestras, sin defendernos, sin activar esos mecanismos de defensa que nos llevan a pronunciar argumentos nunca experimentados y sólo repetidos de memoria.
Las relaciones educativas son saludables cuando ayudan al individuo a ser él mismo, no a reproducir los deseos de otros. Para complacer a los adultos, los niños hacen todo lo que les piden, también porque saben que es la única manera de conseguir algo. Los adultos insatisfechos con la vida a menudo se desquitan con sus hijos reproduciendo autómatas que obedecen sus órdenes.
Romper el cordón umbilical de las instituciones que han ayudado a formar la conciencia en la infancia es el camino necesario hacia una vida adulta libre. Tomar la vida en tus manos: éste es el camino existencial, doloroso pero necesario, para llegar a ser tú mismo.
En este camino de liberación, uno de los entornos más importantes desde los cuales distanciarse o, al menos, reelaborar críticamente la pertenencia es el mundo, el entorno religioso.
Hasta hace unas décadas, la institución religiosa, que en Occidente se identifica casi de manera inmediata con la Iglesia cristiana y católica, con el Vaticano, con la parroquia, con…, era considerada un lugar saludable, donde se aprendían los valores positivos necesarios para una vida sana.
Hoy en día esto ya no es así. Los procesos de deconstrucción cultural producidos por la cultura posmoderna están exponiendo una serie de factores negativos en el mundo religioso que vale la pena considerar.
A medida que pasan los años, me doy cuenta cada vez más de que uno de los problemas más profundos del mundo religioso es la interpretación de las palabras.
El cristianismo ha transmitido contenidos homofóbicos, sexistas y misóginos debido a una forma de interpretar los textos sagrados. Incluso hoy en día, las relaciones dentro de las comunidades cristianas están envenenadas por modalidades relacionales misóginas y homofóbicas, debido a una interpretación fundamentalista de los textos sagrados.
Hay todo un mundo religioso que aviva las llamas del fundamentalismo, jugando también el juego sucio a aquellos movimientos políticos que se alimentan del mundo fundamentalista.
Leyendo y meditando el Evangelio, uno se da cuenta de que la realidad religiosa no ha cambiado mucho. Desde esta perspectiva, entendemos que la misión de Jesús fue liberar a los hombres y mujeres del veneno mortal de la religión o, mejor, de aquella religión inventada por los hombres.
Jesús propuso algunas claves para interpretar las palabras del texto sagrado, para no seguir siendo esclavos de esos preceptos y de esas llamadas prácticas religiosas inventadas por los hombres del templo para subyugar a las personas y, así, explotarlas. «Habéis oído que se dijo a los antiguos… Pero yo os digo» (Mt 5,21s).
La Iglesia cristiana debería ser lugar donde las personas se liberen de la religión y se introduzcan en el camino del Evangelio trazado por Jesús. Como nos recuerda el libro de los Hechos de los Apóstoles, las primeras comunidades se llamaban precisamente así: el camino.
Siempre me fascinan los profetas bíblicos, no sólo por su valentía al enfrentarse a los poderosos de la época, con declaraciones duras y radicales, sino sobre todo por su capacidad de abrir nuevos horizontes, inyectando esperanza en el pueblo. De hecho, no basta con criticar una situación, analizar un fracaso, es necesario ofrecer salidas, soluciones, permitir a las personas volver a emprender nuevos caminos. El riesgo, de hecho, en el análisis crítico es permanecer fascinado por las palabras bellas, las críticas profundas, pero olvidando que las palabras por sí solas pueden herir y crear negatividad.
¿Qué pasa con Jeremías, por ejemplo? En los primeros capítulos arremete contra los líderes religiosos con una serie de oráculos muy duros, que no dejan lugar a la imaginación, debido a la fuerza polémica que los anima. Pero luego, en el momento más trágico de la historia de Israel, es decir, la destrucción de la ciudad y del Templo de Jerusalén y el exilio de buena parte de la población a Babilonia, Jeremías aparece con una de las profecías más hermosas de toda la literatura profética, previendo para el pueblo una Nueva Alianza en la que Dios escribiría su ley de amor no en piedra, como la ley mosaica, sino en sus corazones (cf. Jr 32,31-34).
Hay algunos contenidos de vida espiritual que he madurado
en algunos momentos críticos de mi vida. Siempre he tratado de ver con buenos
ojos los llamados pasajes oscuros de la vida, aquellos en los que entras por
casualidad y no sabes cómo acabarán.
Me gusta atesorar esos momentos, recopilando todo lo bueno y nuevo que traen consigo. En esta reflexión hay también algunas pistas autobiográficas. Y sí, mirar desde la otra orilla, podría incluso definirse para mí como un contemplare destruens, en el sentido de que hay reflexiones críticas sobre el cristianismo, sobre el catolicismo, sobre algunas ideas producidas por Iglesia, por la vida religiosa,…, que todavía influyen no positivamente en la vida de los fieles.
No, no escatimo tonos duros, no sólo polémicos, sino también críticos hacia una institución de la que formo parte. El deseo es siempre el de arrojar luz para vivir mejor y más serenamente la relación con el Misterio y con las personas que encontramos en nuestro camino.
Y a las puertas de los 60 años de mi vida, creo que es necesario iniciar o profundizar en un diálogo cultural con esa corriente de pensamiento teológico que se conoce bajo el nombre de post-teísmo, que considero fascinante y llena de estímulos culturales.
Cuestionar el contenido del nombre de Dios y comprender su significado histórico es importante, especialmente para tratar de entender cómo expresar el Misterio en el lenguaje actual.
No basta sólo con criticar, también es necesario tener el coraje de hacer propuestas positivas, de presentar posibles nuevos caminos. En los últimos años he tratado de comprender la posibilidad de vivir el Evangelio como una propuesta que Jesús hizo para todos, un espacio, por tanto, inclusivo… y no solo para los cristianos ni, mucho menos, para los católicos o demás confesiones cristianas.
Liberarse de la religión de los hombres tiene como primer resultado el de comprender el Evangelio de un modo nuevo, como un camino en el que en el centro no están los preceptos a obedecer, sino el cuidado de la calidad de nuestras relaciones humanas.
Desde esta perspectiva, percibo la gran vocación de la comunidad cristiana en el mundo de hoy: ser un espacio abierto para todos, especialmente para aquellas minorías maltratadas por el sistema meritocrático y patriarcal. Así se expresa Jesús en uno de los versículos más profundos de todo el Evangelio: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,25).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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